Conoce qué función tienen los fluidos vaginales

Los fluidos vaginales son muy importantes para nuestra salud y placer sexual, y varían durante todos nuestros ciclos en edad fértil. Como cualquier otro fluido de nuestro organismo, los vaginales funcionan como una especie de oráculo: nos indican qué es lo que nos sucede, si estamos con salud o con algún desequilibrio, si estamos ovulando o pasando por un período infértil.

Todas sabemos, por ejemplo, que tener mocos en la nariz es normal, pero cuando éstos aumentan… es po una anormalidad respiratoria. Entonces, cuando aparece la sangre menstrual fuera del ciclo, ¿qué nos advierte? Pues, evidentemente, que hay un desequilibrio. Lo mismo sucede con nuestros fluidos vaginales. Podemos leerlos y dialogar con nuestro cuerpo.

El flujo vaginal se autorregula de manera perfecta: limpia y protege nuestra vagina de patógenos externos, a partir de su macrobiota o “flora vaginal“, compuesta por bacterias vivas, mayormente lactobacilos. Asimismo, la acción de los estrógenos es fundamental en el mantenimiento de este equilibrio. Si estas hormonas se ven alteradas, la humedad se verá afectada, así como la consistencia y composición de nuestro flujo.

Como sufre variaciones a lo largo de todo nuestro ciclo lunar, es necesario aprender a reconocer cuándo los cambios son parte de nuestra transformación hormonal y cuándo están alertándonos de que algo anda mal. El flujo vaginal es alterado comúnmente por agentes externos, ya sean desodorantes, jabones vaginales, aromatizantes y químicos de las toallas higiénicas (tampones, protectores diarios, etc.), semen, hormonas y ropa sintética. Todo eso puede dejar a nuestra vagina indefensa (¡sin nuestro flujo guardián!), facilitando la proliferación de hongos o el contagio de infecciones. Esto se manifiesta con una descarga inusual de flujo acompañada por mal olor, irritación, etc. Podemos notar que aquello es un aviso, para intentar retornar al equilibrio de nuestro ecosistema.

El medio social nos enseña a ocultar todo tipo de “fluidos”. Paradójicamente, las mujeres somos seres de “fluidos”: flujo vaginal, sangre menstrual, leche materna, etc. Nos enseñan a no tener contacto con estas secreciones, a sacarlas de nosotras e higienizar lo máximo posible nuestras “zonas íntimas”. Eso nos conduce en contra de nuestra propia salud, ya que al menos la vagina se limpia a sí misma y no necesita más que agua para el mantenimiento de su higiene.

Moco cervical:

Es parte de nuestro fluido vaginal y es secretado por el cuello del útero a partir de sus criptas (glándulas), que bajo influencia neurológica y hormonal secretan diferentes tipos de moco durante todo el ciclo. Su función es la de bloquear nuestro cérvix para la entrada de los espermatozoides y acogerlos en momento de fertilidad para una posible concepción, así como generar un tampón que cierra y protege la entrada de nuestro útero de posibles patógenos. Los cambios se pueden percibir en tres fases: fase folicular, ovulación y fase lútea.

¿Cómo se comporta nuestro moco cervical durante nuestro ciclo?

Durante la fase folicular: al finalizar nuestra menstruación, pasamos por un período “seco” de mucosidad, durante el que aparece el moco cervical ácido, concentrado en ejercer de tampón en el cuello del útero para protegerlo de infecciones y de la posible entrada de espermatozoides. Es un período de poca fertilidad. El moco tiene una consistencia espesa, no elástica y de coloración blanca, amarillenta u opaca. Esta fase suele durar siete días, aproximadamente, en un ciclo de 28 días.

Durante la ovulación: las hormonas de a poco se van preparando para la ovulación, lo que ocasiona que las criptas del cuello uterino comiencen a secretar un moco más elástico y menos ácido unos días antes. De a poco, el flujo aumenta notoriamente, por lo que te sientes más húmeda. Al examinarlo, su consistencia es similar a la de la clara de huevo. Es transparente y, si lo estiras con tus dedos, no se corta. Podrás ir notando que el día cúspide de tu fertilidad se acerca. Es el momento en que el cérvix se dilata y se alinea con la vagina para la posible entrada de los espermatozoides. La función de este moco fértil es la de proteger y encaminar a los espermatozoides desde la vagina hasta las trompas uterinas, además de brindarle más tiempo de vida: pueden estar de tres a cinco días vivos dentro de nuestro cuerpo. Por otro lado, nos brindan mayor lubricación para aquellos días de libido inminente.

Durante la fase lútea: ocurrida la ovulación, si el ovocito no es fecundado, tres días después del día de máxima fertilidad, vuelve a aparecer el tapón mucoso en el cérvix que cierra la entrada del útero y nos protege ante patógenos. Este moco es espeso y pegajoso, de textura gruesa y coloración blanca o amarilla. Este período será de infertilidad y durará hasta el comienzo de una nueva menstruación.

¡Conozcamos nuestros fluidos!

La vagina y sus glándulas secretan fluidos lubricantes a partir de la excitación sexual. Estos se componen de agua, piridina, escualeno, urea, ácido acético y ácido láctico, entre otros. Su consistencia dependerá de la fase del ciclo que transites. El escualeno es nuestro lubricante natural por excelencia, una sustancia que también existe en el hígado de los tiburones. Curioso, ¿no? Se extrae de estos animales para cremas humectantes y lubricantes y se ha descubierto que tiene incluso propiedades anticancerígenas.

La única secreción vaginal que nos perjudica es aquella que se manifiesta al padecer un hongo o infección, ya que su aparición suele ser incómoda. La mayoría de los productos químicos, como protectores diarios, hechos para ocultar el moco vaginal, atacan nuestro propio sistema de defensa interfiriendo con nuestra ecología vaginal.

Por otro lado, la anticoncepción hormonal (al modificar nuestras propias hormonas) tiene como función interferir en el funcionamiento natural de nuestro moco cervical para impedir la concepción, por lo que es común manifestar hongos vaginales cuando nos encontramos bajo tratamiento con este tipo de medicamentos, siendo difícil reconocer nuestro moco en sus fases naturales.

La contaminación y el estrés, así como una alimentación deficiente o una baja de defensas, entre otras cosas, afectan nuestro sagrado moco guardián. Es momento de interactuar con nuestro fluido ecosistema y protegerlo con la ayuda de alimentos que contengan probióticos, así como dejarlos libres de químicos ante la obsesiva higiene que propone el mercado.

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