La odiosa comparación

Se me escapó aquella frase sin que pudiera hacer nada para atajarla. Se me fue como un rolling entre las piernas, como liebre al mejor cazador. Una vez me dijeron que suelo decir lo que pienso sin pensar lo que digo, y esta fue una de las ocasiones en que mis palabras me metieron en un verdadero lío. “Deberías aprender de tu primo que sí hace caso…”, dije estrellando aquella frase contra los pequeños oídos de Miguel.

El niño se quedó mirándome por unos segundos y luego miró al suelo y se fue arrastrando los pasos. Algo pasó en él, estoy seguro, y en ese momento advertí que había metido la pata hasta la cadera y tenía que solucionarlo de alguna manera, y rápido.

Recordé lo mucho que me molestaba de niño que cualquiera me comparara con otro carajito. “Yo soy auténtico”, me decía para mis adentros. “¿Será que no me quieren como soy?”,  me preguntaba. Es bien sabido que uno como padre, suele repetir los mismos patrones que aprende como hijo, pero debemos identificar en qué puntos nos estamos equivocando y cuándo romper con algunas herencias familiares.

La comparación entre niños suele ser un recurso que emplean algunos padres cuando quieren que sus hijos copien algún comportamiento que deseamos que adquieran ellos. Solemos imponerles modelos de los que copiar conductas o habilidades que apreciamos admirables, reduciendo el espacio al desarrollo de las características propias de nuestros chamos.

Cuando comparamos a nuestros hijos con otros niños estamos creando envidias innecesarias entre ellos, pues consideran que el amor de los padres se gana en la medida que se logra comportarse como lo hace el otro. También malogramos su autoestima, ya que sienten que las cualidades propias de su personalidad, no son valoradas por nosotros. Finalmente, al compararlos, desatamos una suerte de competitividad y rivalidad negativa, que genera sentimientos de rencor entre unos y otros.

Siempre es bueno recordar que nuestros hijos son el vivo espejo de lo que les enseñamos y que con los valores que les enseñemos, más tarde juzgarán la vida.

Mejorar sin comparar

Aun así, es completamente legítimo que nosotros como padres deseemos que nuestros chamos sean cada vez mejores, pues el objetivo de todo padre responsable debe ser formar seres humanos que se superen cada día más. Si notamos que nuestros hijos presentan algunas conductas que deseamos mejorar, es hora de empezar a reforzar sus comportamientos positivos.

Seguramente tu pequeño tiene muchas cosas buenas que otros niños no tienen. Es allí donde entran los “super-padres” a resaltar, masajear y valorar con moderación sus características destacables, restando valor a las que consideramos negativas.

Una buena manera de motivar a nuestros hijos a que adquieran conductas positivas es aplaudirlas cuando éstas aparezcan, y no porque otro niño las represente. Debemos hacerles saber que los valoramos y queremos tal como son y que no deseamos que sean diferentes, sino mejores.