¿A cómo tiene el kilo de poesía?

Estoy buscando una bodega, un supermercado, una farmacia o una tienda dónde consiga más barata la poesía. Quisiera poder bachaquear con ella. Acumularla poco a poco y revenderla bien cara. Creo que a ningún burgués se le ha ocurrido tan brillante idea.

¿Qué pasará a los grandes empresarios que no consiguen producir en serie versos y metáforas? ¿Por qué no habrá lujosos símiles que, en frascos chiquitos, se vendan en las más lujosas perfumerías? ¿Por qué será que los suspiros, las nostalgias, las emociones, los sueños y las alegrías, cuando llegan a rimar entre ellos, ya sea de forma consonante o asonante, si acaso se transmutan en estrofas, en poemas, en libros (algunos de ellos), pero poquísimas veces en mercancías?

¿Qué estará fallando en el capitalismo al no alcanzar, más de 200 años después, doblegar la belleza? ¿Por qué será que tienen que banalizar toda estética hasta reducirla a estereotipos que, solo por aproximación y confundidos en antivalores añadidos como guindas en los helados, les permitan obtener y beneficiarse de algo de plusvalía?

El asunto no es la forma ni el peso. Creo que es que no han conseguido hacerla exactamente una mercancía. Pero ¿por qué? ¿Qué pasa con el atinado, cosificador y enajenador capitalismo que todo lo convierte en mercancía pero que con la poesía apenas alcanza a elaborar libros que tampoco se venden?

¿Será que la poesía es, de verdad verdad, el espacio auténtico de la libertad? ¿Será que ella no se ha dejado mediar por fuerza de trabajo mercantilizable y cuando se hace producto su valor definitivo es de uso y no de cambio?

Es un tema para revisar, bajo la perspectiva de la crítica actual de la economía política, en este semanal Diálogo desde la acera. Propongo ayudarnos con los primeros textos de Carlos Marx, Los Grundrisse o Elementos fundamentales para la crítica de la economía política y el Manifiesto del Partido Comunista.

No hemos encontrado ni encontraremos poesía vendida por kilo. Tampoco hallaremos poesía que se pueda reducir, exactamente, a la categoría de mercancía. Hay valores de uso que jamás llegan a convertirse en valores de cambio y, por tanto, no les veremos en la denominada esfera de la circulación y el consumismo capitalista. Fracasan de inmediato dentro de la forma capitalista (también en su expresión actual de neoliberalismo) de producir, distribuir y consumir, así como en sus ridículas morisquetas en el lumpen de clases que lo reproducen bajo la figura del bachaqueo.

Es el momento de plantearse cómo invertir y revertir la perversidad explotadora del capital, que para su reproducción y acumulación, todo lo cosifica y mercantiliza. Es el momento de pensar en serio en una forma de producción, distribución y consumo no capitalistas. Es el momento de ensayar desde lo sencillo y avanzar, a lo Samuel Robinson. A riesgo de errar, sigamos inventando. El futuro es proletario, del pueblo, nuestro. Y se llama Patria socialista.

DesdeLaPlaza.com /Iván Padilla Bravo – @ivanpadillab / Ilustración: Xulio Formoso