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Déjalo que coja anticuerpos

La calle enseña, de eso no hay dudas. Y para ilustrar esta máxima les contaré la historia de cómo Miguel dejó finalmente la bendita manía de llevarse cosas sucias a la boca.

De regreso a casa pasamos cerca de un callejón estrecho, lugar que suele ser baño público de perros callejeros y uno que otro peatón impúdico. También en ese sitio suelen lavar motos, “hacer mecánica” y hay uno que otro bote de aguas negras. En fin, el paraíso de los gérmenes y bacterias. Para sortear los aromas nauseabundos cruzamos la calle, pero no pudimos evitar ser testigos de una escena bastante común que llamó la atención del chamo, al punto de quedarse parado mirando el chisme completo.

Tres damas hablaban de sus cosas distraídamente mientras un par de chamines se revolcaban en el piso (sí, ese piso receptor de todo lo antes enumerado), y se llevaban las manos a la boca con sabrá Dios qué contenidos. Una de las damas se percató del hecho y rápidamente corrió a levantar a los pequeños, pero fue detenida por la sabia voz de la más anciana de las señoras, que le dijo: “deja ese muchacho en el piso para que coja anticuerpos. Si uno los cuida mucho se enferman más”.

La cara de asco de Miguelito no se hizo esperar y por supuesto me prometió por todos sus juguetes que no haría cosa parecida. Acto seguido y con mucha incredulidad por lo observado, continuamos nuestra marcha mientras me vino una sabia frase que decía mi abuela: “bueno el cilantro, pero no tanto”.

Por generaciones hemos crecido con esa confusión de creer que dejar que los muchachos jueguen al aire libre, es lo mismo que permitir que se llenen de porquería porque eso los fortalece. Esa creencia que roza la incompetencia parental, es la que llena muchos de los hospitales de niños con infecciones, intoxicaciones y enfermedades de la piel, con lo cual, lejos de formar hijos fuertes y sanos, lanzamos por el abismo de las enfermedades crónicas a los muchachos.

Estoy totalmente en contra de esa gente que se la vive con toallitas húmedas, gel antibacterial y otras sustancias para la higiene personal, que no admiten el menor contacto con lo que sea que toquen los chamos. Casi los meten en una burbuja cada vez que salen a la calle. Y como hemos dicho antes, los extremos se chocan. Niños sobreprotegidos al extremo, también se formarán débiles ante cualquier bacteria. Pero tampoco dejemos que los pequeños vayan a solucionar sus problemas de defensas corporales en los botaderos de basura.

Para los chamos ensuciarse es divertido, pero es deber nuestro acompañarles también en esa faceta. Procuremos crear propósitos comunes para ensuciarnos: una partida de fútbol en la tierra, una carrera en el fango, sembrar juntos y llenarnos de tierra y abono, subirnos a un árbol y bajar frutos, etc. Pero por favor, no me vengan con el cuento que dejar que jueguen en una calle llena de excremento les va a subir las defensas.

De ti depende que el hecho de ensuciarse, además de divertido también pueda ser productivo y educativo. Busca el lado bueno de las cosas.

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