La gimnasia y la magnesia en el arte de ahora

Hipertecnología, caribeñismos y trasnochos históricos

L@s muchach@s del arte de ahora se agrupan en paginitas web parcas, asépticas, con un aroma de piel a postmodernidad trasnochada. Parecen una minoría perseguida por sus propios fantasmas, por sus propios terrores del alma. Queremos que todo sea como en el Moma, dicen en su mantra. Limpio, solo blanco y negro, intoxicados de tecnología, de esa de la que nosotros no producimos ni un bit. Se la pasan corriendo detrás de la última pantalla, de los aparatos hiper digitales, de los extremos virtuales. Quieren más megas, quieren teras y teras de memoria y ultra HD a montones, pero menos sentimientos, persiguen la impersonalidad y la asepsia, esconden, so pena de parecer terrestres, cualquier vestigio de identidad. A la identidad la llaman localismo, cosa pintoresca, caribeñismos simpáticos. Se han ido a las frías metrópolis que en otros tiempos dominaban las relaciones coloniales, y lo peor es que creen que eso sigue sucediendo.

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Los miembros de estas cofradías reciclan los ismo europeos y abusan de sus capacidades de significación histórica. Quieren a toda costa ser universales y olvidan que el universo comienza en la tierra debajo de los pies y no en una fabulación lejana donde no somos invitados ni siquiera de tercera categoría. ¡Ay Juan José¡ me da pena ver cómo te han despachado, ya no sabes montar, ni siquiera hacer caminar tu burro. Así llegan a estas costas, con cuellos de tortuga de lana a Maracaibo, con gorros glaciares a Guatire a sancocharse de calor absolutamente perdidos en las temperaturas de la identidad y de los caminos de su propia tierra. Llegan a ver con fascinación antropológica una torta de casabe, el gofio, la melcocha. Convierten el acto de tomarse una chicha en una experiencia semiótica transdisciplinaria e iniciática dando la sensación de turistas intergalácticos, de protagonistas de un manga tristísimo, de actores de reparto del último video juego de moda.

La abuela ya no es la abuela, sino un pintoresco diccionario tropical enclavado en una isla tipo Robinson Crusoe. Reverón es el colmo de lo localista, un impresionistas tardío y para remate loco. Todavía hablan de la posmodernidad como si ese fin de la historia de verdades sucedió. Extrañan las sentencias de Fukuyama quizá sin saberlo, y los excita la sola idea de que se acabaron los referentes, que Marx está bien muerto y enterrado y que eso de revoluciones es un tercermundismo inaudito. Est@s muchach@s del arte de ahora se olvidan de la carga identitaria de los íconos. Admiran al prehistórico Picasso por genio individual y no por comunista y exaltador de la españolidad. Frida es una excéntrica dolorosa sin carga política, y por supuesto los ismos europeos fueron geniales ocurrencia de geniecillos y no productos de los traumas y sueños de sociedades destruidas por la guerra.

Con estos comentarios me he ganado un: “Este lo que pasa es que es un viejo”

La web es su gran aliada: fría, impersonal, globalizada, saturada, anónima, instantánea. Militan a punta de clicks, se suman a campañas mundiales con un me gusta, no leen más de 140 caracteres. Su instinto lector avanza de arriba hacia abajo y no de izquierda a derecha. Con estos comentarios me he ganado un: “Este lo que pasa es que es un viejo” No importa, describo el mundo como lo veo y lo experimento desde mi simple acera, desde el que aprendió a invitar a un café antes de preguntar: ¿Estás en feisbuc?. Gimnasia, magnesia, tirio y troyanos, cachicamo, morrocoy conchudo, memes y tío tigre, cyber espacio y soledad programa, y el arte sigue por allí haciéndose en el cuerpo de los artistas, en los rincones olvidados de la historia, en los grilletes y los analgésicos, en los olvidos inducidos, en la realidad vista de lejos, en la renuncia a protagonizar la historia, en el afán enajenado de vender la primogenitura. Sabemos que la historia no descansa, que los trasnochos son gratis y que la luz del trópico encandila.