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La crisis del transporte no se resuelve ignorándolo

La dimensión del problema del transporte es tan inmensa que parece increíble que las autoridades lo ignoren o lo aborden con la conciencia de que se trata de una exageración de la gente.

Esta mañana, subiendo a Caracas desde Guarenas, vi un camión volteo, de esos que cargan arena, repleto de una carga humana, apiñada, viajando de pasajeros porque no hay buses.

La escena me causó una gran lástima y a la vez la confirmación de que somos objeto de una fama inmerecida: de que el venezolano es un flojo y resignado a vivir de la beneficencia pública.

Si fuera así, nadie saliera de su casa por las razones no menos despreciables de que el sueldo no rinde para trabajar y que no hay efectivo para pagar el poco transporte que hay.

Pareciera que la gente camina resignada, adaptándose a las condiciones más difíciles con una nobleza de alma que se hace más fuerte ante las adversidades, pero en el fondo se cuece un desencanto que parece no tener reversa.

¿A dónde miran los despachos de las autoridades? ¿No tienen ventanas para ver afuera? ¿Camino a la oficina no miran a la calle? Hay centenas y centenas de personas en las paradas esperando un carro que los lleve al trabajo o los regrese a casa, consumiéndose en la espera de todos los días un tiempo vital para dedicarlos al oficio de vivir.

¿Acaso nuestros funcionarios no se conmueven al ver que hay niños, estudiantes y ancianos encaramados en vehículos precarios haciendo maromas para ir al colegio, el banco o la oficina?

Ya sea por causa de un paro invisible, del propósito deliberado de subvertir el país, de una paralización por falta de repuestos o para subir el pasaje, la situación no se resuelve cruzándose de brazos o ignorando el problema.

¿Qué vamos a esperar? ¿Qué se pare el país completamente para actuar? ¿O que se produzcan varias tragedias a bordo de camiones apresurados en la autopista con una carga humana tirada en el suelo para por fin tomar conciencia de que el transporte urbano está en apuros?

Ojalá que tan inexplicable inacción no supere en tamaño la dimensión enorme del problema del transporte, ni que la indolencia de las autoridades supere en escándalo la avaricia de un gremio de conductores que operan como unos verdaderos enemigos de la gente.

DesdeLaPlaza.com/Carlos Arellán Solórzano

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