El corazón político de los deportistas

Los deportistas, antes de ser celebridades, son ciudadanos, y como tales, no debería ser extraño que también tengan y expresen opiniones políticas. Pero en Venezuela, acostumbrada a los sobresaltos mentales que no aguantarían los suecos sin perder la cordura, hacerlo resulta un paso costoso que compromete el prestigio.

Durante la jornada más reciente de protestas violentas, idealizadas internacionalmente como una jornada de manifestaciones pacíficas que solo piden elecciones, algunas figuras relevantes del deporte nacional no han resistido la tentación de pronunciarse a favor de éstos y censurar al gobierno, sin que se distinga un ejercicio genuino de libertad de expresión o la maroma apresuradamente de sumarse a una caravana de opinión pública que los empuja, sin dejarle tiempo para analizar sosegadamente.

La plataforma usada para cruzar el umbral de la neutralidad con la que le exigen vivir ha sido el de las redes sociales, replicando escenas de la acción policial o la epopeya de algún muchacho anónimo arropado con la bandera, superando una columna de humo, como quien camina valientemente por el filo del infierno.

La prosa con la que habitualmente empiezan sus pronunciamientos parece una plantilla que remarca ante todo su condición de venezolanos –lo que nadie les niega-, y luego de esa especie de advertencia con las manos arriba y “sin interés político”, se vuelcan a describir una serie de emociones en las que incluyen una sensación de pecho apretado, lágrimas contenidas, solidaridad y un deseo irrefrenable de libertad para sus semejantes, dejando para el final la comprobación de sus buenas intenciones, expresando que oran igual por “oficialistas y opositores”. Y no dudo que recen, pero no sé por qué creo que la mención de los primeros es una piadosa decoración del discurso.

Afortunadamente para estos casos, que de seguro habrán recibido el reproche de algún seguidor de corazón chavista, se puede afirmar con cierto fresco en el alma, que no han sido objeto del mismo escarnio que sí han tenido que padecer los que se han confesado “rojo rojitos”.

En Venezuela, ciertos operadores de opinión sugieren el silencio como un refugio prudente para las celebridades sospechosamente chavistas, con el argumento edulcorado de que los talentos deportivos “nos representan a todos”. Hacer lo contrario, de acuerdo a estos catequistas de la unión, significaría propiciar la división y quitarse la aureola de entidades sin más utilidad que el espectáculo en las canchas. Para quienes desoyen esta advertencia, no escatiman en perpetrarles hateros linchamientos morales, que son tan osados que ni distinguen la consideración que merece un medallista de oro olímpico, como el caso de Rubén Limardo, quien por figurar en las listas parlamentarias del Psuv, mereció una caricatura infame de Rayma, quien le dibujó bañado en sangre.

Estos futbolistas de la selección nacional y peloteros de las grandes ligas, que legítimamente han expresado su preocupación por el país, al menos pueden contar ilesos que no les ha salpicado la cuarta parte de la incongruencia de compatriotas desquiciados, como los que durante los Juegos Olímpicos de Río 2016, exhibieron el desplante descomunal de ligar en contra de sus propios atletas, ya que las medallas que ganaran, iban a resultar un saldo a favor de Nicolás y no de Venezuela.

Desde este ejercicio particular de reflexión no le voy a pedir a estos ilustres atletas venezolanos que revisen su alma y adornen su identidad política por conveniencia. Más bien creo que es valiente y genuino cuando lo dicen, pero ya que incursionan en este pantano del debate político, es pertinente que admitan al menos la sugerencia de observar el revés de esa página con membrete de “brutal represión del régimen” que replican sin disenso fuera del país, para que contemplen también el testimonio de manifestaciones violentas que han dejado el saldo de mobiliario público destruido, oficinas gubernamentales quemadas, la acción homicida de arrojar objetos desde edificios contra otros venezolanos con el objetivo deliberado de hacer daño, el saqueo de establecimientos comerciales y el asedio a un hospital maternal, y discernir si estos sucesos tienen alguna pertinencia política e inspiración ideológica que no pueda ser cuestionable, y que no merezca un repudio similar y sonoro.

DesdeLaPlaza.com/Carlos Arellán Solórzano