7 de octubre: Victoria del Comandante invicto

La presidenta del Consejo Nacional Electoral de Venezuela, Tibisay Lucena aparecía en las pantallas. La solemne cadena nacional del radio y televisión presagia un momento importantísimo. Se anunciaría al presidente número 47 de su historia como nación. Eran las 10:20 de la noche.

Jorge Lanata, periodista argentino que se había vuelto el «rockstar» de la oposición venezolana, esperaba en una mesita donde transmitía vía satélite. Le habían prometido una victoria de Henrique Capriles y él iba a transmitírsela al mundo.

Toda la campaña (como todas las que enfrentó Chávez) se basó en una avalancha de medias verdades sobre la realidad de Venezuela y el supuesto terror que el chavismo significaba para la región. Capriles, electo en unas extrañísimas elecciones primarias de la oposición; se tuvo que bajar del pedestal empresarial en el que vive para tocar a la gente del pueblo: prometió mejorar las misiones, darle nacionalidad a los médicos cubanos que antes habían llamado espías, comenzó a imitar a Chávez en un desesperado intento por acercarse a los pobres y cosas por el estilo. Lanata había jurado en sus reportes que eso le bastaba a la Mesa de la Unidad Democrática para sacar al Comandante a sombrerazos de Miraflores.

Tres días antes, durante el cierre de campaña Chávez había rebasado siete avenidas de Caracas con sus seguidores, en la más grande demostración de agitación política que viviera esta nación suramericana.

Fue una jornada memorable. La conciencia desarrollada por Chávez en la militancia hizo que los millones de almas que colmaron las avenidas: Bolívar, Lecuna, México, Universidad, Urdaneta, Fuerzas Armadas y Baralt; resistieran la lluvia y con un Comandante inspirado se cerraba la campaña electoral.

La lluvia de aquella tarde fue bautizada por el presidente-candidato como el Cordonazo de San Francisco. Apelando a la creencia popular de que el santo de Asís, castiga a las nubes con el cordón con el cual se sujeta el hábito y de esos golpes se desprende un torrencial aguacero. Lluvia-bendición-victoria.

Nadie se movió, no nos movimos. Al salir de allí sabíamos que el domingo siguiente -7 de octubre-, la victoria se sellaría con votos.

3:00am.

Sonó la Diana Carabobo  una agitada música de trompetas que alienta a los soldados y que Chávez transformó en ritmo popular de sus batallones de revolucionarios dispuestos al combate electoral.

Los centro electorales se llenaron, hubo que extender la hora habitual hora de cierre del proceso de votaciones (4:pm) porque en Venezuela se puede votar “mientras haya personas en los centros”.

Chávez, Comandante al fin, dirigió toda la jornada como un general a sus tropas en el campo de batalla. Cerca de las 4 de la tarde, mientras la oposición explotaba el recurso de los «resultados a boca de urna» que otorgaban una supuesta victoria a Capriles; se ordena el «Galope de las fuerzas revolucionarias para el Remate Perfecto». Era el punto culminante del camino que nos llevaba de Sabaneta a Miraflores.

Y una nueva explosión de euforia pasó como ráfaga por campos y ciudades del país.

Al caer la noche e iniciar la cadena, nadie tenía dudas. Pero había que oírlo:

“Con 90% de transmisión y 80,94% de participación (…) el candidato Hugo Rafael Chávez Frías 54,42% de los votos, con 7.444.082; y el candidato Henrique Capriles 44,97%…”

En ese instante la euforia se había apoderado del audio en las pantallas y los receptores de radio, y gritos de victoria popular pasaron frente a la cara de Lanata quien cerró sus transmisiones televisivas con uno de los ridículos más grandes de los últimos tiempos. No se lo cuento, véalo usted mismo: EL RIDÍCULO DE LANATA.

El Palacio de Miraflores era de nuevo una fiesta y el pueblo celebramos con Chávez

DesdeLaPlaza / Ernesto J. Navarro