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Pensamiento burgués del presidente Maduro

Ilustración: Eric Chow

Por: Nestor Francia

En los días recientes, los revolucionarios que ejercemos el DEBER de la crítica hemos recibido nuevos, sutiles y eufemísticos ramalazos desde instancias del Poder. Yo no paro en mientes, porque he decidido hacer el necesario trabajo que no hace la multitud de conformistas, propagandistas y aduladores incrustados en el chavismo: ser carro sin frenos, piedra en el zapato y ladilla china, como he dicho más de una vez. Al grano.

El presidente Maduro soltó el 16 de julio una perla que, en realidad, reproduce una de las ideas favoritas y más cuestionables del pensamiento burgués. Ya va a saltar algún chavista inmamable a decir que he afirmado que el Presidente es burgués. No, hijo, lo que digo es que una idea suya específica abreva en la ideología burguesa. Y me voy de argumentos, pa que no digan.

Aseveró Maduro, en la Universidad Nacional Experimental de la Seguridad: “No puede haber universidades graduando miles y miles de profesionales en carreras que no tienen nada que ver con el desarrollo del país”. A su juicio, en Venezuela se debe dar prioridad a “las carreras que tienen que ver con el desarrollo económico industrial, agroindustrial, agrícola, científico, técnico, y tecnológico del país”. Y luego, salvándose un tilín, se refirió también a los estudios relacionados con “los derechos de la salud, de la educación, de la cultura, de la vivienda”. Hablar de educación y cultura acaso ayudó a sacarle un tanto las patas del barro que mostró su idea de las carreras prioritarias. Esto requiere, inevitablemente, de aclaratorias históricas.

El encumbramiento del pensamiento racional y científico fue una de las principales banderas de la burguesía emergente que se pondría al frente de la Revolución Francesa en la segunda mitad del siglo XVIII, amplia conmoción política que abriría las puertas al posterior dominio del capitalismo en el mundo. Esta ponderación de la Ciencia y la Razón tuvo dos razones fundamentales. Una de ellas fue la necesidad de la burguesía de generar nuevas herramientas tendientes a expandir su poder económico. Entre el Alto Renacimiento, antecedente inmediato de la revolución burguesa, y el siglo XVIII, llovieron los inventos que favorecieron la manufactura de mercancías, la navegación comercial y el comercio en general: la imprenta de tipos móviles, el tornillo, el astrolabio, la regla de cálculo, la turbina de vapor, la máquina de sumar, el billete de banco, la máquina de vapor extractora, la barrena sembradora, el motor de vapor, la máquina de vapor con pistones, el octante, el sextante, la máquina de hilar, la máquina de tejer, la trilladora mecánica, la máquina de coser, la turbina de gas, la prensa hidráulica y otros. La otra razón, vinculada directamente a la primera, fue el enfrentamiento a la Escolástica, manifestación epistemológica de la dictadura cultural del clero aliado de la nobleza feudal. La Escolástica concebía como objetivo principal y último del conocimiento la exégesis de la Biblia, lo cual era una manera de mantener el oscurantismo intelectual inmovilista que le permitía sostener sus privilegios feudales, como la posesión de extensos territorios y tierras laborables donde se explotaba el trabajo semiesclavo de los siervos. La burguesía se levantó contra la Escolástica en una lucha radical en el terreno de la epistemología con el objetivo de promover el conocimiento científico que le permitiera perfeccionar los medios de producción que apuntalaran y acrecentaran las riquezas que había acumulado por medio del comercio, la manufactura y el manejo de las finanzas.

Una vez que se instauró el capitalismo, la sobrevaloración de la razón humana y de las ciencias dio paso al establecimiento de una “nueva Escolástica”, el positivismo, corriente burguesa que preconiza precisamente el predominio de la razón y la ciencia sobre cualquier otra forma del conocimiento humano. En el libro de mi autoría Antichavismo y estupidez ilustrada me refiero a ese fenómeno:los científicos y racionalistas pasaron a ser los sustitutos de los sacerdotes en esta especie de nueva religión que conformaba el positivismo”. Y otra cita de ese libro, acaso un poco larga pero necesaria, que plantea cómo el movimiento conocido como Romanticismo fue una de las primeras manifestaciones humanas contra la dictadura burguesa del positivismo: “su defensa de lo irracional, lo vital, lo emotivo ante el cientificismo positivista, que se convirtió en la tendencia predilecta del capital, mantuvo despierta una llama de rebeldía humana ante la crueldad inhumana de los poderes explotadores. El planteamiento del problema del conocimiento por parte de los románticos es lo que confiere a esta tendencia su carácter histórico más notable. El romanticismo afirmó que la intuición y la imaginación eran vías tanto o más válidas que la razón para conocer la realidad y acercarse a ella. La importancia de esta acción ideológica es fundamental. Al asignar a la razón y al conocimiento científico la exclusividad sobre la captura de la realidad, el positivismo creaba una barrera elitista para favorecer todo conocimiento académicamente adquirido, sólo accesible a la clase dominante. Pero por otra parte, desconocía algunas de las armas más poderosas de la sabiduría popular, como por ejemplo la intuición y la imaginación. De manera que los románticos pusieron sobre el tapete una discusión de importancia cardinal, y por eso mismo su influencia positiva se extiende hasta nuestros días, ya que si el positivismo hubiese reinado sin obstáculos (cosa que por lo demás hubiese resultado de todas formas imposible) probablemente avanzaríamos sin remedio a un mundo de soluciones mecánicas, deshumanizadas, sometidas al arbitrio sin remedio del individualismo más feroz, donde la sociedad, manejada por mentes «brillantes» y aisladas, marcharía como un mecanismo de reloj, tan previsible y tan inorgánico. También fueron los románticos precursores de una apertura del universo intelectual europeo hacia culturas milenarias consideradas marginales y al mismo tiempo sintetizadoras de una sabiduría ancestral, acumulada a lo largo de una experiencia colectiva de larga data o enraizadas en una relación directa del hombre con su medio originario”.

Es evidente que el pensamiento humanístico (en el buen sentido de la palabra) ha sido el rector de las más grandes revoluciones mundiales. Todos los grandes líderes religiosos hoy recordados fueron tributarios del humanismo: Buda, Mahoma, Jesús, ninguno de ellos fue un científico ni un tecnócrata. Los principales maestros de Simón Bolívar fueron dos grandes humanistas: Andrés Bello, filósofo, poeta, filólogo, traductor y educador; y Simón Rodríguez, educador, escritor, ensayista y filósofo. Bolívar era un hombre muy inteligente y probablemente, de haber sido educado en las ciencias, alguna gran invención habría aportado, pero sin su formación humanística, con seguridad no hubiera sido El Libertador. Además, Bolívar recibió la influencia directa de los grandes pensadores de la Revolución Francesa, como Rousseau, quien fue músico, filósofo y escritor, y también botánico y naturista, disciplinas estas últimas en las que destacó en menor grado, y Montesquieu, filósofo y ensayista.

Son los trabajadores del pensamiento humanista quienes han garantizado el legado de la Historia de la Humanidad. Sin los historiadores sabríamos muy poco de los tiempos pasados, de las luchas y los logros de los pueblos. En cuanto a la gran importancia que tienen para los humanos los escritores, artistas y poetas baste con señalar estos hechos: ¿cuántas personas comunes recuerdan a Miguel de Cervantes como autor del Quijote y cuántos a Felipe II y Felipe III como reyes en aquella España? ¿Cuántos reconocen a Leonardo Da Vinci como autor de la Gioconda y cuántos como inventor del anemómetro?

Hay una pregunta clave en este tema ¿Ha sido el predominio de la ciencia y la tecnología en los siglos recientes una fuente de bienestar para la Humanidad? ¿El “progreso” científico y tecnológico en el contexto de la errática civilización dominante nos ha acercado más al cielo o al infierno? ¿Es mejor este mundo individualista en el que nos han colocado aparatos electrónicos por todas partes para sustituir con pantallas las miradas, la amistad que se crea en la proximidad física y el amor como intercambio directo de palabras y gestos?

Y otras interrogantes: ¿Son las grandes potencias industriales como Estados Unidos, Rusia y China modelos para nosotros, con sus altas cotas de contaminación ambiental, sus crecientes brechas sociales y sus culturas cada vez más individualistas? ¿Queremos ser como ellos? ¿No sería mejor recuperar nuestros grandes valores ancestrales basados en el amor por la naturaleza y en el predominio del espíritu?

Yo no desdigo de la ciencia, una actividad humana con logros innegables en campos como la salud, con avances en la detección y la cura de terribles enfermedades. Pero la ciencia y la tecnología no pueden ser prioritarias ante los valores espirituales, concebirlo así no serviría sino para reproducir el meollo de lo que estamos supuestamente combatiendo. El bienestar espiritual es el gran objetivo de la Revolución, sin dejar de promover el bienestar material.

El Presidente no debería preocuparse tanto por este tema, para todo hay talentos y vocaciones, en todo caso la presión social en la perspectiva de que las carreras técnicas son más rentables, lleva a que en los países capitalistas esté aumentando el número de estudiantes que se decantas por esas carreras. Medios estadounidenses publicaron recientemente que es la primera vez en sus casi 400 años de historia que la Universidad de Harvard cuenta entre sus alumnos con más estudiantes de ciencias -concretamente, de ingeniería y ciencia aplicada- que de humanidades. En concreto, la facultad de artes y humanidades cuenta con 746 matriculados, mientras que SEAS (Harvard’s School of Engineering and Applied Sciences) ha admitido a 775 estudiantes.

En cuanto a lo que atañe a las vocaciones, si alguien no tiene vocación ni talento para un oficio determinado, terminará siendo un profesional mediocre. Tengo una interesante experiencia personal: como hijos de un hogar pobre, mi finado hermano Arnaldo y yo resolvíamos el homenaje del Día de la Madre elaborando nuestros regalos con recursos propios. El apelaba a lo que le ofrecía de gratis el entorno y elaboraba ingeniosos objetos. Recuerdo, por ejemplo, un cochinillo fabricado con un limón, ramitas, alambre y semillas. Yo, por mi parte, simplemente le escribía a mamá unas rimas ingenuas y candorosas para expresarle mi amor. Arnaldo terminó estudiando ingeniería y yo Letras ¿qué tal?

Yo no pienso, en este sentido, como el Presidente. Para mí el mayor problema actual de Venezuela es la decadencia ética, la pérdida de valores del espíritu, el materialismo, el pragmatismo y todas esas plagas que nos ofrece la sociedad clasista. No quiero un país potencia, quiero un país amoroso, solidario, fraterno, honesto, decente. Privilegio el crecimiento poético sobre el crecimiento económico. Prefiero un país pobre y amable que un país rico y odioso.

Yo lucho por un final de todo esto en el que prive la aseveración del gran poeta francés Isidore Ducasse, apodado el Conde de Lautreamont: “La poesía debe ser hecha por todos”, por eso es que lucho, esa es para mí la única Revolución, a fin de cuentas y llegados algún día al escalón superior.

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