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Blancos y negros casi nunca nadaron juntos en Estados Unidos

Un equipo de Youngstown (Ohio) acababa de ganar la liga infantil de béisbol y decidió celebrarlo en la piscina municipal. Eran los años 40. Todos los jugadores eran blancos excepto uno, Al Bright. Todos pudieron bañarse menos él. Las instalaciones públicas estaban segregadas y, solo tras la insistencia de sus compañeros, los socorristas accedieron a que Bright entrara en la piscina bajo la condición de que utilizara una colchoneta. “Ante todo, no toques el agua”, le dijeron, en una anécdota recogida en el libro ‘Contested Waters’, del historiador Jeff Wiltse. El resto de nadadores, además, tuvo que salir del agua.

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Incidentes como éste inspiraron al movimiento por los derechos civiles de los afroamericanos a incluirlas entre sus lugares de protesta, como boicotearon los autobuses en Alabama o provocaron sentadas en los restaurantes que sólo servían a blancos. En 1964, un grupo de jóvenes negros saltó al agua en la piscina de un hotel en St. Augustine (Florida) para protestar porque se les prohibía la entrada. El dueño del hotel, James Brock, intentó expulsarles arrojando ácido en el agua.

“Las piscinas han sido históricamente espacios controvertidos donde los estadounidenses han expresado sus prejuicios de una manera que no se hace en otros lugares públicos”, explica Wiltse, profesor de la Universidad de Montana y autor del libro sobre la segregación racial en las piscinas estadounidenses.

Este fin de semana, un policía irrumpió en una fiesta vecinal en Dallas (Texas) y apuntó con una pistola a varios adolescentes en bañador. A pesar de la suspensión del agente, el país, inmerso en un intenso debate sobre la desigualdad socioeconómica y racial entre blancos y minorías, revive estos días las tensiones causadas por la época de la segregación racial en las piscinas, que todavía hoy escenifican esa división en algunas regiones del país.

Hacia 1970 decenas de millones de americanos blancos “nadaban en sus jardines o en clubes privados mientras que negros y latinos utilizaban las piscinas municipales”. La construcción de tantos espacios privados responde, entre otras razones, «al deseo de excluir a los americanos no blancos”, afirma el historiador.

A partir de los años 50, el número de piscinas privadas -un ejemplo de extremada riqueza hasta entonces- se multiplicó desde 2.500 hasta más de cuatro millones, según The Atlantic. La privatización de estos centros fue una de las respuestas al fin de la segregación. En 1957 una demanda judicial logró que se aceptara la entrada de negros en una piscina de Marshall, Texas.

Inmediatamente después la ciudad votó vender todas las instalaciones recreativas a un club privado que sí tenía derecho a declararla como de uso exclusivo para blancos. El Tribunal Supremo prohibió la segregación racial en espacios privados en 1973.

DesdeLaPlaza.com/El País.es/AMH

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