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Historias de Amor VII: La carta

Esperar al amor hasta que todo sea recuerdo

Empezó a trabajar de mozo en el bar, cuando tenía 18 años, en la época dura del país, ya habían pasado muchos años y siempre en el mismo bar; tenía miles de anécdotas, de clientes famosos que iban a tomar su cafecito, Juan Carlos Torri, el comentarista de boxeo, el Pelado Alonso, contando sus cuentos, Cacho Buenaventura cuando no era famoso. Tenía miles de historias, pero ninguna le había marcado tanto, como la historia de la mujer y la carta.

Desde que había empezado a trabajar, todos los días, pero absolutamente todos los días, una hermosa mujer se sentaba desde las 13:00 hs. y permanecía sentada una hora y se retiraba, en ese lapso tomaba dos cafés, fumaba tres cigarrillos y acariciaba una carta. Se acordaba de ella como la vio la primera vez, joven, pelo castaño y blanca, casi como porcelana,  pero con los años el pelo fue encaneciendo y su rostro perdiendo la lozanía y, como si pudiera hacer una galería de fotos del paso del tiempo, así la había visto envejecer con elegancia, día tras día.

La vio sentarse en la misma mesa, pedir un café prender un cigarrillo y acariciar ese papel como si fuera una persona, así hasta el año pasado, ese día la mujer entró con paso más apurado que de costumbre, como si la impaciencia contenida durante tantos años, estuviera haciendo eclosión, pidió el café en forma impaciente y esta vez no prendió el cigarrillo, como era costumbre ni acariciaba la carta, terminó la infusión y se quedó inmóvil, hasta que metiendo las manos al bolsillo, sacó la carta y la tiro sobre la mesa, como si quemara, durante un largo tiempo la miró inmóvil, como si la carta pudiera hablarle. De golpe se levantó, al pasar a su lado le dejó la plata del café saliendo rápido por la puerta, cuando fue a levantar el pocillo, la carta estaba ahí, abandonada y triste, la tomó rápido y fue a buscar a la mujer, pero ya no se la veía, miró para todas las direcciones y no estaba, entonces tomando coraje y, como profanando un templo, abrió el sobre y sacó un pequeño papel con unas pocas líneas escritas:

“Mi amor, las cosas se están poniendo bravas, acá en el sindicato le aconsejan a los delegados que se vayan, quiero irme con vos, esperame como siempre en el bar, a las 13, de ahí vemos si nos vamos al Paraguay”. Carlos.

La carta tenía una fecha borroneada 06 de junio de 1976.

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