Crónicas de la tragedia: Cindy fue rescatada viva y su mamá jamás la encontró

A 16 años de “La Tragedia” de Vargas

-¡Adios mami! –Gritó Cindy desde la ventanilla del autobús.

-¡Pórtate bien! –Contestó Rocío, su mamá, con igual intensidad de voz, mientras veía alejarse a su hija entre varios gritos casi inaudibles de: chao, chao.

La soleada tarde del 09 de diciembre de 1999, cerca de la 1:30pm, dentro del terminal de pasajeros de Cúcuta, Colombia; madre e hija repetían el ritual de: cuídate mucho. Si mami, que escenificaban todos los años, desde que Cindy Yesenia Buitrago se viene a pasar vacaciones a Venezuela.

Rocío oyó el ronco sonido del motor del autobús casi perdido bajo el chillido de las cornetas. Dentro de la unidad de Expresos San Cristóbal, Cindy de 9 años y su abuela María Elena González de 71, iniciaban el viaje que las conduciría: desde Cúcuta hasta San Antonio del Táchira. De allí a San Cristóbal y una vez que se cambiaron de expreso, recorrieron los límites urbanos de la capital tachirense, sortearon cientos de curvas entre las montañas andinas, y luego de pasar Barinas empalmaron la carretera Centro Occidental –por los lados de Acarigua- terminando el viaje en el Terminal La Bandera de Caracas, casi 14 horas después de pasar más 900 kilómetros.

Rocío Buitriago de 27 años de edad, después de despedir a su hija, salió del terminal y regresó a su sitio de trabajo. Estaría algunos días sin su hija, así que pensó como el común de los padres, que aprovecharía esos días para descansar del ritmo acelerado al que la somete Cindy.

Entre los días 9 y 15 de diciembre, no tuvo noticias de su hija ni de la abuela.

A pesar de no tener noticias, Rocío había decidido no darle importancia a una pesadilla que tuvo tres días antes de que Cindy se fuera de vacaciones. En el sueño, la niña se le perdía entre un alud de gente que escapaba de un temblor, la escena del sueño ocurría cerca de un río. A pesar de que se lo comentó a la abuela en terminal de Cúcuta, durante esos días de incomunicación pensó que no la habían llamado porque todo estaba bien.

Acudía a trabajar y regresaba a casa para dormir y hacer algunas tareas menores. Rodeada por un silencio que se colgaba de las paredes de la casa, recordaba que por unos cuantos días no estaría Cindy curioseando por los rincones y que su uniforme de danza, reposaría también. Incluso llegó a sonreírse al pensar que el monto del recibo del agua bajaría de forma notable, ya que la chiquita delira por el agua y es capaz de pasar todo el día debajo de la ducha.

No obstante, Rocío sabía que las vacaciones de su hija eran muy bien ganadas, ya que sus calificaciones de fin de tercer grado resultaron excelentes. Además, año tras año, desde que Cindy tenía dos meses de nacida, venía a Venezuela a pasar unas semanas con sus familiares en el sector La Vega de Caracas.

Comienzo de la angustia

Amanecía en Cúcuta la mañana del 16 de diciembre de 1.999. Rocío salió de su residencia, una casa blanca con rejas del mismo color, ubicada en el número 243 del barrio Aeropuerto con rumbo a la “peluquería González”, donde se ha desempeñado como estilista de hombres en los últimos 11 años. Apenas pasaban de las 7:30am y hacía buen clima, sin mucho sol.

Mientras cerraba la puerta de su casa contestó el saludo de Don Guillermo, un vecino que trabaja como cerrajero y que todas las mañanas se lo cruza apenas sale para el trabajo. Se despidió de él y luego de caminar hasta la parada, abordó la camioneta de la línea Transoriental que la deja a media cuadra de la peluquería.

José Antonio González y Luz Marina Rincón, compañeros de trabajo, ya estaban preparando los utensilios de la jornada y la esperaron para tomarse un café y abrir las puertas al público… como lo hacían todos los días.

Esa mañana los clientes llegaron a cuenta gotas, pero a media mañana ya habían rebasado su capacidad. Así, necesitaron cortar cabellos a máquina forzada para concluir cerca del mediodía. Entonces colocaron el letrero de “Cerrado” y repitieron la ronda de café, pero esta vez incluyeron al periódico matutino, que ni siquiera habían tenido tiempo de revisar.

Se sentaron en la parte trasera de la tienda y cada quien tomó una parte del Diario La Opinión. A Rocío le llamó la atención un titular, destacado en la primera página y que la hizo escupir el café que tenía en la boca. No habían mayores explicaciones, pero si una contundencia capaz de derribar a una pirámide de hierro: “Tragedia en Venezuela. La Guaira desapareció”.

Decidida a contactar a cualquier persona que supiera de Cindy Yecenia, marcó el número telefónico de Jorge, un tío de la pequeña que vive en la ciudad de Cali.

-Hola Jorge, es Rocío ¿Quiubo?

-¿Qué tal? -Respondió Jorge.

-Más o menos, ¡Oiga! ¿Usted sabe si su mamá está en La Guaira, o se quedó en Caracas?

-¡No! No sé, pero ¿Qué pasó?

-Mire, es que acabo de leer en La Opinión que hubo una tragedia allá. La corriente de un río arrastró a un montón de casas en La Guaira y yo no he tenido noticias de ellas…

-¡Cómo va a ser! –Se asombra el tío.

-Si Jorge, la cosa como que está fea y yo tengo mucho miedo.

-Bueno, cálmese un poquito y déjeme llamar a casa de Javier para ver qué tal.

Rocío asintió y se quedó en su casa… esperando.

En Cali, Jorge marcaba el número de su hermano residenciado en La Vega de Caracas, pero todo intento resultó infructuoso, así se lo comunicó a Rocío unas tres horas después.

Ella le pidió a Jorge que le dictara el número de Javier y también hizo sus intentos fallidos. Hasta que se le ocurrió buscar en un librito que la abuela tiene metido en su cuarto. Uno donde anota los teléfonos de familiares y amigos y resultó que tanto Jorge como ella tenían un número volteado.

Hecha la corrección marcó nuevamente y… ¡Dios es grande! Javier contestaba desde Caracas, Venezuela:

-Aló ¿Quién es?

-Habla Rocío ¿Javier, cómo está usted?

-Yo bien, dígame.

-Javier, mire ¿Su mami y Cindy, ya estaban en La Guaira cuando la tragedia?

Se hizo silencio en medio de la respuesta. A Rocío le corrían rayos por el estómago y un médano le trancó la respiración y le secó la garganta.

-Sí Rocío, -dijo Javier con resignación- Ya estaban en la casa de Libia.

-¡Ay Dios mío! ¿Y sabe algo de ellas?

-Bueno, sólo de Libia, que fue rescatada con vida, pero está en un hospital.

-Javier, yo me largo de una vez para allá…

-Cálmese Rocío, llame a Jorge. Yo acabo de hablar con él y me dijo que se viene en estos días para acá.

-Ok.

Hasta allí duró la conversa. Una incertidumbre espesa, cruda, honda cruzaba la habitación y Rocío lloraba sola tendida en su cama.

Ya para la mañana siguiente, día 17 de diciembre, salió de su casa en el barrio Aeropuerto para poder tramitar su pasaporte y lograr la visa venezolana.

El papeleo y sus viajes de ida y vuelta a San Antonio del Táchira –para que las llamadas le salieran más baratas- concluyeron el 11 de enero cuando ¡Por fin! pudo ingresar a Venezuela con visa de turista.

Atravesó la misma ruta que su hija la abuela habían recorrido unos días antes. Sobre las dos de la madrugada del día 12 llegó a Caracas. Tras un par de llamadas supo que Libia, su comadre y tía de la niña Cindy Yecenia ya estaba fuera del hospital. Unos familiares pasaron por Rocío en La Bandera y de inmediato se fueron a recorrer La Carlota, el hospital de Coche y varios colegios que servían de refugios… pero no encontraron lo que buscaban.

Sería 19 de de agosto cuando visitó la oficina de la Asociación de familiares de personas desaparecidas. Allí pudo chequear un montón de videos de tv y logró reconocer a Cindy Yecenia y a su abuela María Elena en una especia de refugio… ambas con vida.

Vida de tv

Esa cinta de tv, le dio mucho valor a Rocío así que se juro quedarse en Venezuela y no volver a Cúcuta hasta encontrar a su hija.

Pasó todo el año 2000 entre Caracas y Valencia, durmiendo en casa unos de amigos que la recibieron y le dieron trabajos eventuales para que costeara su movilización por el país.

Recorrió Caracas de arriba abajo, también pateó las calles y avenidas de Barquisimeto, incluso llegó a Guayana y finalmente a Maracaibo porque en el video donde vio a su hija y a la abuela con vida decía: municipio Páez.

La foto de Cindy figuraba junto a otros 118 niños reportados con vida en medio de la tragedia, pero que sus padres no los habían encontrado.

Rocío no sabía si su hija fue dada en adopción a otra familia o quién la puede tener en realidad.

Acudió a los medios, le hicieron varias notas donde anunciaba su número de celular para que la ubicaran si tenían alguna información. Mucha gente la llamó para darle “pistas”. Salía corriendo a donde le indicaban… pero era mentira.

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Hace 14 años, yo cubrí esta historia para el diario Panorama de Maracaibo. Entonces era reportero y Rocío llegó a la sede del diario buscando hacer pública la búsqueda de su hija. Con el apoyo de mis jefes Luis Cañón, Oscar Silva y María Inés Delgado, el diario facilitó ayuda a Rocío y personalmente la acompañé en todos los sitios posibles de Maracaibo y hasta llegamos al municipio Páez, lugar a donde trasladaron varias decenas de damnificados. Recorrimos durante días, casas, barrios y hasta haciendas… Todas las pistas fueron falsas.

Esa historia de 119 niñas y niños declarados desaparecidos, tendrá que aclararse alguna vez. Es un oscuro capítulo de los días de la tragedia de Vargas.

Hace 10 años, tampoco supe más de Rocío… A 4 años de búsqueda, Cindy no había aparecido.

DesdeLaPlaza.com / Ernesto J. Navarro