Como la vida misma (II)

CDSM o LPMQLP

Pasaste un viernes de copas y una noche loca, llegaste cuando el día sábado apenas comenzaba, tomas agua, haces pipí y te acuestas en tu camita, escuchando a lo lejos el trinar de los pajaritos de la mañana…

De pronto, un estruendo retumba en lo más profundo de tu hipotálamo y sientes que con cada golpe se te van partiendo, poco a poco, cada uno de tus dientes y nervios. El vecino de al lado, ha decidido colgar todos los cuadros que se consiguió en el maletero y además, al fin le hizo caso a su mujer, para instalar los gabinetes del cuarto, taladrando las paredes y también tu cerebro, sin compasión.

La niña que has visto crecer con el pasar de los años, esa que vive en el piso de arriba, ya aprendió a caminar y se apoya con todas las sillas de la casa y las arrastra por el piso generando un chillido que se mete en tu tímpano y se arrastra por dentro dejando un surco de dolor, así igualito al que te hacía erizar cuando pasaban las uñas en el pizarrón del colegio. Sin olvidar que toda esta melodía del demonio, va acompañada de los tacones de la mamá que ahora se pone y se ve tan cuchi.

Adoras y defiendes a los animales pero necesitas adobar y preparar al horno al par de loros impertinentes y parlanchines que no respetan horarios ni volúmenes ¡ningún día de la semana! Esto ocurre, mientras piensas de qué manera puedes depositarle el dinero que necesita la viejita, esa la que vive al otro lado, para que llame al plomero y mande a reparar de una buena vez las tuberías que hacen su concierto cada vez que baja la condenada poceta.

Seguir las normas

Ojalá lo de los cables de la televisión por suscripción guindando por la ventana o la decoración moteada de aires acondicionados fuese lo único que me molesta de vivir en este edificio. Definitivamente el sentido común escasea cuando hay más de una familia por piso o por cuadra.

Si el puesto de estacionamiento está demarcado por una raya amarilla, delimitando donde comienza y donde termina el espacio para que aparques tu vehículo, ¿por qué? ¡Oh Santo Miyagui de Okinawa! ¿Por qué coño tienes que pararte encima de ella? ¿Por qué tienes que acercarte tanto al borde impidiendo que yo pueda abrir la puerta? ¿Por qué crees que tienes el derecho de construir un maletero inmenso, si sabes que vas a invadir buena parte del espacio que me corresponde? ¿Quieres desatar mi furia? ¡Ayúdame Optimus Prime! Respira Victoria, son tus queridos vecinos. La técnica del “gusfraba” se me agota cuando a veces llego y tengo que hacer piruetas al mejor estilo de Los Dukes de Hazzard y estacionar el carro casi que en dos ruedas como un Hot Wheels.

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El tiempo para estacionar en la zona de carga es directamente proporcional a la flojera que le da a algunos vecinos de llevar su vehículo a su respectivo puesto o, al grado de la pea con la que haya llegado el conductor. Si se trata de algún desperfecto o accidente, sirve de guarida y taller sin ningún problema, también puede servir como puesto de visitantes, sin importar el tiempo de estadía. Así que, si usted pretende utilizar este espacio común para todos los vecinos, un momentico para descargar y bajar el mercado, ¡jódase! Y olvídese de eso.

Cuando las ganas se juntan

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Algunos enamorados (o absolutamente quesúos) que no poseen recursos para costear la estadía en sitios “tirístico” de la ciudad, o sencillamente ya no se aguantan las ganas de practicar el sexo sin tapujos, recurren a las escaleras y azoteas de algunos conjuntos residenciales a lo largo y ancho del país.

Lo bueno: te ahorras la plata en el “5 letras”. Dicen que se puede usar los pasamanos como apoyo estratégico para maniobrar.

Lo malo: puede que te toque salir corriendo con los pantalones en las rodillas y un traspiés te puede hacer rodar escaleras abajo. Además que no debe ser nada cómodo recostarse en las escaleras o poner las nalgas peladas en el piso frío.

Lo feo: se lo consiguen las conserjes cuando les toca limpiar tener que detectar manchas sospechosas que chorrean las paredes que no pasarían la prueba de luz ultravioleta.

Por otro lado están los que recurren a utilizar el interior de sus vehículos para practicar el popular “maniculiteteo” y otros practican aficionadamente “karaoke”, entonces echan el asiento hacia atrás, ponen musiquita, encienden el aire acondicionado y colocan estratégicamente el tapasol. Luego comienza el chillido de los amortiguadores y el carro comienza a saltar.

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 Si la cosa se pone buena se empañarán los vidrios, como aquella escena de Titanic y si los tiene ahumados, tranquilo, que nadie se enterará y podrá salirse con la suya (a menos que llegue el vigilante con una linterna y le toque el vidrio cortándole la inspiración). Cuidado con andar manchando la tapicería.

Tome nota de estas observaciones a la hora de ponerse creativo, en esos momentos de atender a su novia ninfómana o cuando su novio cargue un verano del bueno y no tengan platica para el hotel.

Continuará…