El imperio no tiene por qué salvarse

En los casi cuarenta años de su creación, ver un nuevo filme de Star Wars no se trata únicamente de vivir la emoción de los combates aéreos o duelos entre guerreros con sables de luz. Tal vez sea la madurez de una obra, lo que es decir también la de sus espectadores, la que inevitablemente hace que una película como Rogue One (Walt Disney Pictures, 2016) sea una experiencia distinta y ese ojo del iniciado logre ver más allá del mito que sustenta una trama que ha sabido envejecer con la capacidad de renovarse. Una lectura política de esta historia nos acerca desde otro ángulo al argumento de esta nueva «película-enlace» entre dos sagas, un spin-off que nos obliga revisitar nuevamente, desde su punto de partida, los siete episodios de lo ocurrido hace mucho tiempo en una galaxia muy lejana.

En este nuevo filme han transcurrido cerca de dos décadas luego de la autoproclamación, ante el Senado galáctico de la desmembrada República, del Canciller supremo Palpatine como emperador. Como esos principados que según Nicolás Maquiavelo deben mantenerse cultivando las amistades que le favorezcan y eliminando a quienes lo ataquen, el emperador utiliza su alianza con el Senado para mantenerse en el poder mientras en secreto construye una superarma que le permitirá imponer más adelante el terrorismo de Estado, pero sin contar con que el programa armamentista tendría un «goteo» de información que comprometerá el futuro de su estrategia y será catalizador de los personajes que en una cadena de eventos harán que se cumpla la profecía del elegido, quien dará equilibrio a la fuerza.

La superarma, una estación espacial de tamaño lunar conocida como Estrella de la Muerte (EM-1), no es la del villano de tiras cómicas que busca destruir el mismo mundo que alberga a buenos y malos, por el contrario, destruye mundos como amenaza, como dispositivo de control mediante el terror, un disuasivo para aquellos que piensen en emanciparse de un megaestado militarista administrado por una burocracia clientelar cuyos orígenes se remontan al Episodio I, germen de la creación de la Confederación de Sistemas Independientes, que con ayuda de la aristocracia de la Federación de Comercio, el Clan bancario e industriales de la Tecno-Unión planificaron a la sombra de la mayor autoridad del Senado —quien luego ordenará aniquilarlos— la creación de un aparato militar-industrial separatista que desarrollará un ejército de droides y la EM-1, mientras que en una zona gris de la galaxia un ejército de clones será creado en nombre de la República para provocar la guerra que necesitaba el mismo conspirador y Canciller.

Del concilio que la conjura aristocrática e industrial realiza en Geonosis, planeta donde comienzan las Guerras clónicas en el Episodio II, escapa el Conde Dooku con los planos de la Estrella de la Muerte, originalmente un arma conceptual cuya autoría más adelante será reclamada por el autor de la doctrina política en la que se fundamenta su creación.  Galen Erso (Mads Mikkelsen), es un científico desertor que se exilia para eludir la responsabilidad de crear dicha arma planetaria bajo la dirección de Orson Krennic (Ben Mendelsohn). La vida de Erso y el secreto que guarda movilizan la trama central de Rogue One, en la que su hija y protagonista, Jin Erso (Felicity Jones) y el rebelde Cassian Andor (Diego Luna), se embarcan en un viaje con objetivos distintos, la muerte o el rescate de Erso, ambos motivos muy vinculados al seno de la Alianza Rebelde cuyo fin último es obtener los planos de la estación de batalla y para eso secuestran a la hija del científico, quien a través del extremista Saw Gerrera (Forrest Whitaker) conoce en detalle las intenciones de su padre.

Mientras tanto ocurre un juego de intrigas palaciegas.  Así como en El Castillo de Franz Kafka el poder se siente sin ser visto, en este filme la autoridad de un emperador ausente para el espectador la legitiman las maniobras que sus cortesanos, miembros de un establishment militar, realizan para obtener más poder. Un recreado Peter Cushing (1913-1994) reaparece por la técnica del motion tracking para reclamar su autoría sobre la Estrella de la Muerte, concepto y aplicación de la “Doctrina Tarkin”, fundamentada en el gobierno del terror. “Los gobernadores regionales tienen control directo sobre sus territorios. El temor mantendrá a los sistemas locales en línea”, señalaba el personaje al anunciarle a la junta militar en el Episodio IV que el Senado tardío había sido disuelto porque con la estación de batalla ya no le era necesario al imperio para sostenerse en el poder.

Tanto en la guerra como en la política luego de triunfar hay que saber cuándo detenerse, máxima que soslaya el director Krennic, quien reclama para sí la autoría y control de la superarma. “Que sus aspiraciones no le asfixien”, le dice en una aparición crucial el Oscuro señor del sith, en la determinante y característica voz que hace James Earl Jones de Darth Vader, mediante una reaparición cuyo orden recrea el génesis del personaje: su origen volcánico en el planeta Mustafar, un tanque de rehabilitación, el lustroso traje negro, la respiración característica, su frialdad y capacidad de infundir un temor mortal.

Son estos los primeros momentos de la insurgencia. Políticos hábiles como los senadores Bail Organa (Jimmy Smits) y Mon Mothma (Genevieve O’Reilly) saben que vienen tiempos de guerra y hay que buscar aliados, entre ellos los sobrevivientes de la purga jedi en el Episodio III, como Obi Wan Kenobi, miembro de una orden mística ahora retratada en ruinas arqueológicas, como el cristal con que elaboraban sus sables de luz, que pasó a tener otro valor de uso: el de un mineral enriquecido para el láser que destruirá planetas enteros. La “fuerza” es prácticamente un anuncio de predicador, las batallas son cuerpo a cuerpo en una guerra de guerrillas, quedando atrás las luchas de esgrima pertenecientes a “tiempos más civilizados” para abrirse en secuencias memorables de cine bélico, de antihéroes, mensajeros, espías y reclutas de un ejército guerrillero que en sus acciones de ataque y huída doblegará al ejército regular. “Que 10 parezcan 100”, dice quien comanda el escuadrón de soldados irreverentes a quienes poco importa el sacrificio y la inmolación necesarios porque “las rebeliones están hechas de esperanza”.

El imperio no tiene por qué salvarse y por eso la superarma es tan colosal como el semidios Aquiles: Erso es forzado a trabajar en ella y por ello la diseña con el propósito de que pueda ser destruida, siembra en ella la vulnerabilidad que permitirá que un joven granjero a bordo de un caza alas equis llegue a donde ninguno había llegado en 20 años de resistencia, creando las condiciones subjetivas que permitirán enfrentar al imperio más grande de la galaxia en los Episodios V y VI, con tácticas y estrategias que derrotarán a la tanática weltpolitik del terror, creadora de una segunda Estrella de la Muerte, para sobre sus escombros fundar la Nueva República, una hegemonía que luego de restaurada le tocará resistir, treinta años más tarde en el Episodio VII, ante el movimiento ultraderechista de la Primera Orden.

Aunque el filme no entra en el canon de los episodios, de forma original logra actualizar al espectador respecto a las sagas y es un vaso comunicante entre ellas. Dirigida por Gareth Edwards, la acción dramática de esta space opera emula el tipo de narración de sus anteriores sin guiños excesivos a los fans. Mutatis mutandi, hay vertiginosos combates aéreos con secuencias clásicas tipo documental de los X wing y Tie fighter a través de novedosos tiros de cámara subjetiva en cabinas y alas, junto a grandes planos cenitales; a la vez héroes y enemigos se enfrentan al ritmo del suspenso y la acción durante las intermitentes apariciones de la estación de batalla que ensaya sus primigenios rayos, cuya referencia en la memoria colectiva son Hiroshima y Nagasaki, haciendo que las aspiraciones de poder hundan a quienes no lo tienen, mientras quienes realmente lo poseen hacen gala de su crueldad, como en la escena-deja vú en la que aparece un Darth Vader en su dimensión exacta, realizando una masacre que es clímax y broche de este largometraje, el cual de la mano de una princesa rebelde dará un salto al hiperespacio que nos llevará de nuevo al filme de 1977. Una vez más, supieron hacerlo.

DesdeLaPlaza.com/Pedro Ibáñez