El tedio, «voy es bien tarde» o la desesperación en pasta

Bibibibip bibibibip bibibibip .

5 minutos más tarde, bis. Bibibibip bibibibip bibibibip. Y así por una hora o más. Va creciendo esa enorme necesidad de agarrar el maldito perol y lanzarlo y ser felices. Excepto cuando es el celular, ahí si nos medimos. Malditos despertadores. Pedazo de intento de progreso. Son como las impresoras. Llegaron para jodernos la vida.

La cosa va más o menos así: «Si salgo a las 6.30 llego cerca de las 7 para agarrar el que sale a esa hora y no esperar una hora. Está forzado. Pero sí llego» o «Está lloviendo. Si salgo ahorita me voy a mojar pero llegaré a las ocho en punto, así no me amonestan. Pero está lloviendo.» Dos horas después «Estoy emparamada. Y este aire a mil. Y no traje suéter». Una vez en hora pico en Plaza Venezuela vi cómo le pasaban por encima a un señor en silla de ruedas para montarse en el vagón que acababa de llegar y venía hasta los cojones.

¿Qué necesidad real tenemos de poner tres alarmas que vamos a apagar, de salir ‘espepitaxs y llevarnos a la gente por delante, de meternos apachurraxs dentro de la camionetica pa no esperar la otra, de subir corriendo las escaleras del Metro pa llegar «antes»? ¿Antes de qué? ¿Qué nos espera? ¿Cuál es la medida de tiempo real que se supone estamos ahorrando? ¿De verdad correr esas escaleras nos hace adelantar el tiempo? ¿Qué es eso tan valioso que estamos perdiendo?

Así como he corrido como loca para agarrar el puto MetroBus también lo he esperado una hora y media. Y todo ese tiempo  pensando “me están haciendo perder el tiempo. Tengo cosas que hacer» mezclado con un “qué fastidio tan grande todo esto”.

La revolución tecnológica llegó para quedarse, para que siguiéramos creyéndonos el cuento de que mientras más rápido mejor, de que antes es más, de que sí ahorramos tiempo, mientras que esas circunstancias cotidianas modernas por las que tanto corremos producen que lleguemos tarde casi a todas partes. Cola en la autopista, retraso en el metro, llovió, no salimos a tiempo, se nos olvidó hacer el almuerzo, se cayó el internet y nos atrasó la mañana. Chamo. Esto es agotador.

Y lo peor es que el tiempo no es más que una unidad que ordena el mundo para que el continuum temporal no nos enloquezca y nos haga lidiar mejor con que en ese continuum envejecemos y nos morimos y el mundo continúa, sin nosotrxs. Cómo le tememos.

Este país tiene gente trabajadora en banda ancha, pero no muchxs de nosotros hemos logrado separar la producción real del trabajo vs. la idea inoculada de la rapidez y anterioridad de las cosas porque precisamente hemos transcurrido los años en un sistema que funciona bajo esa inflexibilidad enloquecedora del tiempo, la que nos produce una malavibra tan chimba que si hubiésemos mutado ya evaporaríamos gente. Los wayuu se burlan de los caraqueñxs diciendo que estamos apuraxs todo el tiempo y que no vemos lo que tenemos delante.

Dividamos tres factores, para que no suene tanto a que yo les estoy incitando a tirar la cotidianidad temporal por la poceta: están la impuntualidad, la procrastinación y el tedio y la angustia constante que son consecuencia de nuestra carrera contra el tiempo.

La impuntualidad nos precede, casi que nos define. Y el montón de excusas que vienen con ella son maravillosas, somos muy creativos nosotrxs; ay, procrastinación, tanto te odiamos y tanto te queremos. Saber que tenemos muchas cosas que hacer y al mismo tiempo no hacer nada y sufrir por ello también nos sobra; y el último ingrediente, la gasolina que mueve la competencia de todos los días para la carrera que nunca ganaremos y aun así seguimos mientras el tiempo se burla de nosotros.

Si Cronos existe, en serio, el pana está meado de la risa. Lo imagino sentado allá en los Campos Elíseos con rolo de plasma-72 pulgadas- curveado viéndonos intentar ganarle. Ja. Ay, que somos cuchis. Cómo nos gustan las contradicciones ignoradas y sin resolver.

Hay una distancia comparable entre esta palabra y la próxima cuando el tedio pisa. Lo cansadxs que estamos al final de la jornada, de procesos neuronales imparables, de saber y querer saber y buscarlo y conseguirlo e ir por más, y de ahí pasar al absoluto e irremediable tedio, y la pesadez que produce. Y todo antes de levantarnos, siquiera. Todo mientras repetimos el despertador cada cinco minutos y enloquecemos.

Hay una distancia comparable entre cada cosa pendiente que tenemos que hacer cuando eso está regido por el tedio y la angustia y el tiempo que cumplir. Hay distancias muy comparables. Acortémoslas que no son tan necesarias.

  DesdeLaPlaza.com/Sahili Franco