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Le privacité é un lujé

Soy un ciclón
en calma
Yurimia Boscán
Ama de Casa
Es que, ves
tienes razón
soy como el viento
y mi amor también.
a veces ruge entre los árboles
arrebatándoles las hojas
otras acaricia suavemente hasta
tocar las raíces
a veces voy
a veces vuelvo
siempre vuelvo
no la misma
pero sí llena de ensueño
y de furia
soy la vorágine que levanta y revuela
te sacude y te espanta
soy el miedo
soy la calma
voy
vuelvo
siempre vuelvo
soy como el viento.

Hace poco A defendió su tesis; es un trabajo revolucionario y me siento sumamente orgullosa de él porque, desde la perspectiva de género, habla sobre la feminidad y los espacios del quehacer cotidiano doméstico en series fotográficas. Es decir, la mujer y la casa retratadas en su más íntima naturalidad.

En mi casa siempre vivió un montón de gente, y la que no vivía allí, pues iba y venía a cada rato. A lxs allegadxs les encantaba pasar por ese apartamentico de Bello Monte donde mis abuelxs recibieron a quien fuere que necesitase ayuda. Siempre esas rejitas verdes estuvieron abiertas.

Yo crecí llena de gente hermosa que me cuidaba, con mi hermano y mis primxs quienes estaban todo el tiempo en ese apartamento (más bien éramos 5 hermanxs siendo arreadxs por mi abuela porque nuestros papases y mamases trabajaban todo er día); lxs carajitxs de toda esa calle se la pasaban en mi casa, jugando en el patio, comiendo Galak y jartando Frescolita como si no hubiese mañana, y el té con limón o el papelón de mi mamá (que hacía como 5 litros los sábados porque no era suficiente para todxs, y si no había para todxs pues no había para nadie).

De modo que yo estaba acostumbrada a compartir toda verga: la comida, los juguetes (que no era que teníamos así como que tantos; eran pocos pero eran los mejores porque mi papá nos hacía invenciones propias en madera), la privacidad, los tiempos, los juegos, los sentires, las querencias. Lo único que nunca quise compartir fue a mi mamá, y todavía sigue siendo así.

En ese apartamentico de Bello Monte vivíamos 5 personas; luego fueron 4, luego 3, y luego 5 de nuevo más quien visitaba, se quedaba, necesitaba dónde pasar la noche, etc. Así fuésemos 3 o 10, los espacios físicos seguían siendo los mismos. Entenderán que aunque algunos espacios sean mágicos no tienen la capacidad harrypoteriana de trasgredir las normas físicas por lo que el espacio se hacía reducido, por supuesto.

Yo tenía espacios limitados pero me fui dando cuenta de lo limitados que eran a medida que fui creciendo. Cuando una está chama y está rodeada de todo el amor del mundo nada hace falta, nada. Pero cuando tienes un hermanito ladilla con el que compartes cuarto, eres una adolescente amargada y están tus cosas en una repisa de clóset, empieza a hacer falta espacio. No sólo el espacio para lo material, el espacio para ser(se). A lo material se le consigue espacio, o se arrecochina porai, o se deja ir. Pero unx no puede hacer lo mismo con los sentires porque qué chou.

Dentro de todo, 15 años después recuerdo que me fastidiaba mucho el peo del espacio pero no era que lo tenía consciente. A mí me hacía ruido ya el peo de clases, yo sabía que existía, pero no lo tenía consciente. Mi papá no nos crió adoctrinándonos, y si el amor era doctrina, pues bienvenida fue y es.

Así mismo, la privacidad era un lujo. ¿Privacidad? ¿Qué es eso? Nunca estuve demasiado acostumbrada a ella de modo que aún tengo malas mañas: si una va a hacer pipí para qué va a cerrar la puerta; o salir del baño en toalla y empezar a cambiarme así haya gente en el cuarto; o que sean la 1pm y yo siga sin sostén y en pijama y que empiece a llegar gente y no me importe (¿por qué habría de importarme?); o lavar las pantaletas, guindarlas y que sigan allí aunque llegue gente a la casa…

Digo malas mañas porque son cosas que hacen ruido, y aunque a mi me dé risa, todo tiene una razón dura de ser: la privacidad es un lujo de clase, de modo que a mayor clase social mayor privacidad porque hay mayor espacio (y probablemente menos gente en un espacio amplio), y a menor clase menor privacidad porque hay menos espacio (y probablemente más gente viviendo en un espacio reducido). Pudiésemos sacar de esta teorización una fórmula matemática, la cosa es que no es teorización sino conceptualización resultado de lo pragmático.

Me comentaba  A que pudo notar todas estas diferencias en el universo de mujeres que visitó y retrató: la casa donde vivía sola una señora mayor y clase media era infinitamente distinta a la casa donde vive una mamá con 10 perros y su pareja, a la casa donde vive una mujer campesina y pobre en su chocita con su muchachita y su papá, a quien cuida además del trabajo diario.

Las diferencias en espacios y experiencias se dan según la condición de clases (la señora que le cocinó a todo el mundo y termina comiendo sola en la cocina cuando ya todo el mundo comió, la mamá que aprovecha 4 minutos de soledad con su chamo en una casa llena de gente, la mamá que bosteza con su bebé en las piernas, la vieja que saca fotos de su familia y las muestra con orgullo y nostalgia y soledad, la campesina que tiene las manos curtidas y llenas de cayos de desgranar el maíz y se sienta un ratiquito a descansar en un banquito hecho por ella debajo de un árbol precioso), y las similitudes están en el desenvolvimiento del cuerpo mujer en su nido, en el espacio que ha construido desde su cotidianidad y su feminidad que es refugio y cueva para lo más profundo de ella, lo más natural y lo más cotidiano. Lo cotidiano es político.

Así mismo, vivir la tristeza también es un lujo porque es donde se conjugan los sentires con los espacios físicos. Una tiene una bola pesada atrapada en el pecho pero necesita un espacio físico pa sacársela, y no puede porque ese espacio no existe cuando se es pobre. Entonces, una agarra su bolita, le da 4 coñazos, se seca las lágrimas y continua con el chambón que tiene por delante. Sin chistar, sin pensarlo. Una llora con la plancha en la mano, pero sigue planchando; una llora con la esponja de lavar los platos en la mano, pero sigue lavando; una llora en el ratico que consiguió pa pintarse las uñas, pero se las sigue pintando; una llora callaíto cuando se baña pa no ladillar a nadie y porque es el único espacio íntimo que una logra construir sin tener que compartirlo. Una llora callaíto pa que nadie la escuche.

La tristeza es un lujo de clases, y las mujeres pobres no tenemos tiempo para postrarnos en un sofasote a estar llorando a moco suelto porque hay vainas que hacer, vainas que resolver que no van a esperar por nosotras ni por la tristeza que tengamos encima. Una se para, una continua. Una se sacude la mierda en el amor profundo que le tiene al otrx y en las empedernidas ganas de vivir y de seguir cayéndose a coñazos, por eso nos malhumoramos, por eso nos arrechamos tanto; las cosas nos importan, desde el corazón. Arrecharse es sentirse indignada pero con gasolina suficiente pa ir a frentear.

Yo me vanaglorio, me enorgullezco casi arrogantemente de decir esto, de insistir en que a pesar de que una se sienta como la gran mierda una continúa porque la fortaleza nuestra no es sólo nuestra sino que se nos extiende, nos excede. Yo no me muevo sólo por mí sino porque lo que yo hago se entiende en la protección y bienestar de lxs míxs, así como me enseñó mi mamá y así como lo veo en tantas mujeres fuertes que admiro y respeto.

Pienso en ellas cuando escribo esto y les agradezco profundamente por darme el pellizquito que necesito cuando lo que me da es por echarme a llorar hasta bajar dos kilos más. Pero luego las recuerdo, me paro y me quito el lagrimero y el moqueo y sigo, porque acá no hay de otra, compas. Nosotras nos hacemos fuertes en la sonrisa del otrx, en la sonrisa resistente de burlar al enemigo.

Y sí, yo ansío todos los días tener un espaciesito donde estar dignamente, pero no es uno que es pa mí solita, sino un espacio pa estarme con quienes amo, con quienes lo necesitan. Los espacios físicos deben ser unos de protección, de nido y de construcción de amor empedernido.

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