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Entrada libre (II)

Con más de la mitad de mi vida asistiendo a conciertos, he podido reunir anécdotas e ir recopilando recuerdos sobre todas las cosas que me han ocurrido en cada uno de estos eventos, donde uno se reúne para ser feliz y celebrar la música, con entrada libre o no.

Vida en riesgo

Con 15 primaveras bien cumplidas y siendo fanática de las bandas nacionales, emprendí la gran travesía que significaba sacar el permiso para que me dejaran ir a cualquier lado. Menos mal que yo tenía muchos primos que me alcahueteaban algunas cosas, una de ellas fue ir al concierto donde se presentarían los mexicanos de Café Tacvba y por Venezuela estarían la banda Skabiosis, con su éxito del momento «Cuaima» y los siempre bien ponderados (que justamente lanzaban su álbum «Plomo Revienta«), Desorden Público.

Muy emocionadas y listas para brincar bailando esa tarde de abril del 97, nos dirigimos mi prima Mita y yo, hasta el último nivel del estacionamiento estructural de la UCV, donde sería el concierto. Hicimos una larga fila, subiendo la rampa de caracol, para llegar al sitio donde te chequeaban el boleto y el desalmado que estaba allí, sin contemplación alguna, picó en dos la entrada de mi primer concierto de ska. Mi respiración se detuvo en ese segundo, en el que el hijo de puta ese, rasgaba despiadadamente a la mitad mi ticket y mi recuerdo de ese evento.

Llegamos justo cuando estaba Skabiosis, interpretando su hit y entramos cantando, buscando dónde ubicarnos estratégicamente para disfrutar del bochinche. Yo de fiebrúa quería estar cerquita de la tarima, mi prima que ya se había cansado de ir a estos toques, me aconsejó que no lo hiciera porque no iba a sobrevivir al pogo salvaje que siempre se armaba. Yo insistí y ella me dijo que me esperaría en un punto de encuentro para que yo viviera mi propia experiencia. Así que me adentré en esa vorágine energética y juvenil, donde si no bailabas… ¡TE BAILABAN!

Llegué hasta donde pude y me detuve a unos pocos metros de la reja, a vacilar la música. Ya estaba montado Desorden con su canción «Tiembla» y fue casi que literal porque, aunque yo no estaba saltando y tenía ambos pies sobre el piso, yo me elevaba al ritmo del resto de los presentes, quienes si se fajaron a brincar. La cantidad de personas reunidas en ese espacio, que por demás no fue diseñado para ese tipo de eventos, más la acción efusiva al bailar, ocasionaron que se fracturara frente a mis ojos el piso donde estábamos todos. Parecía una raja, una gran grieta enorme en el cemento que dividía la tarima de los asistentes, yo me asusté mucho y decidí retirarme hasta donde estaba mi prima, bien lejos del bululú.

Fue tremendo concierto, los extrovertidos mexicanos estuvieron espectaculares y todos gritábamos INGRAAAATAAAAAAA NO ME DIGAS QUE ME QUIEREEEEEEES, pero una saltadita más y esa noche se hubiese convertido en una gran tragedia.

Sacrificios

En la única oportunidad que pude ver en mi país a los chicos de la calle de atrás, es decir, a los Backstreet Boys, un par de amigas y yo fuimos capaces de hacer hasta lo imposible por verlos de cerca cuando vinieron a Caracas, en su tour «Black and Blue» en mayo del 2001. Primero pasamos un día entero, llevando sol como una teja, sólo para poder comprar las entradas. Luego nos tratamos de informar bien sobre cómo sería el acceso al estacionamiento al Poliedro, donde sería el concierto y fue allí cuando decidimos quedarnos a dormir en el Paseo Los Próceres, para poder estar entre las primeras personas en abordar las unidades que dispusieron para trasladar a la gente hasta el Poliedro.

Nuestros padres no estaban del todo de acuerdo con esa decisión, que nos dejaría a la intemperie toda una noche en un sitio poco iluminado y para nada pulcro, sin servicios de ningún tipo ni mucho menos comida, pero esa misma idea también se le ocurrió a un coñazo más de carajitas que compartieron esa velada con nosotras, así que no estaríamos del todo solas. Esa noche fuimos vecinas de borrachos, recogelatas y toda la fauna caraqueña, incluyendo ratas, perros, murciélagos y cucarachas.

Lo bueno, pudimos llegar primero al concierto y entrar rapidito. Lo malo, por la ubicación de la tarima y del gran espacio que reservaron para los VIP, no pudimos ver a los muchachos sino únicamente por las pantallas gigantes. Lo feo, me dio un malestar estomacal horrible, que me hizo salir corriendo a buscar un baño público en la mitad de la madrugada por Santa Mónica, no había papel ni agua y sacrifiqué una media. Todo sea por ver al amor de mi vida que es Kevin Richardson y a los otros gringuitos bailando sus coreografías y mientras yo, lloraba como fan enamorada porque nada de lo que hicimos valió la pena, porque vimos todo el puto concierto desde una pantalla, sino es porque mi bello Kevin se subió a uno de los andamios que estaban a los lados de la tarima, no lo hubiese visto nunca, jajaja  después de vieja yo en esas mariqueras.

A llorar se ha dicho

En esta ciudad se pueden ver muchos contrastes, mientras un lado está en un caos guarimbero, en el otro la vida continúa sin mayores contratiempos. Mientras hay gente buscando comida en la basura, los restaurantes del este del este se atestan de comensales. Así es la capital de este país, donde una vez no hace mucho, vino un grupo pop argentino que me encanta, se llaman Miranda! Ellos tocarían en la terraza de un centro comercial en Chacao, de teloneros estarían otra banda nacional muy buena que se llama Trabuco Contrapunto, que tiene mucho guaguancó y llevan tiempo tocando por ahí.

Nosotras llegamos temprano, nos ubicamos muy bien y veíamos perfecto, estábamos un poquito después de la olla como para bailar y cantar sin tantos empujones. Desde esa terraza se puede observar la autopista Francisco Fajardo, que había sido el escenario de algunos disturbios de un grupito que intentaba desestabilizar al país y lo que lograba era colapsar el tráfico de la ciudad y otras cosas que no me voy a extender en detalle, pero lo cierto es que no lograron nada porque el gobierno sigue en pie y ellos hicieron el ridículo.

Lo cierto es que esa noche, los desastrosos habían trancado esa autopista para armar su showcito, a mi me daba vergüenza con los invitados pues, pero luego recordé que en su país también había fachos como estos niñitos con sus berrinches y ataques de malcriadez y que no se dejarían interrumpir ni arruinar una presentación. Sin embargo comenzó el concierto con la banda nacional, me llamó la atención que el bajista tenía puesta una franela negra con una mano blanca en el pecho, símbolo de la mal llamada «resistencia estudiantil» y  como se esperaba dieron su discursito político de libertad y blablabla pero para su mal, cuando ellos apenas habían tocado 2 canciones, llegó la Guardia Nacional a dispersar la manifestación que no estaba autorizada, les lanzaron bombas lacrimógenas y lamentablemente los gases nos afectaron a nosotros también por la cercanía y terminamos llorando todos, ahogados por los efectos de las bombas.

De hecho, los músicos venezolanos no pudieron seguir tocando y se bajaron de la tarima. Temíamos lo peor, que suspendieran el evento por culpa de las guarimbas, pero menos mal no fue así. Esperamos como media hora a que se calmara la situación y repelieran a los muchachitos saboteadores. Fue entonces cuando se montaron Ale Sergi y Juli a cantarnos «La guitarra de Lolo» y muchas otras más, que nos llenaron de toda la buena energía que traían ellos y nos llenaron de felicidad.

Al final, la música y la alegría triunfaron sobre el odio, la amargura y todo lo negativo de esa noche.

 

No te pierdas la próxima y última entrega de estos cuentos sobre conciertos.

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