Mis tetas de negra

Sólo la Antropofagia nos une. Socialmente. Económicamente. Filosóficamente.
Tupi, or not tupi, that is the question.
Contra todas las catequesis.
Lo que obstaculizaba la verdad era la ropa, el impermeable entre el mundo
interior y el mundo exterior. La reacción en contra del hombre vestido. El cine
americano informará.
Fue porque nunca tuvimos gramáticas, ni colecciones de viejos vegetales. Y
nunca supimos lo que era urbano, suburbano, fronterizo y continental.
Perezosos en el mapamundi del Brasil.
Una conciencia participante, una rítmica religiosa.
Nunca fuimos catequizados. Vivimos a través de un derecho sonámbulo.
Hicimos nacer a Cristo en Bahía. O en Belén del Pará. Pero nunca admitimos el nacimiento de la lógica entre nosotros.
El espíritu se rehúsa a concebir el espíritu sin el cuerpo. El antropomorfismo. Necesidad de la vacuna antropófaga. Para el equilibrio contra las religiones del meridiano. Y las inquisiciones exteriores.

Contra el mundo reversible y las ideas objetivadas. Cadaverizadas. El stop del
pensamiento que es dinámico. El individuo víctima del sistema. Fuente de las
injusticias clásicas. De las injusticias románticas. Y el olvido de las conquistas
interiores.

Nunca fuimos catequizados. Lo que hicimos fue Carnaval. El indio vestido como senador del Imperio. Fingiendo ser Pitt. O apareciendo en las óperas de Alencar lleno de buenos sentimientos portugueses.
Contra la realidad social, vestida y opresora, catastrada por Freud – la realidad
sin complejos, sin locura, sin prostituciones y sin las prisiones del matriarcado
de Pindorama

Manifiesto Antropófago (fragmentos)
Oswald de Andrade

Carajo. Ese epílogo era más bien un prólogo pero esto no es un ensayo literario, ya casi que me quedé sin caracteres. Pero el Manifiesto Antropófago es el Manifiesto Antropógafo y para qué los referentes sino para usarlos y repetirlos incesantemente cuando se hacen coro a la propia voz que enuncia enfurecida y convierte el fuego fúrico en letra.

La Escuela de Artes debería estar orgullosa por tales intensidades.

Negrita «caribe», «exótica» (como siempre me dicen), rulos grandes y largos, y a veces pelo liso de «negrita hindú» (como me he referido a mi misma en varias ocasiones), pero sumamente delgada, sin que la cara ni el cuerpo me delaten la edad. Enniñecida, casi. Mi cuerpo es una serie andante de contradicciones del género femenino, de la feminidad, de lo sexual y lo erótico bajo la mirada colonizadora-blanca.

Definitivamente no hay puntos medios en medio de la construcción hegemónica que viene desde la mirada poscolonial macha-blanca-heteronormante. O somos puticas desenfrenadas en medio de nuestro exotismo sumamente erotizante, o somos virgencitas temerosas y mojigatas, siempre listas para ser descubiertas. Allí, echadas en un sofá, echándonos aire en la totona.

Lo que sucede entre los dos imaginarios (virgen-puta) no se piensa ni se siente, y en ese sentido, desnaturalizar esta visión de nuestros cuerpos es sumamente complejo porque precisamente los cuerpos sólo caben en las categorías dicotómicas. De modo que lo que sale de la norma, es castigado, humillado y sacado de lado. Y en medio de nuestros machismos, los de todxs porque fue bajo esa concepción del mundo y de los cuerpos bajo la cual fuimos criadxs, ha sido sumamente difícil intentar decosntruir este sentido común, al punto que las mismas mujeres le seguimos haciendo el coro a ese constructo.

Los cuerpos de las mujeres negras están incluso más oprimidos que los de las mujeres blancas por la exotización y la mirada europea sobre nuestros cuerpos «caribeños calientes». “Quiero partir de que los cuerpos de las mujeres negras son territorios racializados desde enunciaciones de poder de la mirada colonizadora y blanca, muy blanca”, me dijo KC cuando hablábamos de esto.

El punto de partida es entonces la india negra fértil caliente muy caliente al que las negras debemos atenernos porque dentro del imaginario colonial más pacato y miope sólo puede haber un cuerpo de mujer, un estándar. Entonces las demás de entrada somos caribeñas hot pero si nos ven más de cerquita y se dan cuenta que no inicia la criminalización de los cuerpos, y del ser.

Ahora, a pesar de ser imaginario arquetipado, el violentómetro empieza entonces en el cuerpo de una mujer blanca donde los cuerpos de las negras son simple comparación. Somos cuerpo caribe exotizado vestido a imagen y semejanza de la mujer blanca europea. Detrás de eso sólo hay exotización, pero no hay ser per sé.

Y así, en medio de la exotización y la querencia consanguínea de colonizar los cuerpos, nuestros cuerpos de negras son constantes descubrimientos: “Lo que obstaculizaba la verdad era la ropa, el impermeable entre el mundo interior y el mundo exterior. La reacción en contra del hombre [y de la mujer] vestido”.

Gracias Colón y toda tu prole, malditos hijueputas, por hacer de nuestros cuerpos un objeto que se descubre y se redescubre constantemente. Por hacernos el colmo de la perversión del objeto consumible. Mujeres vírgenes, fértiles para ser fecundadas = cuerpos erotizados y prostituidos para ser violados.

Según la agresión al cuerpo de la mujer blanca se mide el nuestro. Comparación, eterna comparación. Un cuerpo de negra es más violentable o agredible que el de una mujer blanca porque siempre hemos estado desnudas: la ropa europea y católica que nos echaron encima no nos viste.

Es por ello que la «feminidad» nuestra es tan diferente: yo nunca me había sentido femenina, ni sexy, ni deseable porque me estaba metiendo bajo el sentido común de esos estigmas que están vistos desde la mirada blanca. Y como yo no soy blanca y además no entro en el canon de belleza (ahora me jodí porque Disney sacó Moana, pero con más tetas y más culo, obvio), jamás iba a ser sexy.

“Nunca fuimos catequizados (…) Lo que hicimos fue Carnaval. El indio vestido como senador del Imperio”.  Lo que hemos hecho es carnaval: lo que hemos hecho en medio de la deconstrucción y el desentrañamiento, en medio de las prácticas conscientes en pro de la libertad se pasa por el forro los cánones dictatoriales sobre los cuerpos. Sí, nuestros cuerpos son territorios cuerpos hechos mujer y hechos vida que guerrean desde el cinismo y la alegría.

Lo mejor que nos pasó es ser mujeres negras: “contra la realidad social, vestida y opresora”.

Creo que precisamente allí, poco a poco, radica la posibilidad de dejar de pensarnos en categorías dicotómicas, y en empezar a mirar los cuerpos desde el sumo respeto. Desde un cuerpo que no es sólo culo-teta andante sino desde un cuerpo que se mueve, es sentipensante, y es sumamente diverso en toda su construcción biológica y cultural.


Gracias a KC por ser insumo literario fundamental para este texto. Gracias, mana, por nuestras tan necesarias conversas.
Ilustraciones de Pedro Marrero.

Sahili Franco

Nació en Caracas, el 15 de marzo de 1990. Inició su carrera editorial en el Taller de Creación Editorial Agujero Negro, formando parte del equipo de editorxs, correctorxs y productorxs de contenido de esta revista, órgano divulgativo de la Escuela de Artes-UCV. Durante ese período, inició paralelamente y de forma autodidacta estudios sobre la imagen, la gráfica, la fotografía, el cine y el audiovisual. Su producción de contenidos apunta a la comunicación pertinente de historias de vida que hablan respecto a la soberanía de los cuerpos, la alimentaria, la des-mercantilización de la vida y a las contradicciones discursivas y estructurales que enfrentamos como pueblo oprimido, colonizado y en eterna resistencia al mismo tiempo que incluye la necesidad discursiva y coyuntural que nos tocará atacar al momento. Sus canales de participación son el impreso y el web, y sus formatos, video y texto en géneros como la crónica, pequeños cuentos y micros.

Actualmente produce contenidos desde sus pequeñas trincheras de lucha, y trabaja como productora audiovisual freelance.