Luego de la victoria del NO: ¿Hacia dónde se dirige Colombia?

Fin del Conflicto Armado
El pasado 2 de octubre, los colombianos rechazaron en las urnas el reciente acuerdo de paz que el Gobierno neogranadino había alcanzado con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC-EP) después de 52 años de guerra civil. Aunque el plebiscito indicó que el 50.2 por ciento rechazó el acuerdo de paz mientras que el 49.8 por ciento estaba a favor, las consecuencias que se derivan de esta decisión no parecen estar del todo claras

Una vez más fracasaron las encuestas. Menos de 60 mil colombianos rechazaron las condiciones establecidas en el acuerdo de paz con las FARC-EP. Bastó con que tan sólo el 37 por ciento de los votantes se manifestaran para que el mundo se conmocionase y un estado de shock se apoderara nuevamente de la nación cafetera. Los sondeos previos al plebiscito habían pronosticado una victoria con un margen de dos a uno para la opción del «Sí». La comunidad internacional colombiana había depositado sus esperanzas en que sus coterráneos votarían por la paz. Tanto las coaliciones del «Sí» y el «No» pensaban que el resultado sería determinante a favor del «Sí».

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El quid de la cuestión es que, en un contexto tan volátil, después de 52 años de conflicto pareciera ser que la mayoría de los colombianos se sienten atemorizados acerca de lo que significaría realmente la paz y los escenarios que se derivarían a razón de ésta. Aunque el gobierno colombiano y las FARC-EP prometieron, tras conocer los resultados, preservar el estado de no beligerancia entre ambos, es importante señalar que a partir del 2 de octubre nace una nueva interpretación de la realidad que se sostiene bajo tres pilares importantes.

Colombia debe superar la división interna en la realización de objetivos comunes

El mapa electoral muestra un país que se dividió en dos. Probablemente divido antes del plebiscito; aquellos que sufrieron los embates del conflicto armado y los que tan sólo lo veían a través de los medios de comunicación.  Pese a que el «No» se impuso con el 50,2 por ciento de los votos esto tan sólo significa que existe una mitad de los que votaron que apoyan el acuerdo de paz.

La campaña política se planteó en términos comunicacionales muy desiguales. El «Sí» dirigido por el presidente Juan Manuel Santos fue asociado con la gestión de su gobierno, mientras que el «No» dirigido por el expresidente Álvaro Uribe, se estableció bajo la noción de un liderazgo que hasta el momento de las elecciones había sido motivo de división y quiebre político. Los defensores en ambos campos no presentaron la opción del «Sí» como una tilde pro-paz y la opción del «No» como una marca anti-paz; sino como un «Sí» pro-Santos y un «No» pro-Uribe o anti-establishment. En concreto, el resultado no refleja un país que rechaza la paz sino una nación polarizada que acudió a un proceso electoral.

Más importante aún, es destacar que el resultado refleja patrones de voto divergentes entre el centro y la periferia colombiana. Los estados del centro, tradicionalmente más industrializados, serían los principales en votar en contra del acuerdo, mientras que los estados más pobres votarían a favor del cese de conflicto. Esto es, en cierto modo, la expresión de las desigualdades imperantes en un país con uno de los mayores coeficientes GINI del mundo. Para la analista internacional Amanda Vergara:

“Los resultados del domingo reflejan un país unido en la búsqueda de la paz, pero profundamente divididos sobre los medios cómo hacerlo. Ambas partes están aceptando los resultados como legítimos mientras discuten las maneras de cómo el país debe transitar hacia la paz. Los resultados del plebiscito parecen poco probables, en el corto plazo, al menos, para revertir la marcha hacia una solución política”

Del mismo modo, en todas las comunidades devastadas por la guerra los residentes votaron en gran medida por la opción del «Sí», mientras que en las partes del país con un menor número de víctimas, la mayoría de los ciudadanos creen que el acuerdo era demasiado indulgente y debía ser renegociado para incluir un castigo más severo para los guerrilleros desmovilizados. Se abre un debate tan desalentador, como inspirador: ¿Si las víctimas de las masacres están dispuestas a perdonar a las FARC, porqué muchos otros colombianos no están dispuestos a hacer lo mismo?

Las FARC-EP como partido político

Muchos colombianos no creen que las FARC-EP deban participar en la política. Aunque no se trata de un hecho meramente novedoso (a finales de la década de los ochenta, los partidos Unión Patriótica y Alianza Democrática M-19 surgieron de movimientos guerrilleros desmovilizados), algunos creen que se trata de delincuentes que deben estar en la cárcel y no en el gobierno. Si bien esto es un argumento válido, la realidad del tratado es que ningún miembro de las FARC-EP estaría dispuesto a negociar la paz si esta implica que ellos deberían ir a la cárcel.

Este vacío procedimental sirvió para que los partidarios de la opción del “No” pudieran construir su campaña sobre la posibilidad de que los exguerrilleros podrían ganar escaños en el Congreso. La lucha contra esta posibilidad permitió a los partidarios de la oposición al gobierno de Santos a hacer una renegociación en mejores términos sobre este tema. La pregunta que nace al calor de este escenario es si esto es viable para el país. Para el politólogo Miguel Nunes:

«Los colombianos votaron -por un estrecho margen de menos de 60.000 votos de un total de 13 millones de votos emitidos para rechazar los acuerdos de paz de La Habana. Hay mucha especulación en el tema de las FARC-EP como iniciativa política, por lo que se hace necesario un examen de conciencia acerca de cómo y por qué tantos colombianos votaron «No» y por qué las encuestas, que habían pronosticado una victoria «sí» erraron tan drásticamente».

Las FARC-EP no llegaron a la mesa de negociación como un bando derrotado. Como tal, fue capaz de negociar términos y presionar para obtener compromisos. ¿No sería mejor increpar a las FARC-EP a través del debate de ideas antes que la utilización de las armas de fuego? Esta premisa debe mantenerse como hilo conductor de cualquier iniciativa de pacificación.

El resultado de la expresión política no es el resultado de la expresión nacional

El asesinato de Jorge Eliécer Gaitán en las calles de Bogotá el 9 de abril de 1948, fue el detonante del conflicto de larga data en Colombia. Gaitán era un líder político que solía generar empatía con la gente, y en algún momento llegar a afirmar que el país político no es el país nacional. Cuando proclamó esto, se refería a la desconexión que existe entre la clase política y la clase obrera, los pobres y los sectores más desprotegidos de la población. Los resultados del plebiscito son el reflejo claro de esta desconexión. Nuevamente los líderes políticos ahora se reunirán en Bogotá para discutir el camino a seguir, mientras que las víctimas, que continúan inmersas en zonas de riesgo, deben mirar los toros desde la barrera.

En medio de la incertidumbre creada por el rechazo del acuerdo de paz, sólo algo pareciera estar claro: no se esperaba este resultado y por lo tanto ambas partes tienen algunas recomendaciones tangibles sobre la forma para desbloquear esta situación. El gobierno y la oposición saben que el tiempo es la esencia, ya que la rapidez de sus movimientos dependerá de la frialdad de sus cálculos para las elecciones presidenciales en 2018.

Colombia ¿Cuál es el camino a seguir?

El gobierno y la oposición han nombrado a tres representantes para iniciar un diálogo nacional e impulsar el proceso de paz. No hay duda de que la oposición va a entrar en estas negociaciones ante un gobierno de Santos debilitado. Sin embargo, Uribe hasta el momento sólo ha propuesto una suerte de amnistía para los miembros de menor rango de las FARC-EP, una concesión que ya era parte del acuerdo. Por tal motivo, los partidarios del “Sí” deben exigir que la oposición presente recomendaciones concretas sobre la manera de abordar esas partes del acuerdo de paz con la que no están de acuerdo.

Sin embargo, los riesgos de una nueva desestabilización son altos. La dirección de las FARC-EP muy probablemente permanecerán en La Habana mientras que los mandos medios seguirán en la selva colombiana. Ahora los miembros de la guerrilla en Colombia pueden decidir optar por una salida temprana, o unirse a grupos tales como el Ejército de Liberación Nacional (ELN) que no estaban incluidos en los acuerdos de paz. Estos otros grupos pueden tomar ventaja de la incertidumbre en el país, algo que puede convertirse fácilmente en frustración e ira, y conducir a nuevas olas de violencia.

Al igual que en muchos otros momentos de su historia, Colombia se encuentra en un cruce de caminos. Es deber inexorable de sus dirigentes políticos mostrar un verdadero liderazgo y desinterés por la resolución del conflicto, dejar atrás las viejas rivalidades y proponer soluciones que finalmente permitirán el cambio y dejarán una Colombia unida y en paz. De aquello que hablaba la cantautora argentina Mercedes Sosa; “Lo que cambió ayer, tendrá que cambiar mañana, así como cambio yo, en esta tierra lejana, cambia todo cambia…”

DesdeLaPlaza.com/Emanuel Mosquera