Beber la vida (I)

Desde las celebraciones por graduaciones, nacimientos, bautizos o bodas y hasta los más tortuosos despechos de Lupita, siempre van acompañados con una copita.

Consumir alcohol en las culturas latinas es un evento social que ahora es legal. No me imagino, por ejemplo, cómo hubiese sido mi vida universitaria, en aquella época en la que beber estaba prohibido. No por que sea una bebedora empedernida, sino porque muchos de los momentos de alegría en mi vida, han estado acompañados por una botella y he llegado a la conclusión de que hay veces que: en vez de vivir, hay que beber la vida.

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Más allá de los estudios psicológicos y sociológicos sobre cómo se altera el comportamiento del ser humano bajo los efectos del alcohol, están los beneficios que existen por consumirlo. He leído que una copita de vino o un vaso de whisky puede alargarte la vida, también sé que el ron con miel y limón es bueno para aclarar la garganta y que el anís es bueno para la digestión. Eso sin mencionar el poder indiscutible que tienen unas cuantas copitas para sacar las personalidades ocultas y desinhibidas de cualquier mortal.

Lo mejor de «caerse a palos» es recordarse de lo que uno hace o dice, porque esa amnesia selectiva que a veces aparece, puede traer consecuencias lamentables. No hay nada peor que recordar lo vivido, por referencia, por que otros te lo cuenten o por ver fotos y vídeos en los que uno aparezca bailando la macarena haciendo el ridículo y no tener memoria de lo ocurrido.

Peligro al teclado

Se corren muchos riesgos al estar bajo los efectos del alcohol, no me refiero al peligro de sentarse frente al volante específicamente, porque es cierto que los accidentes automovilísticos en su mayoría son causados por personas ebrias, pero también hace un daño fatal tener el celular cuando se está en estas condiciones de alicoramiento extremo. Llamar al «ex» o mandarle una nota de voz cantando (gritando desfinado) esa canción que te recuerda cuando se fueron de viaje a la playa y repetirle babeando el teléfono con el llanto atravesado lo mucho que aún lo amas, puede ser uno de los peores errores que se cometen estando borracho y que parece una vaina automática. Debería haber una regla mundial que obligue a sacarle la pila a los celulares, cuando uno se dispone a beberse el alma, para evitar este tipo de desastres no naturales.

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Otro de los grandes errores garrafales que muy comúnmente se cometen estando ebrio, puede ser esa valentía que aparece mágicamente susurrándote al oído que te convence y te da la absoluta seguridad de que eres capaz de bailar en tacones y en falda encima de una mesa (silla, carro o barra) sin que ocurra un accidente moral, que alguien pueda estar documentando en video para luego chantajearte usándolo en tu contra o exponerte al escarnio público en las redes sociales.

Yo brindo

Les cuento que cuando comencé a trabajar y gané mi primer bono de alimentación, ese mismo viernes fui a celebrar con algunos compañeros de la oficina a tomarnos unas cervecitas que, terminaron siendo varias cajas. El resultado: un desmadre organizado combinado con risas y sesiones intensas de baile. Al terminar o mejor dicho cuando nos botaron de la discoteca, nos dio hambre y yo (en mi efusiva felicidad gracias a los 6 grados de las incontables rubias ingeridas) decidí invitar a comer a todas las personas que me acompañaban. Llegamos al sitio y nos ubicaron en varias mesas porque éramos casi 10 personas, fue entonces cuando tuve la revelación divina de que necesitaba confirmar que en ese sitio aceptaran los tickets como forma de pago.

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Me levanté (como pude) y me le acerqué a uno de los meseros a exponerle mi inquietud y la cosa fue así:

(Por favor, traten de leerlo con la lengua dormida y trastabillando cada palabra)

YO: «Siñor, nasnoches, ¿aquisasetancestatickts?»

MESONERO: «¡¿Qué?! Mija no la entiendo»

le repetí (sigan leyendo como si estuvieran rascados)

YO: «Miresiñor, io nisssssesssiiito zzzaber sinestestablicimiento sacetan cestati-queeeeee»

MESONERO: «¡¿AH?! mija vaya y siéntese que ya yo le llevo la comida»

y qué va compadre, nada que lograba entenderme con el mesonero (a quien por cierto, lo iba persiguiendo por entre las sillas del local, como los paticos van detrás de la mamá pato)

YO: «Noooooo siñormire, ya va, esque iiiiooo nicisitu sabeeeeeeeeer si aquí sacetancestatiqueeeeeee»

MESONERO: «¿Usted me está vacilando?»

El detallazo, es que él no podía entender en mi idioma (que ya parecía que estuviera hablando cetáceo) que para mí era extremadamente necesario saber si yo iba a poder pagar toda esa comida con mis flamantes cestatickets. En mi desesperación por no poder comunicarme con el tipo, me devolví a buscar la cartera para estrellársela en la cara al bigotudo ese y cuando llegué a la mesa, mis queridos amigos estaban atragantándose las arepas y cagados de la risa me dijeron que se me iba a enfriar la reina pepeada con amarillo que me habían pedido. Al final cada quien pagó su vaina y me sentí frustrada ya que no pude hacer gala de mi magnanimidad etílica.

A partir de esa experiencia, cada vez que quiero saber si alguien está pasado de tragos o próximo a borrarse de la pea, le pongo el reto de que diga esta frase rápidamente: «se aceptan cestatickets en este este establecimiento de floreritos» y si la persona se atropella con las primeras dos palabras o arrastra las eses o cierra los ojos para concentrarse y toma una gran bocanada de aire, quítenle el trago y las llaves del carro, llámenle un taxi y prepárenle una sopita.

Moraleja: Beba con moderación y sentido común o le tocará perseguir a un mesonero en cualquier arepera de la ciudad, sin recordarse de nada al día siguiente.

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Victoria Torres

Periodista, melodramática y brontofóbica. Contra todo pronóstico, fiel creyente de la amistad y de que un mundo mejor es posible. Responsable y dueña de lo que escribo y sueño, que ahora comparto con aquellos que están tan locos como yo.