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American Sniper: panfleto a la medida del imperialismo

Una verdadera lástima que un hombre que le ha entregado piezas tan bellas a la cinematografía mundial como Río Místico, El Gran Torino o Million Dollar Baby, haya optado por realizar este panfleto obvio y servil a los intereses de las élites que gobiernan Estados Unidos, con el falso pretexto de querer hacer una película antibelicista. Esta cinta es el perfecto ejemplo de cómo actúa el aparato cultural del imperialismo para imponer sus consensos, para naturalizar la expoliación, la violencia abierta contra los pueblos, la barbarie.

El filme está basado en la autobiografía del militar Chris Kyle (Bradley Cooper), que sirvió en la guerra de Irak y se convirtió en el francotirador más eficaz de la maquinaria genocida que desplegó el imperialismo norteamericano sobre el pueblo de ese país, bajo aquella falasia de las armas de destrucción masiva que intentarían disfrazar, cínicamente, como un error de inteligencia, después de que aquella nación yacía en ruinas, salvajemente ultrajada. Ni las más antiguas escrituras de la humanidad pudieron esquivar la voracidad destructiva de esa poderosa maquinaria para matar, a la que Eastwood intenta maquillar. Un vaquero norteamericano devenido en soldado élite y francotirador superdotado, luego de escuchar el llamado de su patria ante los atentados del 11 de septiembre de 2001 (sería bueno recomendarle Farenheit 9/11 a Clint), padre amoroso y protector de dos pequeños bebés, con una relación de pareja plena de romanticismo: el estuche perfecto para el panfleto de Eastwood. Según el enfoque de esta película si un soldado invasor asesina de un tiro en el pecho a un niño que lucha en la resistencia para defender su país invadido, la víctima es el soldado que atraviesa, luego ataques de ansiedad o los efectos del estrés postraumá- tico. Vemos al francotirador en primer plano, y al niño como una figura abatida a lo lejos, la cual obervamos por una mirilla.

En esta película observamos a los soldados norteamericanos celebrar emocionados, cerveza en mano, que son llamados a la guerra de invasión. Quizá de aquel lado esto pueda resultar simpático para el amigo Eastwood, pero del lado de los pueblos que hemos sido asediados, atacados, violentados y en varios casos de nuestra Latinoamérica, ultrajados por la violencia del imperialismo y sus lacayos, el chiste no causa tanta gracia. En las postrimerías del filme, el atribulado Chris confiesa que sus más de 160 bajas confirmadas no le generan el más mínimo remordimiento, y que podría responder ante Dios por cada una, pues solo protegía a sus compañeros, y que lo único que lamenta es no haber salvado más soldados norteamericanos, es decir, no haber matado más iraquíes para ptoteger a sus hermanos invasores. Por supuesto, las únicas vidas que importan son las norteamericanas. No es solo Chris el que se confiesa con esta afirmación.

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