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El libro, mucho más que un objeto

En París, 15 de noviembre de 1995, la Conferencia General de la Unesco aprobó el 23 de abril como Día Internacional del Libro. ¿La intención? Promover la lectura, impulsar la industria editorial, incitar a la creación literaria y promover la protección de la propiedad intelectual por el derecho de autor. Desde el año 2001, la Unesco ha declarado varias ciudades como “capitales mundiales del libro”: Madrid, Nueva Delhi, Buenos Aires, Bogotá, Beirut, Bangkok, entre otras. Este año le toca a Incheon, en Corea del Sur.

Más allá de las iniciativas formales, que deben celebrarse como gestos de provocación de los cuales nos apropiamos, todos los días son el día del libro mientras haya alguien que lea por placer, por voluntad, por curiosidad, por iniciativa propia, por querer hacer de sí mismo alguien mejor.

La primera acepción que dispone la Real Academia Española para la palabra libro, dice: “Conjunto de muchas hojas de papel u otro material semejante que, encuadernadas, forman un volumen”. Sin embargo, el libro no se reduce a un montón de hojas garabateadas. El libro es una puerta abierta que nos lleva, sin dar un sólo paso, a un lugar infinito e inagotable.

Para Christiane Valles, investigadora y Presidenta del Centro Nacional del Libro (Cenal), institución adscrita al Ministerio del Poder Popular para la Cultura que organiza cada marzo de todos los años la Feria Internacional del Libro (Filven), el libro es mucho más que un objeto sometido a la definición de las frías academias: “Los libros son mis compañeros inseparables. No recuerdo un día de mi vida, enferma o sana, en que un libro no haya estado a mi lado. Últimamente me acompaña de manera digital, así que llevo muchos conmigo. Una biblioteca entera, en verdad”. Por su parte, el poeta Freddy Ñáñez, presidente del Fondo Editorial Fundarte de la Alcaldía de Caracas, concuerda con Christiane, porque “el libro no es un objeto: es un cuerpo hecho de otros cuerpos como las ideas, los sonidos, las palabras”.

María Alejandra Bello y Melissa Nahmens, promotoras culturales y administradoras de la página web QueLeer, aseguran que el libro “es un aliado que nos hace parar la realidad, para viajar por otros mundos a veces parecidos a la realidad, pero en su gran mayoría nos hace transportarnos por mundos desconocidos produciendo un hechizo que hace volar nuestra imaginación”.

Entre el culto y el fetiche

Sin embargo, el escritor venezolano Rod Medina, lector desenfrenado, va más allá. Para él, el libro es una herramienta fundamental para el desarrollo social. De hecho, Rod nos cuenta cómo ha sido su acercamiento con el libro y la lectura: “Mi relación con el libro ha pasado por diferentes fases. Mis primeros contactos con él estuvieron cargados de la misma magia que suele acompañar a los juguetes. Creo que, como lo describe la historia de Clarice Lispector, La felicidad clandestina, el libro se convirtió en un objeto de adoración, como podría serlo una figurilla, un ídolo, para cualquier culto. Tocarlo, pasar sus páginas, observar los bloques de texto y las imágenes, disfrutar del olor que se desprendía de él… sin conocer aún el significado de su contenido. Así fueron mis inicios. Pero después, ya en la adolescencia, el libro pasó a ser la representación escrita de la dualidad amor-odio. Por un lado me atiborraba de suplementos y por el otro desechaba aquello que me obligaban a leer en la escuela y el liceo. Ya en mi juventud pude reconciliarme con esa cosa. Pero la adultez me proporcionó una visión muy diferente de dicho elemento: de fin pasó a ser medio, y de fetiche personal se transformó en instrumento para el desarrollo social”.

Objeto con alma, sujeto, fetiche, razón de culto, compañero de viaje. Muchas son las definiciones alternativas, y justamente por eso más acertadas, que rondan al libro. De hecho, Marialcira Matute, Premio Nacional de Periodismo y apasionada promotora de la lectura a través de su programa de televisión Librería Mediática, entre otros espacios radiales, impresos y digitales; resulta vehemente cuando habla del libro: “Soy fetichista con los libros. No los rayo ni les doblo las esquinas de las páginas para marcar por dónde voy en la lectura. Me gusta verlos, tocarlos, olerlos, tenerlos en la biblioteca, que invadan cada espacio de la casa”.

Asimismo, Iván Padilla Bravo, poeta y director del semanario cultural Todos Adentro, define al libro “como sujeto, vivo, con quien puedo interactuar y crecer”.

En mi caso, prefiero definir al libro como el lugar de encuentro por excelencia. Tenerlo, leerlo, abordarlo, hacerlo nuestro, hacernos de él es el ejercicio pleno de nuestra libertad. Porque decidimos pensar, descubrir, interactuar, soñar y aprender es que abrimos espacio en nuestros hogares y en nuestras agendas de vida para otorgarle al libro ese lugar protagónico que merece. Gracias a él, nos empapamos de humanidad. Porque los libros son el producto de la valentía de quienes los escriben, con nuestra lectura se van convirtiendo en pasadizos secretos hacia el alma de alguien que dejó su pellejo entre las páginas. Un alguien que tenía algo qué decir. Un algo qué decir tan fuerte que mutó desde la mente hasta el teclado, del teclado a la pantalla, de la pantalla al papel y del papel a nuestras manos.

Celebremos, pues, este milagro. Porque hoy más que nunca, en este mundo caótico plagado de distracciones y zancadillas, encontrarnos en nuestra humanidad es el mejor de los motivos para hacer una fiesta.

¡Feliz Día Internacional del Libro!

 

DesdeLaPlaza.com/Gipsy Gastello

@GipsyGastello

 

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