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Amor y control

Cuando somos padres, el compromiso no viene con un manual de procedimientos. Y aunque mucha gente se meta en las cosas que debes hacer, y pretenda enseñarte cómo las debes hacer, la historia de la humanidad está llena de ejemplos que ilustran la máxima: “nadie aprende en cuerpo ajeno”. Así llegamos a uno de los episodios más comunes preocupantes de la vida en familia, y no por ello deja de ocurrir: las peleas entre padres frente a los hijos.

Aquello de que se casaron y “vivieron felices por siempre”, no pasa de los cuentos de hadas. Por el contrario, al empezar la vida en pareja se inicia una nueva etapa de desencuentros, que tiende a complicarse con la llegada de los hijos. Por lo tanto, las discusiones siempre van a estar presentes. El problema mayor se presenta cuando estas riñas son presenciadas por los hijos, lo cual constituye buena parte de los traumas que los pequeños arrastrarán a lo largo de sus vidas y llevarán hasta su adultez.

Lo primero que ocasionan nuestras peleas en los niños es miedo. Una sensación de inseguridad e inestabilidad tremenda, que carece de respuestas en su cabecita. Como todos los percances emocionales, esa sensación se traduce en síntomas físicos que pueden ir desde la dificultad para conciliar el sueño, dolores de cabeza o trastornos estomacales. Ello sin contar con el sentimiento de culpa que, dependiendo de la edad del pequeño, le hará sentir que es en parte responsable de lo que está presenciando.

La receta es simple: no se discute frente a los chamos. Tú y tu pareja pueden llegar fácilmente a ese acuerdo y establecerlo como norma de convivencia. Pero si la pelea se hace inevitable por alguna circunstancia, es necesario hablar con ellos sobre la naturalidad que hay en tener opiniones diferentes sobre un mismo punto, y que mamá y papá no siempre van a estar de acuerdo. Si por alguna razón llegas a los insultos, inmediatamente debes propiciar un clima de confianza en tus hijos, ofrecerles una disculpa sincera y prometerles, pero sobre todo cumplirles, que no se va a volver a repetir.

Los niños que presencian peleas entre sus padres pueden creer que ellos se van a divorciar, si ese no es el caso, es necesario tranquilizarlos y darles mucho, pero mucho amor.

Cuando no hay control

Mientras más prolongada es la exposición de los niños a la violencia verbal, mucho mayor es la dificultad de éstos a regular y controlar sus emociones. Un niño que vive entre la agresión constante es un niño triste, que cae fácilmente en la depresión, que presenta síntomas de abandono, miedo y ansiedad.

Mamá y papá son los modelos a seguir, son los héroes y heroínas de sus hijos. Verlos discutir sin parar, es para un niño el derrumbe de todo lo que les proporciona seguridad y confort. Todas esas emociones mezcladas producen en los chamos una incapacidad para conducir sus emociones, con lo que disminuyen considerablemente sus potencialidades para el correcto relacionamiento con otras personas.

No es recomendable esperar a que la situación en casa se salga de control, pero si este es el caso, es conveniente buscar ayuda profesional para disminuir los daños que podamos causar a nuestros hijos.

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