Cambio de Conciencia vs Viveza Criolla

A los siete años conocí el concepto de honestidad a punta de viveza criolla: necesitaba tener los zapatos de la Barbie princesa, sólo los zapatos. Unos tacones rosados espectaculares que me mataban y necesitaba. Sólo necesitaba. Necesidades absurdas de una niña caprichosa amante de esta muñeca que luego entendí que jamás me podría llegar a parecer. Entramos a la tienda de juguetes para buscar un regalo para un cumpleaños, los vi, ellos me vieron, rompí el celofán sin que me vieran y los saqué. Eran míos. No podía pagarlos, así que los metí dentro de mi boca. Salimos de la tienda y yo no decía ni ñé. No hable más en todo el trayecto en el carro. Para ser una niña curiosa y parlanchína, mi mamá se asombró de que no hubiese hecho ningún comentario durante todo el viaje. Me preguntó qué pasaba. Yo no decía nada. Hasta que balbucié algo parecido a un: no me pasa nada. Y literalmente me caí con los kilos. «¿Qué tienes en la boca?» preguntó mi mamá. Yo no hable más. «Sácatelo» y allí no pude ocultarlo más. Me había convertido en una ladrona.

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Regresamos a la tienda y mis padres hicieron que yo me acercara hasta el mostrador, donde el dueño me veía con una mueca de sonrisa y mostrando compasión hacia una pequeña ladrona novata. No lo merecía, había robado algo antes de mudar los dientes de leche. Tiernamente, el encargado los recibió todos llenos de saliva y baboseados, me dijo que no me preocupara siempre y cuando no volviera a repetirse.

Al salir absolutamente avergonzada de lo que había sucedido, mi viejo se acercó a mí, se arrodilló y me pidió que prestara atención a lo que iba a hacer. Escenificó a un extraño a quien se le caía su billetera, me preguntó ¿qué haría si me la consiguiera? ¿qué pensaría esa persona de mí si yo me la quedara? Luego me dijo: «¿qué pasaría si ese extraño fueses tú? ¿Cómo te sentirías si alguien tomara algo tuyo sin tu permiso o sin darte cuenta? Y aún muerta de la pena y habiendo aprendido la lección bajé la cabeza y lloré. Más nunca volvió a repetirse.

Las apariencias engañan

Muchos años después, disfrutando de un concierto de un grupo de rap, en un local nocturno en Bello Monte (que ya no existe), algo cayó en mis pies mientras cantaba a todo gañote: «pal carajo la policía ya no me calo matraqueos ni disfraces todos los días», era un celular. Si me ponía a preguntarle a todos los que estaban allí de quién era, me lo arrancarían de las manos y el verdadero dueño jamás se hubiese enterado. Lo conservé, me lo llevé a mi casa y lo apagué. Al día siguiente, traté de desbloquearlo y lo logré, me puse revisar la agenda de teléfonos a ver si conseguía un «novia», «mamá», «casa», para ponerme en contacto y devolverlo.

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Lo que conseguí me asustó muchísimo: PTJ, DISIP, DIM, PM, Guardia Nacional, jueces, militares, , ¡todos los nombres eran de pacos! Mientras salía de mi asombro, el teléfono repicó y atendí. Era el dueño quien me suplicaba le devolviera el teléfono, le dije que lo haría con mucho gusto y pautamos un lugar de encuentro para la entrega. Llegó escoltado con dos motorizados y parrilleros, me moría del miedo. Asombrado por el gesto de honestidad, se puso a la orden y me dio su número de teléfono para que lo agendara en el mío, me dijo que cualquier cosa que me pasara, él me ayudaría. «Esto no lo hace nadie». (Me quedé con la intriga de qué coño hacía un paco en un concierto de 4to Poder pero bueh…)

Nos extraviamos del camino. ¿Hemos perdido nuestra honestidad? ¿Nos aprovechamos de los demás para sacar ventaja sobre el otro? ¿Ya no existe “gente buena”? Me he conseguido 9 celulares en mi vida y todos los he devuelto, sin importar la marca ni el modelo, 3 han sido de policías. Lamentándolo mucho comiendo en una feria en un centro comercial, sacaron de mi cartera (sin que yo me diera cuenta) 2 celulares que tenía. La gente buena no andaba por allí ese día.

Dando el ejemplo

Desde comerse una luz roja, vender cupos electrónicos, hacerse el dormido en el metro para no dar el puesto a un adulto mayor, chapear, circular por el hombrillo, raspar tarjetas, comerse una flecha, abusar de una mínima cuota de poder, hasta colearse en una fila, son actos de corrupción. Sí, de corrupción. Los semáforos duran pocos segundos y a menos que se tenga una emergencia real, no sirve de nada adelantar a alguien o dejarle la corneta pegada a quien no avanzó al segundo que cambió la luz. Haga la prueba, en un semáforo en rojo adelante un milímetro al automóvil que tenga al lado. Enseguida ese otro vehículo adelantará un milímetro más que usted, es como si le hirieras el orgullo, el complejo de “yo voy primero”.

Hace un par de días, un compañero colega publicó un vídeo donde se evidenciaba la llamada «viveza criolla». ¿Qué tan criolla es? De verdad es del venezolano o del latinoamericano común ser abusador y querer dárselas de «vivo». Al final del video, la reflexión es simple, no se trata de ser pendejo o guevón o gafo, si no de ser honesto y respetuoso con los demás.

El nuevo fenómeno del “bachaquero”, es una prueba fiel de este tema. Más allá de las dificultades coyunturales que estamos viviendo, producto de muchos factores económicos que no detallaré (para no excederme en los caracteres) ¿De verdad debemos jugar con la necesidad del otro que es tan venezolano como tú o como yo? Por ejemplo, si por oportunidades que se te presentan pudiste comprar una nevera o cocina nueva, que en realidad no estás necesitando en el momento, pero aprovechaste porque el precio era muy barato. ¿Por qué coño de la madre tienes que revenderla a precios estratosféricos a otra persona? ¿Qué esfuerzo sobre humano hiciste para que pudieras conseguirla a ese precio? ¿Por qué la otra persona debe pagar por tu necesidad de hacer dinero fácil? ¿Acaso esa persona no tiene necesidades también?

Un taxista en estos días, quiso cobrarme una tarifa irrisoria por una distancia realmente corta y cuando le dije que era muy caro, me replicó que me estaba cobrando “menos de un dólar la carrerita”, le dije que en ese momento sólo tenía bolívares en la cartera y que fuese a robar a otro y no me monté.

No le hagas a los demás…

Por favor, son momentos aciagos los que estamos viviendo, es cierto, pero ¿nos vamos a joder entre nosotros mismos? Es terrible esa nueva tendencia individualista de lo que yo llamo «el mesabeamierdismo». No me importas tú, importo yo y sólo yo y si te tengo que joder pasando por encima de los valores y principios básicos del ser humano, lo haré. La indiferencia por el bien  común nos está jodiendo a todos, querer siempre recorrer la línea de mínima resistencia y mayor comodidad no aporta nada para salir de la crisis. Al contrario, la intensifica y nos hace cómplices. Ya basta con todo lo que pasa a nuestro alrededor, para que encima, tengamos que encogernos de hombros y aceptar estas nuevas formas de hacer negocio por todo, de estas filosofías de vida tan tristes y ensimismadas.

Es un llamado a la conciencia, al reencontrarnos con el verdadero venezolano, el solidario, el generoso, el honesto. Cada uno de nosotros hace la diferencia. Quitarnos esa etiqueta de ser «más vivo que los demás» es a lo que deberíamos llegar. Ese sería el verdadero cambio.

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