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Historias de amor (IV)

Pequeñas historias de amor que salieron publicadas por  el diario La Voz del Interior: Córdoba Apasionada. El amor, de la Colonia al Chat.

Noche de lluvia

Llovía suavemente, Mara en su casa miraba la lluvia de la media mañana  y se acordó de otra lluvia  de noche en Alejandro cuando les mintió a sus padres,  ella se había ido de la casa diciendo que salía para Río IV a terminar de completar sus estudios. ¿Por qué había hecho eso? Por esa sonrisa tierna e inocente; sí, fue esa sonrisa inocente de muchacho bueno, como cuando lo conoció en el ómnibus. Ella venía cansada de Río IV, era el fin de semana y sólo quería llegar a su casa después de una larga semana de estudio, su mente y todo su cuerpo tenían como meta su pieza y su cama en Canals, llegar y acostarse a dormir.

Subió al ómnibus, miró, había un asiento vacio, se sentó y apoyó el libro que llevaba en la mano en su falda, como para tener algo por las dudas no se pudiera dormir,  y cerró los ojos. Como a los diez minutos sintió la voz del muchacho a su lado que le preguntaba señalando el libro.

– ¿Leés?

Abrió los ojos pensando en decirle: “No, llevo el libro para disimular que soy intelectual”. Pero vio un muchacho con cara de: “Es la única estupidez que se me ocurrió” y una sonrisa  de nene bueno con unos ojitos tiernos, entonces le contestó que sí, que estudiaba en la Facultad; y agregó.

– Me llamo Mara.

– Yo Pablo, le dijo él

Le contó de su trabajo, de su vida; ella de la facultad, del cansancio, de su Canals. Él de su Carlota; charlaron por casi una hora, cuando él se bajó le entregó su número de teléfono en un papelito, que ella prolijamente dobló y lo puso dentro del cenicerito de la butaca, tirar un papel al piso no estaba bien, y cerrando sus ojos se volvió a dormir.

Seguía lloviendo, Mara se cebó un mate, y se volvió a acordar  de esa noche de lluvia, que en vez de ir a Río IV, cuando el ómnibus pasó por Alejandro, se bajó y se fue derechito a la mueblería, donde Pablo vivía y atendía, golpeó, golpeó y nada y esa lluvia que caía sin piedad.

En un momento pensó que estoy haciendo acá, por qué me bajé, se estaba cansando estaba mojada, y furiosa. Se acordó de ese boliche de La Carlota, estaba sentada con unas amigas cuando sintió una voz que le decía.

– Mara, ¿cómo andás? ¿Te acordás de mí?

– No, no te conozco. No sé quien sos.

Era Pablo, que le hizo acordar ese encuentro en el ómnibus dos años y medio atrás, ella hizo un esfuerzo y se acordó, él la invitó a bailar, miró a su costado tratando de que sus amigas la salvaran, pero éstas miraban a un costado haciéndose las desentendidas. No le quedó más remedio que salir a bailar.

Lo miraba bailar y no podía creer que alguien bailara tan mal, se acordó que tenía una mueblería, y claro, “es de madera”. Pablo daba saltitos, parecía una mezcla de canguro con robot por lo duro. Ella nerviosa miraba a los costados y sentía que todas las miradas estaban en ella. No puede bailar tan mal, volvió a pensar. Y haciendo un mohín, le dijo.

– Lo siento, estoy cansada, me voy a sentar.

Y se fue a su asiento de nuevo. Pero eso no fue todo. Antes de terminar el baile, un Pablo sonriente se le apareció con una caja de bombones y esa sonrisa de niño bueno, le miró  “que se le va hacer”, pensó, “esa sonrisa y bombones derriten a cualquiera”. Se fue de madrugada a Canals y volvió a la Carlota, a pasar el día con él, después de eso ya estaba decidida, no sólo iba a pasar el día, también la vida; a pesar de la contra de sus padres.

“Claro pensó mientras volvió a golpear con fuerza el portón de metal, por eso me estoy mojando.” Golpeó de nuevo con fuerza hasta que  apareció un vecino y  le dijo que Pablo se había ido hasta la ruta para ver si podía volver a La Carlota. Volvió corriendo hasta la ruta y lo encontró en una casilla, refugiado, haciendo dedo para volver a su pueblo.

Se abrazaron  con ternura y se fueron de nuevo al pueblo, a la mueblería, pero Pablo no se decidía, pensaba en el desorden que había adentro, que no había hecho la cama, que en la cocina estaba todo sucio, con platos con restos de comida.

La lluvia golpeaba los cristales, Mara, le dio otra chupada a la bombilla del mate, la misma lluvia sonrió pensando, “sí, la misma lluvia de aquella noche”, cuando decidida le dijo que estaba en Alejandro, “porque quería, necesitaba vivir con él, que no podía pasar otro día de su vida lejos de él”. Pablo comprendió rompió con su novia y toda una nueva vida comenzó. Al año nació Kevin, y después de un tiempo, Iara, sus dos hijos, que cuando decidieron formalizar iban delante de ellos, llevando los anillos, Kevin serio y vestido como Pablo, Iara rubia y hermosa como mamá. Los cuatro entrando en esa carreta, y los cuatro felices partiendo a la Luna de Miel.

“Bueno,  pensó Mara mirando la lluvia en su casa de La Carlota, mejor me pongo a hacer algo y dejo la añoranza”, una voz se escuchó, era Kevin, “Mamá, qué te pasa estás llorando”. Comprendió que unas lagrimitas se le habían escapado. De golpe entró Iara corriendo, “Mamá hay que comprarme las cosas para la escuela”. “Cierto, pensó, hay que hacer las compras para la escuela.”  Kevin empezaba el secundario y Iara primer grado. Sonriendo miró a sus hijos, algún día les contaría de esa noche de lluvia.

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