Caracas es así: Cuentos de un zuliano en la capital

No hay duda que Caracas es aquella ciudad que más venezolanos foráneos cobija entre sus altos edificios. De Bolívar, Delta Amacuro, Zulia o Sucre, no hay ninguno que, con ánimos de querer emprender en un determinado ramo en específico, decide terminar en esta ciudad. A propósito de ello, a continuación dejamos una crónica que narra específicamente estas vivencias:

Luego de 16 años, aún no he podido leer “La Ilíada”, es como un trauma o más bien una especie de arrechera acumulada.

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Tenía 24 cuando se me ocurrió dejar mi pueblo a orillas del lago de Maracaibo, atraído por el mismo espejismo que causó un éxodo campesino en épocas de Rómulo Betancourt. Vivía una crisis existencial de poeta borracho, así que empredí la ruta.

En una fiesta de despedida, que terminó en abrazos ebrios de esos que juran amor eterno, el poeta y periodista maracaibero Raúl Semprún (con quien compartimos la incipiencia de una afición por la poesía siendo unos carajitos) se retiró del jolgorio en silencio, no dijo nada que sonara a “adios”. Sólo se le ocurrió regalarme un libro del escritor Alfredo Bryce Echenique (Un mundo para Julius) al que le estampó una larguísima dedicatoria, de la que recuerdo de memoria varios fragmentos, justamente porque me servían (y aún hoy me sirven) de brújula.

“Espero que el Valle del Ávila se busque más que ahora, que ni se encuentra (…) En esa ciudad, erótica hasta el tuétano, los versos le harán de guía en medio de tanta soledad lanzada al cielo como despojos”. Además me recomendaba mantener lecturas poderosas para alimentar el alma. Y cerraba con un consejo: “pensar alto, mirar profundo, lo demás cabe en las papeleras y eso no es para las almas elegidas”.

Lo cierto es que por culpa de un taxista, me ofrecieron un trabajo en Caracas y así me largué de mi pueblo sin mirar para atrás (pero esa historia ahora no viene a cuento). Llegué al Nuevo Circo con una maletica de ropa y una mucho más grande repleta de libros. Era la madrugada del sábado y no tenía dónde vivir y nadie a quien pedirle una cama prestada.

Después de mucho caminar aquella mañana, por sitios que jamás había visto, una señora que trotaba con un perro encadenado y que se detuvo en un semáforo me dijo, jadenado como quien tiene un orgasmo, que buscara “la calle de los hoteles”. Entonces caminando, encontré mi primera residencia en “la capital”: un motelito con olor a humedad, que de noche arrullaba con gritos de excitación y calificativos de alcoba y de día dejaba salir a vampiros que se escondían del sol con lentes oscuros.

Fue también allí, durante la primera semana de entradas y salidas por razones de trabajo, donde descubrí que cada vez que volvía a ese motelito tipo pensión (1) encontraba mis maletas en su sitio, pero siempre con algo menos… incluyendo La Ilíada, libro del cual tenía dos ediciones diferentes con hermosos empastados que alguna vez compré en “El Emporio del Libro”, en Maracaibo.

Para cuando decidí irme de allí, con los avisos clasificados como mapa, habían pasado dos semanas y mis pocos ahorros mermaban violentamente a pesar de que mi dieta -de almuerzo y cena- se basaba únicamente en perros calientes pura papa.

Entendí a la mala que debía irme del motelito donde fantaseaba ser como esos escritores que aparecen en los libros; porque sino iba a quedar desnudo y sin dinero. Y como el que padece del síndrome de Estocolmo, me despedí gustoso de mis fiscales de equipaje porque ya les tenía cariño. Besé a Carmela, Sonia, Ninfa, también dije adios al señor Vicente y hasta los tres perros que rondaban la entrada… pero justo antes de salir, cuando sólo me faltaba besar a Tatiana ¡Oh Sorpresa! Ella hojeba una de mis Ilíadas.

Creí que recuperaría aquel libro, que ella lo tenía para devolvermelo, pero estuve equivocado. Y a pesar de que le mostré mi nombre escrito de forma cifrada en 3 partes distintas del libro que ella sostenía, me dijo como quien defiende un fuerte que se lo habían regalado y… nada… ¡Maldito, libro! Aún sigo sin leerlo.

Nadie se muere de hambre

No tardé mucho en descubrir algunas claves de la capital:

-En Caracas nadie se muere de hambre.

-Cada quien se bebe un café diferente.

-La plata está en la calle y hay que salir a buscarla.

-Pueden ocurrir milagros extraños.

Una década y media más tarde, cada vez que veo a un chamín con un morral al hombro, llamando desde un teléfono público con los clasificados doblados en la mano y rayados de bolígrafo, me da una nostalgia de llanto.

Eso mismo hice yo: dos maletas, las manos manchadas de tinta de periódico y un montón de gente detrás de mi esperando para usar un teléfono público en la Plaza Brión de Chacaito. Después de varios intentos una voz telefónica muy amable me dijo que ya había alquilado la habitación, pero que si quería hallar vivienda debía hacer llamadas los lunes antes de las 8 AM porque “los lunes aparecen los avisos nuevos y después de esa hora no va a conseguir nada”.

Igual seguí llamando. Hacía un intento y daba paso al siguiente de la cola. Uno de los que dejé pasar fue Alcides. Me vio y me preguntó si había encontrado alguna habitación. Encogí los hombros.

Me ofreció subarrendarme una habitación que él había alquilado, no por necesidad sino “porque estaba a buen precio y era rolo e’ negocio”. Podría alquilarmela por 8 mil bolívares (de los viejos, para ganarse alguito) pero la condición era que no podía decir que vivía allí, no podía llevar visitar, ni hablar con nadie del edificio, muchísimo menos atender el teléfono que estaba en la sala (a menos que repicara 3 veces y colgaran. Era una clave para saber que era él). Agregó que vendría los sábados sólo para despistar.

Me pareció rarísimo, pero estaba en la calle y la necesidad me empujaba. Le dije que aceptaba y quedamos en encontrarnos ese mismo día, debajo del puente de la Avenida Fuerzas Armadas, en la panadería Punceres a las 4 de la tarde. Y así, a hurtadillas entré en mi segunda residencia capitalina ubicada de Socorro a Calero.

Pedir café, una tesis de grado

Durante casi un año, debí salir de ese apartamento a las 4:30 AM para evitar a los vecinos y regresar fuera de las horas pico. Dediqué largas jornadas a desarrollar un sentido de observación a prueba de espías, conocí de lejos a mis vecinos, detecté sus horarios de entradas y salidas y puded ensayar las mías para volverme un fantasma.

Una de esas madrugadas en que salí del apartamento conocí a doña María, una señora de origen portugués que tenía la costumbre de tomar café a las 5 de la mañana, cada día en el mismo sitio de la Panadería Punceres. María pedía sin equivocaciones un extraño marrón claro corto tibio (2) Pero no era la única, pedir un café en Caracas requiere de un exhautivo manual digno de un texto de doctorado.

Después de doña María siempre me cruzaba de lunes a viernes en la avenida Urdaneta, con un hombre de unos 40 años, que bajaba de una buseta, aún con el cielo oscuro, en muletas. Caminaba con dificultad, pero caminaba.

Éste hombre, ocupaba la esquina Norte de la avenida Urdaneta debajo del Puente de las Fuerzas Armadas. Allí se sentaba. Colocaba las muletas en el suelo y acto seguido se quitaba las piernas (osea las dos prótesis) Pedía dinero hasta las 3 de la tarde cuando un taxi lo pasaba buscando para llevárselo a su casa: era un mendigo profesional que hasta chofer tenía.

Sabana Grande o una Gran Sabana

Para el año 2000, Caracas -que no fue destruida por el Y2k- era el residuo del tsunami adeco-copeyano. Para decirlo en perfecto español castizo: Era una ciudad hecha mierda, donde te pegaban dos tiros para quitarte unos zapatos de goma en la época de “los jordan”.

Esa ciudad abandonada a su suerte, fue claramente descrita por la banda Desorden Público en su disco Plomo Revienta. Y aunque esos mismos músicos digan ahora que en la cuarta Venezuela era un paraíso, ese disco será siempre un puñal para que se hagan el Harakiri.

Por esos días, atravesar el bulevar de Sabana Grande era un acto de valentía. De Chacaito a Plaza Venezuela se apelotonaban miles de buhoneros que dejaban espacio apenas para 4 carriles por donde circulaban: gente, mercancía, choros, predicadores y tombos de ida y de venida.

En esa selva de pantaletas y ventas de “pótergüer” (porque son puros potes) dos niños me apuntaron con un arma, me quitaron los zapatos, un suéter que jamás me quitaba y mientras los buhoneros me miraron como quien ve una película (sólo les faltaban las cotufas), los asaltantes huyeron sin que nadie dijera ni ñé. Sabana Grande era eso, una selva donde funcionaba una sociedad de cómplices perfectos.

Aquel primero de enero, cuando Chávez ordenó a Bernal tomar control del bulevar, despejarlo, atender a los buhoneros para que tuviesen dónde trabajar y abrir ese espacio para la gente… pude ver una que por la sobrepoblación jamás había visto.

Huye de la Plaza Bolívar

Mi primer acercamiento al centro de Caracas fue trabajando como reportero vespertino de la Radio Nacional de Venezuela. Isbemar Jiménez, que era la jefa del departamento de prensa, me había dado pauta para cubrir una ofrenda al Padre de la Patria a las 5 de la tarde, si mal no recuerdo era un acto del partido comunista, pero no estoy muy seguro. Llegué al sitio y no había nadie, así que me senté a esperar.

Pasada una hora me llama América Millán, que hacía de coordinadora del noticiero estelar:

-¿Qué tal la pauta? -Preguntó

No ha llegado nadie, mija -Le dije.

-¿Y tu dónde estás?

-¡Vah puej, en la plaza. Esperando instrucciones!

Muchacho! Váyase de ahí, que no te agarre la noche en el centro

Todos lo sabían, al caer la noche, el centro de la capital era territorio de nadie o mejor dicho, de la delincuencia. Cerraban las oficinas de organismos públicos y… sálvese quien pueda.

Sería el Comandante Chávez (les guste o no) el que recuperó el casco histórico de Caracas para la vida, para la gente.

Hace un par de años, durante una Ruta Nocturna vi a América caminando entre los kioskos de ventas de artesanías y era cerca de la media noche… Miles estábamos a esa hora en el centro ¡Cuanto ha cambiado Caracas! Pensé.

Un antojo de todos

Siempre que mis primos o mis amigos del Zulia me preguntan si me ladillan las colas de Caracas, les digo que cuando asumí que para donde quiera que uno vaya hay mucha gente, me fastidiaron menos.

Si se te antoja un helado, de seguro 400 mil personas pensaron lo mismo y están antes que uno pidiendo el mismo helado.

Si uno se va al metro para evitar el tráfico, 2 millones lo pensaron primero que yo.

Si es el cine, da igual. Ir al béisbol (a ver cómo Magallanes derrota a los Leones. Je,je,je) se hace cola, o para esperar bicicleta del programa “Caracas Rueda Libre”… Caracas es una cola.

En una cola

Las colas parieron una solución acrobátia y olímpica: los moto-taxi. Una forma de no perder el día estacionado en un carro, pero un medio de transporte no apto para cardíacos.

Año 2010. Embarco una moto para hacer la ruta de la oficina de Cantv en Los Cortijos a la sede de la avenida Libertador. Eran las 4:30pm y las colas una maldición.

Sobre el puente de Los Ruices, el mototaxista serpenteaba los vehículos como en una pista de motocross. Pero no pudo atravesar todo el puente de un sólo viaje. Obligado por la masa vehicular detuvo la moto detrás de un toyota corolla color negro, que estaba a medio camino entre un carril y otro de la avenida. Tenía los vidrios abajo, por eso el motorizado divisó velozmente que el chofer mostraba un reloj de pulsera en el brazo que tenía fuera de la ventana.

Como pudo empujó la moto para atrás. Se hizo espacio entre dos carros y ¡Ras! Le arrancó el reloj al tipo del corolla. Yo empecé a gritar y terminando de bajar el puente de Los Ruices paró la moto.

Mardito vos sois loco -le reclamé- Si te agarran me meten preso a mi también ¿Vos sois choro?

-Nooo el mio. Yo no soy choro, lo que pasa es que ese reloj estaba muy bandera.

Es decir, la culpa era del tipo del corolla.

Haciendo un resumen: En una cola me convertí, a juro, en cómplice de un atraco.

Te amo – Te odio

Con Caracas -al igual que con Chávez- no hay medias tintas. La amas o la odias.

-Hay los que jamás se irían de Caracas o los que juran que nunca vivirían en ese verguero.

-Hay los que lloran al ver las guacamayas que cruzan la ciudad cada tarde o los que agradecen a dios que haya puesto una montaña para que los caraqueños no vivan en La Guaira.

-Hay los escriben sobre la ensoñación de Los Techos Rojos o los que escriben cientos de artículos sobre los malandros de la capital.

-Hay los que creen que es la sucursal del cielo o los que la miran como al infierno bíblico.

-Hay los que están siempre y los que no estarán nunca.

Yo, soy orgullosamente zuliano, pero decidí quedarme en esta locura porque es el manicomio donde no me siento preso.

Creo que con este texto que escribí una noche de junio de 2011,lo explico mejor:

De aquí soy

“…no recés pidiendo auxilio,
y bancáte el mal delirio,
si este beso ponzoñoso te alcanzó…
Como toda mujerzuela,
esta Parca me desvela”

(Subirá – Céspedes / Bersuit)

Esta ciudad no se calla nunca
no abre grietas
amenaza,
te mira con prepotencia
no sabe recibir a los recién llegados
empuja y empuja hasta que te saca
es una maestra en el arte de la marginación…

esta ciudad no tiene sabores
huele a basura acumulada y a bolsas tiradas por el balcón
los buenos deambulan miserablemente
el resto mira con desprecio desde las ventanas

esta ciudad te regala miedos en vez de mapas
y amenazas en vez de postales
corre sin descanso para que no te montes
para fatigarte
te escupe
te insulta
tiene besos que envenenan
como lágrimas de sangre

esta ciudad es el escondite predilecto
de cierto tipo de seres que ya no cabemos en otros techos
es decir
que a este caos pertenezco…

soy un ente de estas colas
de estos gritos
de las cornetas infernales
de las ofensas baratas y los piropos ardientes
del sexo insinuado en las puertas
de la emboscada y la borrachera
soy amigo de otros mutantes exiliados
de malandros de vitral
y guerreras nocturnas

aquí pertenezco
a donde los conspiradores se disfrazan de pueblo
y donde el pueblo es acusado de extremista
soy de una ciudad donde muchos sueñan salir en pantallas de tv
donde me asfixio con rock and roll
donde descubrí que casi nadie es de aquí
y que esto es una babel de cartón

de aquí soy
aunque sea mentira
soy de esta selva aunque no vaya a centros comerciales
aunque no desee escalas ni propiedades
tampoco modas ni basuras maquilladas

soy de esta ciudad porque me enamora el Ávila
porque no duermo con tus buenas noches
ni me despiertan tus alarmas
porque te encontré: Indira Carpio, y me fraguas pulmón a pulmón…

soy de aquí,
de esta Caracas hija de puta, porque me dio la gana.

DesdeLaPlaza / Ernesto J. Navarro

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(1) Para dejar claro, no es el hotel donde un cura fue asesinado por su amante. http://www.aporrea.org/ddhh/n76836.html

(2) ¡¡¡ Café Calienteeeee!!!http://www.gdc.gob.ve/content/site/module/pages/op/displaypage/page_id/396/highlight/Cafe/format/html/