Cuando el periodismo de albañal llegó en empaque importado

El “toque de queda” informativo que los medios de derecha impusieron en Venezuela el 13 de abril de 2002 se sentía no sólo en las casas, donde Tom y Jerry suplantaron la línea editorial de los noticieros, sino también en las calles donde resultaba anchamente notoria la ausencia de reporteros que transmitieran el desarrollo de unos hechos -que como se demostró casi de inmediato- dieron un vuelco a la historia política de Venezuela fulminando de raíz el golpe de Estado que -horas previas- el fascismo había asestado a la constitucionalidad derrocando al Comandante Hugo Chávez.

Con José Baig, colega venezolano que por entonces prestaba sus servicios para una agencia internacional y con quien había compartido responsabilidades reporteriles en Radio Fe y Alegría entre 1989 y 1991, me topé frente a la Fiscalía General de la República, en la avenida México, Caracas, sobre cuyo pavimento un mar de ciudadanas y ciudadanos denunciaba el secuestro del Presidente, acción urdida por el imperialismo y ejecutada por militares y civiles traidores que siempre se habían mostrado como aliados al Mandatario.

“¡Eres el único periodista que he visto desde que llegué! ¿Dónde están los demás?”, me preguntó, tallando en mi memoria su expresión facial de una incredulidad como más nunca he visto en cuanto a inquietud mediática se refiere y, al mismo tiempo, obligándome a reaccionar en torno a tan cruda realidad: el llamado blackout era más que una realidad.

Desde un teléfono público de la zona grabé un boletín para la YVKE Mundial, emisora en la que era coordinador de información. Los hechos que narré desde el sitio jamás salieron al aire, según supe luego, por una absurda decisión “administrativa” de quien en ese instante estaba al frente de la estación.

Minutos después, junto a Eloisa Lagonell (valiente comunicadora cuya vida ha estado al servicio de la causa revolucionaria y hoy es miembro del equipo editor del diario Correo del Orinoco), caminé hasta el Hotel Caracas Hilton (hoy Alba Caracas) con la intención de establecer contacto con medios internacionales que, suponíamos, allí estarían alojados. Pretendíamos denunciar ante el mundo tanto la masacre que dos días antes había ocasionado 19 víctimas mortales y también las que la misma derecha golpista proseguía causando entre el pueblo.

En esa búsqueda estábamos luego de ingresar a la edificación, cuando ocurrió el episodio que da título a esta nota. Un tipo alto, flaco y desgarbado se acercó a nosotros empleando buen idioma español, identificándose como periodista e imprimiendo –al menos en mí; nunca traté el asunto con Eloisa- el halo esperanzador antes citado.

“¿Ustedes son chavistas?”, preguntó, obteniendo como resultado la más obvia de las respuestas afirmativas. Sin dejar de sonreir, con sadismo “periodístico”,  seguida e inmediatamente dejó ver una aspiración que me estalló cual mortero en el pecho: “Quiero saber cómo fueron las últimas horas de Chávez”.

“¿De qué diario eres”?, le inquirí, aún aturdido ante su misión.

“De El nuevo herald”, acotó con la misma frialdad de antes y, a mi juicio, con cierto aire de supremacía.

Con humildad pero con decisión me separé de su indeseable compañía para minutos más tarde, siempre junto a Eloisa, conocer de la retoma de Miraflores por parte de Aristóbulo Istúriz y Jorge Giordani, entre otros, según manifestaba alegremente uno de los camaradas quien recibía aquellas informaciones telefónicamente.

Un vehículo en el que se desplazaban las también periodistas Cristina González y Elena Salcedo, pasó por mí para enfilar rumbo hacia YVKE Mundial y reforzar el rescate que de la emisora ya había iniciado el economista y exguerrillero Rómulo Henríquez. Mi compañera, junto a los reanimados revolucionarios que recibían las informaciones, partió hacia el centro de los acontecimientos en el palacio de gobierno.

La noticia de la movilización cívico militar que acabó con el agónico yugo de Pedro Carmona y sus cómplices asesinos, se regó de inmediato por los espacios del hotel. ¡Todo el mundo lo supo! a excepción de aquel fablistán mayamero para quien el renacimiento de la Revolución Bolivariana pasó como brisa contra el rostro.

Cual sicario mal pagado mendigaba su “Quiero saber cómo fueron las últimas horas de Chávez”, y ¿por qué no pensarlo? sembraba entre sus colegas de derecha nacidos en Venezuela, un detestable y nauseabundo periodismo de albañal que margina la noticia para optar por el amarillismo y la falta de ética que desgraciadamente aún pulula entre nosotros con innegable fuerza destructiva.

¡No pasarán!

DesdeLaPlaza.com/Ildegar Gil