La violencia implícita en la comunicación banal

Cada día, los medios radioeléctricos “analizan” la realidad social, a través de rostros y voces estereotipadas que los radioescuchas y televidentes hacen suyas. Quienes se desempeñan como anclas, frente a micrófonos y cámaras, luego de un prolongado moldeaje de estilo, se convierten en referencias permanentes, cuya constancia y estilo responde a intereses que juegan complementariamente a las funciones mercantiles e ideológicas para las que ha sido concebido el ser humano, profesional de la comunicación, reducido a objeto que hace interface con las masas a quienes se dirige.

En general, el rol del ancla es idéntico (muy triste realidad) en su desempeño ante el instrumento radioeléctrico utilizado, sea que sirva a los intereses de clase de la burguesía o a los del proletariado. Los prototipos son establecidos desde los centros ideológicos de poder publicitario y comunicacional capitalista y, hasta el presente, no se observan diferencias significativas entre uno y otro profesional. Por el contrario, los “no alineados” a los centros mundiales de hegemonía, cuidan estilos y metodologías que no les pertenece, convencidos de que sin ellos perderían una especie de estética del medio que les restaría credibilidad y profesionalismo.

A veces me he propuesto hacer de audiencia crítica en diferentes medios, intentando detectar por qué, respondiendo a intereses tan distintos, los conductores de los espacios suelen emparejarse en formas, estilos, entonaciones, frases hechas, vestimenta, gesticulación y, lo que es peor, cosmovisión, valores, creencias y conceptos. La respuesta, que pareciera ser sencilla, por cuanto “las ideas dominantes en cualquier sociedad, son las ideas de las clases dominantes”, no creo que resuelva el fondo de un problema que, revolucionariamente, se conoce como lucha contrahegemónica pero que, en 500 años de dominación capitalista, no ha conseguido ser alterado.

Escucho o veo a entrevistadores de suave y edulcorada voz expresar criterios, formular preguntas a sus acomodados invitados que fingen ser analistas, cuyos criterios se reducen a frívolas consignas o trágicas descripciones apocalípticas de un país que desearían caotizado, para lograr sus propósitos retrógrados de frenar toda revolución, todo propósito emancipador de la humanidad. Ninguno habla de causas, nadie mira las raíces ni evalúa las múltiples determinaciones que  hacen a una realidad concreta. Simplemente dicen: “no sirve” porque no responde a los intereses de clase de los capitalistas. Y así se autonombran “especialistas” o “expertos” distribuidores de falacias por principio de “autoridad”.

Debemos salir de ese círculo. Hace falta que nos hagamos militantes auténticos del pensamiento crítico. De otra manera será imposible avanzar.

Venezuela, en 17 años de Gobierno Revolucionario, Bolivariano y Chavista, no ha logrado trazar una estrategia comunicacional que esté centrada en el propósito comunista de contribuir a crear la sociedad de las y los iguales. Por eso, precisamente, es que hace falta mirarnos en los adentros, descubrir realmente lo que somos y cómo somos, a pesar de nosotros mismos. Digo “a pesar de nosotros mismos” porque –muchas veces- nos creemos protegidos contra los riesgos de la alienación y de la ideologización permanente y, resulta que, somos los más frágiles, permeables y reproductores de la hegemonía de la cosmovisión y la moral burguesa.

Hace falta observar y observarnos en la eficiencia de la comunicación banal que se transmite desde el ámbito de los dominadores y se expresa como incitación a la violencia, a la transgresión, al terrorismo y al exhorto para derrocar al gobierno, constitucional y democrático que preside el camarada Nicolás Maduro.

La violencia está implícita en la forma y los contenidos de la comunicación banal y aparentemente inofensiva que nace del hegemón. Es urgente estudiarla y desmontarla para vencer.

Ilustración: Xulio Formoso