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Jorge Vásquez, un rapsoda para el buen ánimo

Cuando saludas a Jorge Vásquez pareciera que te encontraras a un amigo de toda la vida. Se le ve por la Plaza Bolívar, entre las esquinas de Conde a Principal, acompañado por su guitarra. Se pone a hablar con quienes siempre están alrededor de la plaza y se toma un guayoyito. Le gusta cantarle a la gente y transmitirle su buen ánimo, como él dice: «uno es como un terapeuta, así siento este trabajo», mientras se apoya de una de las barandas de la plaza con la guitarra lista para soltar una nota.

Nació en Maracaibo hace 62 años y decidió venir a Caracas cuando tenía 17, para asumir el oficio de cantar en tascas y restaurantes junto con un amigo. “Nos ibamos a ‘cañonear’, tocar en los negocios, cantar a capela, por El Paraíso, en La Iruña, en el pasaje frente a la Cervecería Municipal, La Graccella, en La Previsora, La Giralda, en la tercera transversal de Sabana Grande».

En sus primeros pininos fue juglar, pero luego tuvo que asumir un empleo formal. “A veces uno también llega un momento que lo toca la necesidad. Estaba casado y trabajé como cajero en un banco«, recuerda y además cuenta que tuvo el oficio de vendedor, con lo que pudo ahorrar lo suficiente como para no abandonar su pasión.»Me compré una planta Roland de 200 vatios, una guitarra Fender, una batería 8000, unos parales».

«Antes éramos más invisibles en cuanto a la cultura»

Conoció el Caribe trabajando la jardinería en Aruba y después fue vendedor ambulante en Carabobo. Ahí fue cuando tuvo una epifanía. Caminando con su lote de mercancías en un carrito, entre juegos de cubiertos, llaves para carros, hojillas de afeitar, ollas y tomacorrientes, a lo largo de la avenida Bolívar de Valencia, vio un grupo de muchachos músicos tocando en la calle y fue cuando le vino el pensamiento: «¡Pero si yo también soy músico vale!».

«Volví a agarrar la guitarra, en las camionetas y autobuses de la avenida bolívar de Valencia», dice Jorge Vásquez y recuerda que luego pudo reunirse con otros músicos ambulantes para ofrecer conciertos de solidaridad. «Luego me vine a Caracas y seguí la misma onda».

Le piden hasta reguetón

“Esto ha tomado valor, porque ya el músico de la calle no lo ven como antes, esto ha tenido un valor cultural, porque el mismo Proceso se ha encargado de ponerlo en su sitio», reconoce quien desde hace más de 40 años comenzó a recorrer las calles con su guitarra. «Antes éramos más invisibles en cuanto a la cultura. Se han rescatado muchos temas que habían desaparecido y otros menos conocidos«, refiere sobre la música.

Interrumpe el diálogo para tocar y cantar Un beso y una flor, en la voz de Nino Bravo, ganándose la atención de los que pasan la tarde en los banquitos dando de comer a las ardillas, quienes por un momento creen que escuchan al cantante. “Tenemos que bailar al ritmo que nos tocan», dice Jorge Vásquez muy sonriente,»Yo a veces le canto a la gente y tengo que adaptarme, me dicen ‘Mira, un reguetón’ y entonces a veces tengo que improvisar«, comenta para cantarnos Felices los 4, como demostración.

“La gente como sabe que trabajo con diferentes géneros me pide baladas, rancheras, gaitas. En este tiempo le lanzo los aguinaldos y cuando uno también ve a personas adultas, le lanza esto: ‘Es un buen tipo mi viejo / que anda solo y esperando«, canta para todos en la voz de Piero, interpretando Mi viejo.

«De repente ves a un poco de muchachas y le cantas ‘Cuando calienta el sol aquí en la playa / siento tu cuerpo vibrar cerca de mí», dice Jorge Vásquez para cantar Cuando calienta el sol, de los hermanos Rigual, aunque muchos crean que es original de Luis Miguel.

No solo es cantar

Tal vez sea su talento de vendedor junto a la sensibilidad del cantor los que le dan un sentido importante a su tarea diaria, que es la de ofrecer un momento agradable y de alegría a su público. “Lo más importante, como ahorita la gente está decaída, no solo me ha tocado cantar, sino enviarles un mensaje: ‘Mire amigo, usted sabe que al mal tiempo buena cara’, porque necesito romper ese momento».

Máximas populares y fábulas aleccionadoras se entretejen con las notas de su guitarra y el carácter de su voz. «Hay mucha gente a la que les conté una moraleja de una culebra y una luciérnaga; dicen que una culebra iba persiguiéndola y la luciérnaga le dijo: ‘Yo sé que me quieres comer, pero déjame hacerte una pregunta, yo soy un ser insignificante ¿Por què me quieres comer?’, y la serpiente le contestó: ‘Porque tú brillas mucho», termina su relato y al final remata con la moraleja: «No podemos perder ese brillo, varón».

De lunes a domingo Jorge Vásquez va desde la zona 10 del barrio José Félix Ribas, en Petare, a la Plaza Bolívar, en el centro de Caracas, donde llega a las 10:00 de la mañana y regresa a su casa sobre las 5:00 de la tarde. «Yo no agarro esto con afán, me pongo a conversar contigo, a conversar con el otro, me gusta detenerme, es lo que yo trato de hacer, para alargar un poquito mi día”, comenta sobre las jornadas que considera se han puesto difíciles, porque por la falta de efectivo recoge hasta 15.000 bolívares diarios, que lo ayudan además de su pensión otorgada por el Gobierno.

«El objetivo es que la gente se sienta feliz»

«Gracias al Proceso logré obtener mi pensión, no tenía cotización, metí un currículum con reportajes que me hicieron en prensa, en la Casa del Artista y gracias a eso y que me han visto en la calle, me conocen», expresa Jorge Vásquez con agradecimiento quien también fue declarado Patrimonio cultural viviente del estado Carabobo.

«También me canso», agrega, «trabajas dos tres horas, estás dando toda tu energía, es un trabajo corporal, espiritual, estás tocando un instrumento, estás cantando, eso implica que te estás agitando y bueno yo ahora no estoy muy bien de salud”.

Padre de tres hijos y lector de la Biblia. Consulta mucho los «Hechos de los Apóstoles», porque lo considera «un libro que tiene que ver mucho con el espíritu” que es un poco lo que busca fortalecer en su público cada vez que toca una canción. «El objetivo es que la gente se sienta feliz», dice y luego expresa algo parecido a la estrofa final de una canción que es tan buena que pasas todo el día escuchándola en tu cabeza: «Si le bajáramos un poquito el volumen al mundo, trataríamos de apreciar las cosas más sencillas de la vida».

DesdeLaPlaza.com/ Pedro Ibáñez

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