Beber la vida (y III)

Es difícil recordar la cantidad de veces que me he embriagado en mi vida, se complica aún más cuando se padece de la fulana amnesia etílica. Cosas que pasan cuando uno tiene la imperiosa necesidad de beber la vida.

Licencia para beber

Si de beber para celebrar algún acontecimiento importante se trata, recuerdo el día que me gradué de la universidad. Desde tempranito nos emperifollamos para pasar casi 6 horas sentada bajo Las Nubes de Calder. Mientras esperábamos nuestro turno para recibir el título, fuimos a tomarnos nuestra última  «chicha bajo el reloj» como bachilleres. Ya para esa hora, algunos compañeros cargaban bajo la toga unas carteritas con alguna bebida alcohólica, un par de guamazos tempraneros para disfrutar ese magno evento, con los malaconductas con los que me tocó estudiar.

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Luego del acto llegamos a casa para organizar todo y recibir a la agencia de festejos que organizaría el popular brindis. Como ustedes comprenderán, yo tenía que asegurarme de que los invitados bebieran una vaina bien, así que le pedí a los mesoneros que destaparan una de las botellitas, mientras vestían las mesas y las sillas. Otra copita para corroborar si a mis familiares les iba a gustar lo que serviría esa noche. Salud. Para cuando llegaron todos, ya yo estaba «sabrosita» y seguimos chocando los vasos y las copas a la salud de esta licenciada de la república que, aún vestida de zamuro, iba sonriendo por todo el salón.

Siempre llega el pata caliente que quiere seguir la rumba en otro lugar y para ese momento yo le decía que sí a todo. Nos fuimos a un centro comercial a una discoteca de moda, decidí llevarme el combo: un collar de flores hawaianas, una matraca, una pandereta, una maraca y mi birrete puesto, para usarlo durante toda la noche como si fuese una corona de miss. En la puerta del local, el encargado de la seguridad iba rebotando a cuanto carajito se acercaba, por política de la empresa, se reservaba el derecho de admisión de muchos que andaban demasiado tostao. Cuando nos tocó el turno de lidiar con este personaje, el tipo me escaneó de arriba a abajo y me pregunta:

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Portero: ¿Te graduaste?
Yo: Noooooo, lo que pasa es que usar birretes está de moda.

Mis amigos sabían que luego de esa respuesta no nos iban a deja entrar, pero yo insistí.

Yo: Chamo, venimos a celebrar mi graduación. Pagaremos un servicio de vodka.
Potero: ¿Cuántos son?
Yo: Somos 6. 3 parejas.

El tipo seguía poniendo peros y ya mi paciencia estaba a punto de desbordarse.

Portero: ¿De qué te graduaste?
Yo: De periodista.
Portero: ¿Ah sí? Demuéstralo pues.

Nunca me ha gustado que me reten, los desafíos y yo no nos llevamos bien. Así que agarre una de las maracas como si fuera un micrófono y comencé a dramatizar un pase en vivo delante de todos los demás que esperaban para entrar al local.

Yo: Gracias por el contacto estudios, nos encontramos aquí en el Centro Comercial San Ignacio a las afueras de este establecimiento nocturno, donde el portero mamawebo no nos quiere dejar pasar. ¿Qué tiene que decir al respecto? ¿Cuáles son sus declaraciones? ¿Por qué ha impedido el acceso de estos jóvenes que sólo quieren pasar un buen rato?

Las carcajadas y el chalequeo de los presentes (incluyendo otros efectivos de seguridad del local en cuestión) fueron tales que, al pobre portero, no le quedó de otra que dejarnos pasar. La diversión fue total hasta el amanecer. Cuando salimos, le regalé la maraca al portero de recuerdo. Buena pea.

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Carcajada delatora

Creo que tendría unos trece años cuando cogí mi primera pea. Era diciembre y toda la familia había decidido viajar a higuerote a recibir el año nuevo. Tengo muchos primos y primas mayores que yo, fui la mascota de ellos por muchos años, la chaperona, la excusa para escaparse y me alcahueteaban de vez en cuando. En esta oportunidad, me hicieron beber 2 tragos que para mi cuerpecito virgen fue como la bomba, nos pusimos a jugar «medio limón», la botellita, capitán plof, black jack, YoNunca, trident y cuanto juego cañero se les ocurra.

Ya al final todo me daba vueltas y veía doble, así como en las comiquitas. La vida me pasaba en cámara lenta y cuando nos tocó regresar a la casa, 3 de mis primas (con las que compartía la habitación) me dieron la charla para que no delatara la pea que cargábamos, entre risas subimos gateando, literalmente, las escaleras hasta el cuarto. Había 2 literas.

Las dos que dormían abajo, cayeron cual roble y quedamos otra prima y yo pensando dentro de la pea cómo coño íbamos a hacer para llegar a la cama de arriba. Ella me pidió ayuda para subirse y a duras penas, lo logramos pero cuando me tocó subir a mí, no pude y ella, muy amablemente, se bajó para ayudarme. Luego cuando ya yo estaba arriba, me dieron ganas de hacer pipí, me bajé de nuevo y aproveché para ayudarla nuevamente a subirse.

Cuando regresé del baño, le pedí que me ayudara y en eso se despertó una de las primas que estaba durmiendo abajo pegando gritos como una energúmena y nos montó a cada una en las camas diciendo tajantemente que nos meáramos encima porque no nos dejaría bajar más. El ataque de risa fue tal, que despertamos a todos los tíos y ya no pudimos disimular más.

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Les aseguro que tengo muchos más cuentos etílicos pero me temo que si los sigo contando, mis padres creerán que soy una alcohólica anónima y me internarán para desintoxicarme.

Victoria Torres

Periodista, melodramática y brontofóbica. Contra todo pronóstico, fiel creyente de la amistad y de que un mundo mejor es posible. Responsable y dueña de lo que escribo y sueño, que ahora comparto con aquellos que están tan locos como yo.