Chainataun (I)

Recopilo las experiencias que alguna vez conté.

Vamos que nos vamos

No me considero una viajera como tal, soy demasiado maniática para organizar viajes y más si son para un destino tan lejano, así que no encontraba la forma de organizar la maleta ni mi cabeza. China, decía el boleto y yo no tenía la menor idea de lo mucho que significaría esta travesía en la vida de esta pobre mortal.

Traté de agarrar todos mis miedos, inseguridades y falta de coraje y los guardé bien lejos para que no me estorbaran. «¡Que no se me quede el cepillo de dientes!» traté, sin éxito, de mantener la calma para no desarmarme del poco valor que tenía. Para describirlo un poco más, es esa sensación cuando estas al borde del trampolín de una piscina y saltarás por primera vez… sabes que lo puedes hacer, quieres hacerlo para vivir la experiencia, todos esperan que lo hagas bien, tienes las herramientas físicas y mentales para lograrlo pero te da un sustico y aprietas esas nalgas, bueno… Así.

Desde que entré al aeropuerto, forrada de expectativas y ansiedades, pensé que sería un momento para estar conmigo misma, si, a veces uno quiere mandar al universo entero a la mierda y estar simplemente sólo, se desea y se dice fácil pero, compadre, eso es muy arrecho. Encontrarse con uno mismo, es como esa parte de la película de La Historia Sin Fin, cuando Atreyu tiene que verse en el espejo (con todo y los violines de fondo anunciando el suspenso y clímax del momento). Aun así a uno lo enseñaron a echar pa’ lante, a crecerse ante las adversidades y a no dejarse vencer por los miedos pajúos que uno puede llegar a tener.

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¿Aquí venden lumpias?

Cada mañana en ese país fue extraño, tienen costumbres tan distintas a las de este lado del charco, como la de desayunar ensaladas, jojoto hervido, sopas y vegetales al vapor. No toman bebidas frías, porque piensan que el hielo hace daño para los dientes y la garganta. Por eso hasta la cerveza la toman a temperatura ambiente, a pesar de que cuando fui era verano y hacían unos cómodos 37°grados centígrados, con una humedad del quinto cdsm que te hace sudar así no te muevas ni un centímetro.

Me dispuse y propuse a probar todo lo que sirvieran en la mesa, no por gula, sino por mera curiosidad, ya que nada tiene el aspecto de algún alimento que pudiera reconocer. Vegetales extraños que jamás había visto, ni en revistas. Muchos hongos y maticas… Comen muchos vegetales todo el tiempo. Toman mucho té, de jazmín, crisantemo, verde, negro, sin azúcar y lo sirven en vasos largos de vidrio o en copas pequeñas. Rara vez lo sirvieron en tazas.

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En cada almuerzo que tuve, servían de 13 a 19 platos, todo en pequeñas porciones, entre ensaladas, dulces, cerdo, pescado, frituras, picante, sopas, salado, luego dulce, crujiente, dumplings, fideos y arroz, mucho arroz, blanco, pegostoso y desabrido, como el del sushi. Los bollos de masa (como los de Kung Fu Panda) no saben a nada, son para remojar en las salsas de cada plato. Todo eso era un sólo almuerzo. Ellos creen que si estimulas todas las papilas gustativas con tantos sabores a la vez, no hace falta gran cantidad de comida. Los postres como tal son harinosos, no muy dulces y generalmente de alguna nuez o fruto seco. Los helados son extremadamente dulces y de frutas que, obviamente, no conocía. Pocos cítricos. Y a diferencia de lo que muchos piensan, no usan casi la salsa de soya ni la agridulce. No llegué a comer insectos fritos, no es tan común como creen, de hecho no está en los menús, allá comer eso también es una excentricidad.

Comí con gusto porque el simple hecho de estar en China y comer lo que me ofrecían ya era un lujo y además porque rechazar la comida es considerado una ofensa fatal y no iba yo a ofender a nadie, a ver si me ganaba unas cuantas patadas a lo Bruce Lee. Me enseñaron bien en mi casa.

DesdeLaPlaza.com/Victoria Torres