Frida Kalho y sus demonios en mi biblioteca

Para quienes leen mucho y, obviamente, para quienes encuentran en la escritura una forma de vida, la biblioteca es el lugar central de la casa. Todo empieza y termina en la biblioteca.

Para quienes no encuentran todavía la pasión de la lectura, la biblioteca es un lugar de completa nulidad, un espacio para acumular libros que jamás serán leídos o para sostener objetos de índoles mezcladas, apenas un suspensorio.

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Mi caso es el primero. En un pequeño apartamento con una biblioteca de siete metros de largo, es evidente para cualquier visita que se trata del hogar de alguien que lee con furia y escribe con fervor.

En estos últimos quince días, por razones laborales me tocó ir dos veces a Mérida. De la primera escribí la semana pasada. En el Mercado Principal de Mérida encontré dos libros del mexicano Paco Taibo II y no me aguanté para contarlo aquí.

Tres días después, el azar jugó a mi favor y tuve que volver. Antes de emprender el viaje de vuelta a Caracas, pasé por el mercado una vez más. Me detuve, como era de esperarse, en la librería y compré nuevos tesoros a muy buenos precios.

La Casa del Páramo

 

Pero la sorpresa me llegó en pleno páramo andino. Recordaba haber visitado la mejor tienda de artesanías por esos lados. La neblina bajaba amenazante y el frío se colaba por mis huesos, el hambre atacaba una vez más. Le comenté a mis compañeros de equipo que si encontraba la tienda, les iba a pedir detenernos un rato. No parecían muy felices, habíamos salido con tres horas de retraso y luego de varios días sin dormir, todos compartían la desesperación por estar en casa.

Rodamos. Rodamos muchísimo. Yo mirando hacia los lados. Perdía la fe.

Pero la tienda apareció. Allí estaba, con un ángel de madera en la entrada casi de mi altura. Sobre una pintura rosa viva, su nombre: La casa del Páramo. Un rincón mágico en medio de los paisajes más hermosos del mundo. En la falda de la montaña una casa repleta de inimitables artesanías de creadores y creadoras de los alrededores: Táchira, Mérida y Trujillo reposan allí.

Casi de un salto me bajé del vehículo. El frío hacia de mi cuerpo una sola pieza de hielo. Pero ni eso pudo detenerme. Una rápida vuelta me resultó suficiente para enamorarme de las piezas de Ximena Carballo, quien presentaba en La casa del Páramo varias piezas únicas recordando a la genial mexicana Frida Kalho. Al lado de las Fridas, los diablos con un gato sobre su hombro derecho. No venían juntos, pero los pude vislumbrar armando una fiesta en mi biblioteca. Imaginé de inmediato el anaquel que habrían de adornar al día siguiente e hice la compra sin arrepentimiento alguno.

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No compré souvenirs para nadie más, sólo para mi biblioteca. Porque es la biblioteca el lugar protagónico de mi diminuto apartamento. Ella se apodera de todo desde que uno abre la puerta. Frida y sus demonios, me dije. Y con mucho cuidado los llevé a casa, hubiese sido fatal que sufrieran heridas en el camino.

Llegaron ilesos y hoy están allí, acompañando a Paul Auster y J.M. Coetzee, esperando una futura visita para ver quiénes más de ellos se suman a la tropa.

 

DesdeLAPlaza.com/ Gipsy Gastello