Un gay se sienta en tu mesa

¿A quién se le podía ocurrir contarle a su madre sobre su homosexualidad a pocos días de despedir el año? Pues, a mí. Es que muchas veces los gays gastamos –así, gastamos- gran parte de nuestro tiempo pensando el momento indicado para hablar de nuestras preferencias sexuales con nuestros padres u otros familiares, y aunque algunos ya lo sepan -o lo sospechen-, no dejan de sorprenderse -o hacerse los sorprendidos- cuando asumimos ese reto.

Y qué triste, qué triste que uno tenga que perder el tiempo pensando en ese tipo de cosas cuando no deberíamos sentirnos obligados ni mucho menos sentir que estamos sentados en un banquillo haciendo una confesión porque no, no es un delito amar a una persona de tu mismo sexo.

Recuerdo ese día perfectamente. Las lágrimas de mi madre –y sus palabras- me golpearon el alma. Di mil vueltas y en un momento me paré frente a un espejo empañado del cuarto y fue cuando tomé la decisión de no continuar viviendo al margen de los demás, aunque sabía –o al menos eso pensaba- lo que se me vendría encina.

Ella, una mujer firme y rodeada de fuerte coraza, lloró frente a mí como nunca lo había hecho. No sé exactamente cuál de todas sus palabras recuerdo –o realmente sí, pero no quiero mencionarlas-, pero no entiendo cómo hay quienes pueden pensar que ser gay se trata de una “sinvergüenzura”. No sé si todos los padres saben lo que implica ser gay y mostrarte a los demás sin ningún tipo de temor.

En el mundo no han asesinado, perseguido o burlado a alguien por decir que es heterosexual. Los heterosexuales ni siquiera sientan a sus padres en el mueble para decirles que les gusta alguien del sexo opuesto. No existe un día llamado “Días del Orgullo Heterosexual”. En cambio para nosotros sí, un “Día del Orgullo” en el que se exige respeto e igualdad de derechos, un día que va mucho más allá de salir en ropa íntima o trajes diminutos para llamar la atención y con ello alegar una especie de libertad poco entendida.

Un día mi mamá me dijo: “Abre tu corazón delante de tu madre”, pero desde que lo hice no supe más lo que era recibir un abrazo de su parte. Hace casi cuatro han pasado desde ese entonces y si me toca esperar hasta que sane esa “herida”, entonces seguiré esperando. Sin embargo, creo que gané muchísimo desde aquel día, hablar abiertamente de mi sexualidad me quitó una gran peso de encima y desde entonces he decidido vivir abiertamente sin darle mucha importancia a aquellos que murmuran o qué puedan decir.

Habrá quienes harán comentarios despectivos y eso resulta peligroso. Sería bueno que todos se detuvieran un momento y pensaran si a su alrededor hay una persona homosexual que aún no se ha manifestado abiertamente por el miedo que esas mismas palabras y acciones le han creado dentro. No todos están llenos de valor y fortaleza para enfrentarlas.

Creo que los padres, más que juzgarnos de buenas a primeras -es que ni siquiera deberían hacerlo-, deben conversar con nosotros y entender que nuestra posición no la asumimos porque un día nos levantamos y dijimos: “Hoy amanecí con las ganas de besar a un hombre” o quizá un «hoy tengo ganas mamar pene» -y no me disculpen si mi comentario los ofende-, tampoco implica que al día siguiente salgamos a la calle en tacones y maquillados o que tengamos una vida promiscua como, lamentablemente, también la hay en el mundo de los homosexuales. Tampoco tienen que pensar qué hacemos o no en la intimidad, ya eso es cosa nuestra y cada uno de nosotros sabremos qué hacemos y que nos gusta hacer.

Algo importante que aprendí de todo, es que nadie debe sentirse presionado, tampoco estamos en la obligación de andar comentándole a todo en mundo que somos homosexuales. No es interés de nadie, no es responsabilidad de nadie más que nosotros mismos. Eso sí, al momento que afrontar esta etapa es importante sentirse seguro y, de alguna forma, estar preparados porque no sabemos qué pueda suceder después de ese momento tan determinante en nuestras vidas.

Pero sé que mi experiencia no ha sido la peor de todas, sé que muchas personas han tenido que afrontar situaciones más difíciles y humillantes. Aquel diciembre fue quizá el peor que haya pasado en mi vida, porque mi mamá apoyaba a los homosexuales, hasta que un día le hice saber que un gay se sentaba en su mesa.

@Luisdejesus_