¿Capitalismo chimbo o avant garde? (II)

Como esbozábamos muy someramente en la nota anterior los orígenes de nuestro incipiente capitalismo en los albores del pasado siglo XX, supusieron una lucha encarnizada entre una casta de tenderos y mercachifles contra pequeños pero poderosos grupos de terratenientes. La confrontación se zanjaría a partir del célebre debate entre Vicente Lecuna y Alberto Adriani, acaudalado banquero el primero e influyente productor agropecuario el segundo.

En el célebre debate Adriani se enfrentó a la burguesía parasitaria y abogaba por una devaluación del bolívar para hacer más rentable la economía del café y el cacao. Sin embargo, el criterio de Lecuna se impondría, porque el financista quien había desempeñado un rol protagónico en la redacción de la Ley de Hidrocarburos de 1920 aseveró que si se devaluaba, la República terminaría recibiendo menos dólares por los proventos de las exportaciones petroleras.

Ese argumento bastó para echar por tierra las pretensiones de Adriani y supuso una estocada mortal para la economía no petrolera. Un poco más tarde Medina Angarita intentaría rescatar el pensamiento de Adriani, junto con un equipo de destacados intelectuales, entre quienes figuraban Arturo Uslar Pietri, Inocente Palacios y Manuel Egaña, entre otros. Las veleidades  nacionalistas de Medina le costarían un golpe de Estado.

Sindicato de mafiosos

Por esos años la burguesía parasitaria ya se había congregado alrededor de un “sindicato” de empresarios denominado Fedecámaras y habían hecho importantes esfuerzos por hacerle creer al país que sus intereses, encarnaban los intereses de la Patria. Y así vendría un período de dictadura militar corporativa con una importante expansión del sector construcción y la etapa democrática solo en sus aspectos más formales.

Entre 1920 y 1960 se lleva a cabo un formidable proceso de captación de la renta.  Nuestra economía creció con una fuerte propensión al consumo, pero dentro de un marco de exclusión de las mayorías (sólo 75% tenía acceso a un ingreso fijo mensual), la mayor tajada siempre y en todo momento se la llevaron los más pudientes, eso le ha dado pie al investigador, Luís Salas, para acuñar el polémico concepto de “un populismo para los ricos”.

Y la afirmación no es para nada descabellada, cifras de estudios rigurosos como las investigaciones del reconocido economista, Asdrúbal Baptista, hablan a las claras de una suerte de período dorado de nuestro naciente capitalismo que abarca precisamente el período comprendido entre 1920 y 1960. No es para nada casual que la imposición de la burguesía parasitaria terminara generando ganancias de ensueño incluso por encima del promedio mundial y de América Latina.

Durante los años señalados (1920-1960) Las cifras de Baptista revelan que, mientras la tasa de acumulación de capital creció a un ritmo de 3,6%, en el Mundo desarrollado, y en América Latina el incremento fue de 4,1%, en nuestro país esa relación casi se duplica al promediar un rango jugosamente elevado de 7,7%. Unos números que ciertamente no beneficiaron a Juan Bimba ni a Pablo Pueblo, sino a los Machado, Zuloagas, Vollmer, Franceschi, Mendozas y pare usted de contar.

El modelo productivo se basó en una estructura fuertemente concentrada, es decir monopólica y/u oligopólica, que le confirió a la burguesía tremendo poder para imponer sus puntos de vista, mediante la fijación de los precios. Cualquier parecido con la dura realidad actual no es mera coincidencia.

Por eso las supuestas leyes económicas que tanto machacan en la prensa convencional, no tienen ningún asidero en el país. Entre otras cosas, porque nunca han existido las condiciones para la idílica “competencia perfecta” ya que existe una estructura económica fundamentalmente controlada a placer por “cuatro gatos” muy pudientes.

Si nos fijamos bien en el país para cada producto existe sólo una o dos grandes marcas que lo producen, no más. Esto les da como bien explica el investigador, Luis Salas, tremendo poder de monopolio para fijar precios. Pensar que estos sujetos no utilizarán las grandes ventajas que les confiere su posición privilegiada para hacerse inmensamente ricos constituye una ingenuidad enorme o una crasa ignorancia.

Ni un pelo de tontos

Semejante esquema de relaciones no podía producir otra cosa que una economía periférica, altamente dependiente, con altos niveles de concentración, elevados niveles de exclusión social, porque al excluir los poderosos tienen más espacio para aplicar una racionalidad económica, fundamentada en el poder para imponer condiciones, bien sea mediante la fijación de precios a fin de obtener ganancias cada vez más elevadas con menos inversión; mediante el chantaje a la clase trabajadora con condiciones laborales leoninas y salarios de hambre y –por su puesto- mediante el control de cuánto se produce y cómo se distribuye.

No le puede gustar a los grandes cacaos del país que se hable de justicia social, soberanía plena e inclusión con la Revolución Bolivariana. Mucho menos que se incremente la capacidad de consumo del pueblo venezolano, porque ello deja al descubierto sus tremendas deficiencias como burguesía parasitaria, que ha bloqueado sistemáticamente las posibilidades de desarrollo de nuestra nación. Es que siguen actuando y pensando como los Amos del Valle o mejor aún como los pretensiosos tenderos y mercachifles que creen que la República Bolivariana de Venezuela es su pulpería personalizada. Definitivamente nuestro capitalismo no tiene nada de chimbo es completamente avant-garde y urge transformarlo radicalmente.

DesdeLaPlaza.com/Daniel Córdova Zerpa