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¿Modelo fracasado?

La señora de clase media-media le da afanosamente a la cacerola y en su mente revolotea sólo una idea, que ya se ha convertido en consigna-pesadilla: ¡este modelo castro-comunista ha fracasado! Exactamente el mismo fenómeno le ocurre a Juan Perencejo, ubicado unos peldaños más abajo en la estructura social y a quien no le motiva otro proyecto de vida que el de arreglar “sus papeles en el consulado” para emigrar a otras latitudes.

En los últimos dos años (2014-2015), que han sido ciertamente los más duros de esta etapa de guerra económica, se han fortalecido y expandido esas dos ideas-fuerza entre el imaginario colectivo de oposición. Lo primero es que el modelo ha fracasado y segundo que solo hay futuro más allá de nuestras fronteras.

Vamos por partes, para decir que el modelo “castro-comunista” fracasó hay que tener algún marco referencial para juzgarlo. Es decir, no basta con escuchar el razonamiento en medios de comunicación privados para darlo por cierto, sobre todo porque esas industrias mediáticas “objetivas” están casadas con la derecha oligárquica y obviamente al servicio de sus intereses.

Pero además, porque en la programación de esos medios nadie le dirá, por ejemplo: que el 90% de los sistemas de distribución de todo el país está en manos privadas. Sí, leyó bien: privadas, y más de 80% de las unidades productivas las controla el capital y no el “castro-comunismo”.

Tampoco se dice, o se hace a medias, que ese incontestable control mayoritario de la producción y la distribución, lo ejercen grupos monopólicos altamente concentrados. Lo que no representa poca cosa porque estamos hablando de dos aspectos claves en cualquier sistema económico.

“O sea”, que no se trata de un tejido productivo ágil, diverso, caracterizado por su movilidad y capacidad de emprendimiento, sino de pesados paquidermos nacionales y/o transnacionales que controlan a su real saber y entender todo lo concerniente a la producción-distribución de ciertos y determinados rubros, como por ejemplo la harina precocida de maíz, las cremas dentales, el papel higiénico, los detergentes, los pañales, y un largo etcétera.

No invierten

Por si fuera poco esa peculiar clase empresarial no es muy dada a invertir en el país. Estudios de investigadores como el sociólogo, Luis Salas, revelan que esos empresarios se encuentran en “huelga de inversiones” desde la década del 70 del siglo pasado. Si no invierten, realmente no apuestan al país, porque no desarrollan sus líneas de producción con materiales que se pudieran producir en Venezuela y mano de obra del patio.

Y esto ha conllevado, quizás sea un caso inédito, a que con una población que demanda más productos, las empresas funcionen al 60% de su capacidad instalada porque no les da la gana de invertir, como lo ha demostrado el proceso de fiscalización de la Gran Misión de Abastecimiento Soberano.

Un caso bien ilustrativo de esta dinámica nada virtuosa son los “good fellas” de Hacienda Santa Teresa, quienes juegan mucho rugby, pero el cedro de las barricas para añejar sus bebidas espirituosas lo traen todo importado de los Estados Unidos.

Lo anterior es una expresión genuina del llamado capitalismo rentístico, tan bien caracterizado por el profesor Asdrúbal Baptista, ya que a causa de la renta de petrodólares termina siendo más atractivo importar que producir. Es un mal estructural de nuestra economía capitalista, rentística y subdesarrollada que además supo aprovechar muy bien la oligarquía comercial de los años 50 y 60, para acrecentar su acumulación de capital e incrementar su poderío, como lo señalara otro gran economista venezolano el profe Orlando Araujo.

Si sumamos que ese capitalismo rentístico, monopólico y poco dado a invertir en el país, culminó el siglo XX con indicadores sociales impresentables de más de 80% de pobreza y donde el 20% más rico se apropiaba de más del 50% de la riqueza total, usted me dirá dónde está el verdadero fracaso.

La revolución bolivariana asume el poder democráticamente en 1999 y en apenas 17 años, golpe de Estado, paro-sabotaje petrolero, plaza Altamira y guarimbas mediante, ha podido consolidar políticas redistributivas de la riqueza nacional, que se expresan en una reducción sustantiva de la pobreza, la pobreza extrema y la desigualdad.

No obstante, el reto de la nueva Agenda Económica Bolivariana sigue siendo trascender definitivamente el rentismo y diversificar nuestra economía, para reducir la alta dependencia de las divisas y de las importaciones.

Sobre el otro espejismo, el de la tierra prometida a la vuelta de Maiquetía nos referiremos en la próxima entrega, sólo podemos adelantar que como me dijo alguna vez en una entrevista un sesudo economista de extrema derecha en “economía no hay almuerzo gratis” y eso aplica, sin excepción, a todos los países. Claro que el derecho a creer en “pajaritos preñados”, como el miedo, es totalmente libre.

DesdeLaPlaza.com/Daniel Córdova

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