X

¡Cállate la boca!

Desde los primeros balbuceos del bebé, muchos padres nos preguntamos cuál será su primera palabra. Incluso muchas parejas compiten para que la primera palabra sea “papá” o “mamá”, y la competencia se extiende a las tías, las abuelas y los padrinos que luchan para que el chamito pronuncie el nombre de su parentesco primero que otros. Pero aunque la primera palabra se “agua” o “tete”, toda la familia lo celebra con vítores, risas y mucha alegría, y empiezan las demostraciones ante propios y extraños del prodigio de la palabra en la dulce voz del pequeño.

Toda esa celebración pierde su sentido y encanto cuando llega el primer imperativo: ¡Cállate la boca!. La orden, que usualmente va acompañada de un tono enfadado, gritón e irracional, resulta chocante para personas de cualquier edad, y estarán de acuerdo conmigo en que si alguien nos profiere esa orden, la primera reacción que pasa por nuestra mente es obsequiarle al hablante una palmada de revés en contrapicado en la zona que conocemos coloquialmente como “jeta”. El ejemplo sirve para ilustrar la indignación aún mayor que experimenta un niño que apenas está descubriendo el habla y se le priva de ella.

Entre los dos y cinco años, los niños empiezan a descubrir y utilizar un arma superpoderosa que es el lenguaje y la comunicación. Todo lo que desean es hablar sin parar, explorar las palabras, ensayarlas, conectarlas, cantarlas y gritarlas; todo ello bajo una necesidad casi compulsiva de expresarse sin límites. Ante ello, la orden “cállate”, resulta un choque nefasto que inevitablemente lleva a la desobediencia, y más tarde la respuesta de los adultos puede variar entre la agresión verbal y física a los pequeños como reflejo de su impotencia.

Esta experiencia, como tantas otras en la vida, nos demuestran que el diálogo es la única vía no violenta de resolver conflictos y en la relación padres-hijos, urge ponerlo en práctica. Como adultos, los padres debemos entender que la edad de las primeras palabras de nuestros hijos está marcada por un carácter egocéntrico que les lleva a desear hablar más que escuchar a otros. En esa etapa los chamos no tienen idea de las normas, costumbres y la moral, por lo que nuestro papel es muy importante para que entiendan que todas las normas que les imponemos a los hijos, tienen un sentido y un porqué.

Pero más allá de la imposición, está la capacidad de convencerles de la importancia del cumplimiento de la norma, que sepan valorar el sentido del respeto y entender que sus derechos son tan importantes como los derechos de otros. Una buena estrategia para ello, es la de permitirles expresarse libremente y hacerle valorar los momentos de silencio, de escuchar al otro, de hablar por turnos. Llevar ese aprendizaje al plano del juego hará mucho más fácil el proceso para que los peques desarrollen estrategias que le permitan autorregular su comportamiento.

Es bueno recordar que el juego no es solamente un ejercicio lúdico, también es una forma de enseñar. Seguimos jugando y aprendiendo en la vía.

Related Post