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El papá de esta criatura… ¡por favor!

Cuando un país entra en crisis regularmente aflora lo peor y lo mejor de sus ciudadanos. Unos apuestan por reparar los errores, atender a los más afectados, sanear lo que ha sido contaminado. Otros, en cambio, se la juegan por aprovecharse del vecino, por sacar el mayor provecho con el mínimo esfuerzo, por buscar a toda costa el beneficio individual aunque eso perjudique a la mayoría.

Sin el ánimo derrotista de verse sobrepasado por las circunstancias, hoy cuesta mucho ver en nuestra sociedad esa voluntad de sanearla de tantos males, sobre todo cuando el saldo del odio acumulado durante años, ya deja ver sus frutos en las crecientes generaciones formadas en el individualismo, en el amor a lo material por encima de lo espiritual y en la deshumanización de todo aquel que piense diferente.

Cuando observamos los recientes actos vandálicos protagonizados por sectores extremistas en nuestro país, hay un detalle que pocos dan relevancia: la participación recurrente de menores de edad en esas acciones, en las que se puede ver a niños jugando a ser intensos en la puerta de sus edificios, a la sombra del cobijo de papi y mami por si la cosa se pone fea. En los casos de saqueos a comercios, propiciados por sectores hamponiles, también se han arrastrado a uno que otro adolescente que avanza a la barbarie sin saber porqué. El caso de un niño de nueve años fallecido por descarga eléctrica mientras saqueaba en El Valle, es uno de los más tristes.

Llegado a este punto nos asaltan las preguntas: ¿Dónde están los padres de estos chamos? ¿Hasta qué punto los acompañan en sus aventuras? ¿Dónde se metió el sentido de orientación que debe tener todo padre?.

Si se supone que somos sus protectores, que no sólo queremos una buena vida para ellos, sino que deseamos que sean mejores personas ¿dónde se meten algunos padres que permiten estos desmanes por parte de sus hijos? Algo se perdió en el camino de la enseñanza de valores, principios y buenas costumbres. Un cable que se rompió y no transmitió los datos completos de una generación a otra.

Son los muchachitos, los menorcitos, los adolescentes – o los que recientemente la han dejado – los que han mostrado mayores manifestaciones de intolerancia. Son muchos de ellos los que asediaron con piedras el Hospital Materno Infantil de El Valle, o los que saquean tiendas de celulares, deportivas o de ropa. Se les ha visto patear de manera salvaje a quienes sospechan que piensa diferente, agredir a trabajadores de instituciones del Estado y conformar grupos de choque para saquear, malandrear o agredir a la fuerza pública.

Estoy seguro que junto a mí hay un montón de personas que piden mayor responsabilidad en unos padres que por su irracionalidad política, han olvidado su rol elemental como orientadores de sus muchachos. Ahí los han lanzado a las calles para que sean víctimas y victimarios. Es el resultado de formar hijos que nunca tuvieron límites en su conducta, a los que siempre se les dijo , a los que nunca se le aplicó un correctivo aunque se pasaran por mucho de la raya, a los que nunca les enseñó a hacerse cargo de las consecuencias de sus actos.

Pese al panorama sombrío que recogen estas líneas, siempre es oportuno abrir las compuertas de la esperanza, esas que tenemos al alcance de la mano si nos convertimos en padres comprometidos en la formación de mejores seres humanos. Decimos junto al escritor y abolicionista estadounidense Frederick Douglass: “Es más fácil construir niños fuertes que reparar hombres rotos”.

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