Baño de mujeres

Sentarse en la poceta para hacer las necesidades fisiológicas es algo muy normal. Lo que lo hace diferente es lo que sucede si entras a un baño de mujeres.

Yo pensé que lo más raro que había vivido dentro de uno de estos sitios, había sido cuando estuve en China una vez, por aquello de hacer nuestras cosas «agachadito» pero no. Entrar a un ladies room, es toda una aventura.

La eterna fila

Tal parece que cuando uno ingiere líquidos, ya sean bebidas alcohólicas o no, se juntan las ganas y se alinean los planetas para que, justo en el momento en que no puedes aguantar más, es precisamente cuando decides ir a hacer pipí. El detalle es, que la mayoría de las mujeres piensan exactamente lo mismo y coinciden en esa inmensa cola, donde los esfínteres gritan desesperadamente como aquellos niños argentinos: «¡esto se va a descontrolar!». Respiras aceleradamente y cruzas las piernas herméticamente, como si esto tuviera algún efecto real sobre el conducto urinario y comienza un baile casi tribal, para impedir que se te salga el primer chorrito.

Como el malvado de Murphy siempre está conmigo y no me abandona ni de noche ni de día, en la fila de los baños es quien se encompincha con la chama que está ocupando el único cubículo disponible y hace que se tarde una eternidad, mientras tu pobre vejiga está a punto de explotar.

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En esta no tan dulce espera, pueden pasar vainas mágicas. Como por ejemplo, cuando la chica que tienes al frente se apiada de tu urgencia y te deja pasar primero o cuando se convierte en un alma caritativa y te regala un poquito de papel.

También están las que se ponen a echar el chisme de la vida mientras aguardan su turno y te enteras de que Mauricio es un perro porque, mientras bailaba con su novia, le hacía ojitos a Alejandra, que es su cuñada. Que si la mamá de Pedro es medio lesbiana porque cuando iban a estudiar a su casa, le hacía cariñitos raros y la abrazaba de más cuando se despedían. Que si Beatriz no trajo plata para el taxi y le va a tocar esperar a que abran el metro para irse a su casa o que ya Marta tomó la decisión y le dirá esa misma noche a Cristian, que el hijo es de él y cosas por el estilo. Si el chisme está muy bueno puedes extender tu estadía en el baño para enterarte a detalle y con todos los juguetes de todo el cuento.

Por si fuera poco, en los baños públicos puedes encontrarte a la nueva novia de tu ex (y como muy seguramente estás acompañada de una o más de tus amigas), en ese momento puede sonar la campanita de boxeo y se puede armar una pelea de gatas en barro, al mejor estilo de jóligüd. También se presenta esa escena de la película ochentosa «La historia sin fin» cuando Atreyu se ve al «Espejo de La verdad» y se encuentra con su «Yo verdadero» y (dependiendo del grado de ebriedad en el que una se encuentre) puedes horrorizarte con el aspecto y despeine extremo que puedas llegar a alcanzar.

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Acicalamiento grupal

Los espejos no pueden faltar en estos espacios y en ellos uno se chequea el más mínimo detalle de la estampa, desde la tirita del sostén pasando por la tarea de retocar el maquillaje y quitarte las lagañas negras por el rímel, hasta asegurarte de que no te hayas manchado el pantalón con la regla que decidió bajar (con toda su furia) justamente esa noche de rumba.

Si hay espejos de cuerpo entero, comienza el concurso de miss Hawaian Tropic interno. Las mujeres se apoderan de su reflejo para admirarse o ziquitrillarse en críticas sobre su peso y figura. Yo siempre me acomodo las tetas lo más alto que pueda, desatando la envidia de muchas y me subo el pantalón para meter y disimular lo más que pueda mi gran panza (sin éxito la mayoría de las veces, pero pa’ lante marik).

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Lo feo

Las destrezas a la hora de hacer uso de un baño público son interminables. Tú no puedes contabilizar cuántas mujeres han pelado sus nalgas allí y ni idea por donde han pasado sus totonas antes de llegar a esa poceta. Por ende los fluidos varios con los que te puedes encontrar son bastante desagradables. Por no mencionar esa habilidad para no poder direccionar el chorro al orinar y siempre te chorreas la pierna y todo lo que esté en ese radio de alcance. Pareciera que no les enseñaran nada de higiene personal a esas niñas y desatan todo lo cerda y malvivientes que puedan ser.

Una vez casi me muero del asco, cuando, en esa especie de yoga acrobático invertido que significa el no sentarse en la taza, que siempre estará salpicada de orine, otra muchacha intentó entrar y empujó la puerta (a la que no le servía la cerradura) y yo caí completica encima de vayaustedasaber cuánto pipí y otras cosas había allí. Recuerdo ese momento y me dan ganas de meterme a bañarme con cloro otra vez. Esa noche gasté todo el pote de antibacterial que tenía en la cartera y las 200 toallitas húmedas que trae el paquete limpiándome las piernas y las nalgas. Asco.

También una vez tuve un encuentro cercano del décimo octavo tipo, cuando en el cubículo de al lado escuché la voz de una chama que me dijo: «Hola mira, ¿me puedes ayudar?» Acto seguido sonó un ruido durísimo y me apresuré a salir y al abrir la puerta me encontré a una joven convulsionando en el piso del baño. Me asusté mucho y cuando la fui a asistir, la pana cayó absolutamente desmayada de la pea, se había hasta vomitado encima la pobre. Salí corriendo a informarle al seguridad del local sobre el hecho y cuando el chamo entró, resultó que la muchacha era su propia hermana. Ambulancia, paramédicos y todo. Tremendo beta, menol.

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Del 2

A la hora de defecar la cosa se complica. Yo lo siento mucho por mis tripas, pero no puedo hacer «eso» sino es en mi propio baño. De hecho cuando me voy de viaje es todo un tema, respiro profundo y se me erizan los vellitos de los brazos y de la espalda, sudo frío y todo pero qué va, me cuesta mucho hacer «un depósito en otro lado». Una vez me fui un fin de semana a la Isla La Tortuga con unas amigas y no hice nada hasta llegar a casa. Es como un suiche que me paso cada vez que viajo. Dependiendo de cuantos días esté fuera, tampoco me pongo un tapón. Prendo una vela o un incienso por si acaso.

Una vez la llamada de la selva me tocó cuando estaba en mi trabajo y salí corriendo de la cabina. Tengo un par de trucos, forrar la taza con papel para poder sentarme tranquila y el otro es ir bajando la palanca, para que no haya otros estruendos gasíferos que asusten a la ciudadanía.

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También recuerdo que una vez en el colegio, algo me cayó mal y salí corriendo del laboratorio de química con bata y todo, agarré papel y me limpié. Cuando lo revisé (como hacemos todos, no mientan) el papel no tenía rastros de nada, estaba limpio y me quedé loca, pensé que no me había limpiado bien y me lo pasé de nuevo y nada. No entendía qué pasaba hasta que salí y me vi en el espejo, entonces supe que no podía regresar a la clase ni al colegio después de eso. No sacrifiqué una media sino la bata que, para mi desgracia, estaba bordada con mi nombre.

Cada vez que decido entrar a un baño de mujeres, voy pensando en qué clase de aventura, al mejor estilo de Alicia, me traerá esta nueva visita. Ah y siempre chequeo que al salir, no me haya traído un pedazo de papel tualé de souvenir pegado en el tacón.

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Victoria Torres

Periodista, melodramática y brontofóbica. Contra todo pronóstico, fiel creyente de la amistad y de que un mundo mejor es posible. Responsable y dueña de lo que escribo y sueño, que ahora comparto con aquellos que están tan locos como yo.