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Lo que nunca tuve yo

Un amigo mío, al que llamaré Pascual, tuvo una infancia bastante difícil económicamente hablando. No recuerda haber tenido un juguete nuevo en ninguna navidad, tampoco tiene anécdotas en parques de diversiones, cines, playas o viajes vacacionales con la familia. Pascual fue un niño con muchas carencias materiales, que con un gran sacrificio de sus padres culminó el bachillerato, y a partir de entonces ha tenido que trabajar para mantener, en principio a su madre y hermanos menores, y luego a su propia familia. Pero en el camino las cosas mejoraron para mi amigo y ahora cuenta con recursos suficientes para abarrotar de juguetes, paseos y viajes a sus tres hijos. La cosa llega al extremo que les acondicionó un “cuarto de los juguetes”, donde seguramente los niños no saben cuántos tienen ni debe alcanzarles el tiempo para jugar con todos ellos. Pascual es de los que cree en la frase “mis hijos tendrán todo lo que nunca tuve yo”.

Sin duda cada padre desea lo mejor para sus hijos, y a veces creemos que la felicidad se consigue con “cosas materiales”, lujos y excesos. Es posible que el brillo de los ojos de un niño ante un regalo nuevo, nos encandile cada vez que le obsequiamos algo, pero de tanto repetir el gesto descubrimos a la vuelta de un tiempo que ya nada emociona a nuestros pequeños. El factor sorpresa, siempre presente en la vida de un niño, se estaría perdiendo por querer hacer una gracia.

Es imposible que todas las carencias materiales o afectivas que tuvimos de pequeños se borren de nuestra historia llenando a nuestros hijos de objetos caros. Por el contrario, esa conducta da pie a la conformación de mentalidades consumistas, caprichosas y egoístas, de las que ya tenemos suficiente. Esos objetos no nos devolverán la felicidad perdida en la infancia, ni se las garantizan a ellos.

A veces nos concentramos tanto en darles “todo lo que no tuvimos”, que olvidamos darles lo que sí recibimos. Amor, comprensión, valores, principios, sueños. Muchas veces lo que nos faltó en nuestros primeros años, es lo que nos dio la fuerza y el empuje necesario para superar los escollos que nos puso la vida, y al excedernos en satisfacer deseos propios en cuerpos ajenos, les evitamos que ellos mismos adquieran las experiencias que los harán mejores seres humanos.

No se trata de privarlos de todo o exponerlos a carestías innecesarias, sino de ser un competente administrador de pequeñas conquistas, donde se le enseñe a los chamos el valor de las cosas y lo bonito de poder ganarlas con esfuerzo.

No creo que los hijos sean una prolongación de nuestras vidas como aseguran algunos, son personas diferentes, auténticas y que necesitan tener sus propias experiencias y aprender a través de ellas a valorar su propio mundo interno y externo. Por mucho que se desee, nunca podremos vivir nuestras vidas en las de ellos.

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