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Los artistas y el universo de sus emociones

Los artistas reordenan el universo

El universo es entrópico, reina en él un desorden fértil, una libertad biológica y cósmica que genera vida, que hace nacer lo que no existe. Big Bang, magia, o lo que sea, quizá no sepamos nunca ni el origen ni la naturaleza de esa conveniencia conceptual que hemos dado en llamar universo.  La otra conveniencia, esa que hemos dado en llamar arte, ha ido dejando una huella clara a través de la cual podemos identificarla. Y es que en estos tiempos se debate todo y se busca el sentido perdido de algunos vocablos o de algunas naturalezas, y el arte lejos de escapar de estas polémicas, es el centro permanente de ellas. Podemos afirmar que si hay algo que ha identificado al arte y a los artistas y de lo que nadie puede dudar, es que siempre anda buscando reordenar el universo. Los hacedores de arte nacen, palpan el universo, lo sienten, intentan entenderlo y buscan con las manos y la emoción cambiar su orden (o su desorden) ese pudiera ser el legado de los artistas. Desde el polvo cósmico, hasta la naturaleza terrestre, pasando por los objetos culturales, las sillas, el libro, una camisa, un sencillo trozo de tela o papel, los hacedores de arte reordenan el universo físico y el espiritual, los objetos y las emociones, las lágrimas y la madera, la piedra y los sueños. Y es que todo el universo puede ser reordenado, porque los seres humanos somos parte de este cajón donde pasa la vida y el espíritu creador es inconforme, es irreverente, está permanentemente en la necesidad de andar, de descubrir lo que no se ve a simple vista. Esa energía de la voluntad creadora deja huellas y objetos, deja conceptos, sonidos y formas para los sentidos físicos y para los sentidos espirituales.

Los artistas atan lo que está desatado

Probablemente en los ámbitos físicos del universo existen extremos sueltos, finales que terminan en abismos, escalones que llegan hasta la nada. Ese afán de reordenar el universo puede ser visto también desde otra colina, como la necesidad de atar dos extremos que el tiempo no ha atado. Los artistas atan lo que la costumbre ha desatado y desatan los lazos que se han atado en las recurrencias de la vida. El artista no es diferente a cualquier otro ser humano, enclavado en su hacer cotidiano. Compra comida, cría a los hijos, discute el precio del pan, espera la luz para cruzar. Su particularidad radica en construir desde su sensibilidad y su imaginación un código de comunicación (o de incomunicación) que comparte con sus semejantes, pero que no obedece a un sistema consensuado ni tradicional de significados. El artista es por esto incómodo, inconforme, visionario, irreverente, y muchas veces disfuncional.

Los artista arman colecciones absurdas

El universo físico ofrece un número infinito de formas y objetos. Unas son fértiles, otras son memoria cosificada, otras más son vestigios de memoria y fetiches de los sentidos. Los artistas apaciguan sus demonios internos rearmando los pedazos de ese universo fracturado. Herramientas, estatuillas, objetos cotidianos, memorias físicas insignificantes, desperdicios del comercio seductor. Todo para en los ojos del artistas, todo llega a sus manos y a su espíritu en un ritual sencillo, pero que se carga de una singular fuerza en sus manos. Es probable que en esta larga lista de cosas coleccionables haya también memorias sin versión física, experiencias de la pura sensibilidad, o fenómenos atmosféricos, fantasmales, o alteraciones sensoriales. De manía a arte, de impulso desenfrenado a necesidad de contabilizar el universo de una manera poco común, los artistas tienen una relación especial con los objetos del universo, y muchas veces esas huellas son las que nos dejan como recuerdo.

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