Una bomba atómica sin probar se lanzó sobre Hiroshima

“Un bello arcángel aletea junto a un gran pájaro de hierro.
procura que un hombre lo vea para ahuyentar cien mil destierros.
pero el arcángel se sofoca y un ala azul se le lastima
y el ave negra abre la boca cuando atraviesa Hiroshima”.
(Silvio Rodríguez, Cita con ángeles)

 

William Sterling Parsons era el artillero a bordo del avión B-29 Enola Gay, que a las 8 de la mañana del lunes 6 agosto de 1945 volaba sobre los cielos de la ciudad de Hiroshima, al oeste de Japón.

6 meses atrás, Estados Unidos había iniciado un intenso bombaredeo contra 67 ciudades japonesas y esta mañana, daban su estocada final. Harry Truman se los había advertido luego que el Emperador negó el ultimátum: “Si no aceptan nuestras condiciones pueden esperar una lluvia de destrucción desde el aire como la que nunca se ha visto en esta tierra”.

En 1945, Sterling tenía 46 años, el rango de Capitán y estaba encargado de colocar unos pequeños sacos de pólvora convencional para el cañón, armar eléctricamente, comprobar que funcionara, quitar los obturadores de seguridad, colocar unos obturadores rojos y sustituir los verdes. En fin, era el hombre responsable de dejar caer sobre población civil una bomba atómica. La primera que conociera la humanidad.

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A Sterling lo acompañaba el teniente coronel Paul Tibbets, quien piloteaba el Enola Gay. Ambos (a pesar de que segundos después dirían Dios mio ¿Qué hemos hecho?) cumplieron con la orden de atacar, no un objetivo militar, sino una población indefensa. Ambos defendían a su país que había sido arteramente atacado, al decir de Franklin Delano Rooselvet.

¿La razón? Cuatro años antes, el 7 de diciembre de 1941, la primera flota japonesa lanzó un ataque aéreo masivo sobre Pearl Harbor. De esta forma, le daban a Estados Unidos la excusa necesaria para meterse -con su complejo industrial militar- a la segunda guerra mundial.

Proyecto Manhattan

Japón atacó Pearl Harbor apenas un día después de que Roosevelt autorizara un proyecto secreto conocido como Manhattan Engineering District, que finalmente se denominó Proyecto Manhattan. Se trataba de un proyecto científico de Estados Unidos con el objetivo final de crear la primera bomba atómica antes que la Alemania nazi la consiguiera.

Ultimados los detalles y listos los resultados, al gobierno de Estados Unidos le pareció simpático bautizar a su primera bomba atómica con el remoquete de Little Boy (en español: Niñito o Niño Pequeño). Este “bebé”, lanzado el 6 de agosto de 1945 a las 8:15am, liquidaría de un sólo estallido unas 140.000 personas civiles.

Los tripulantes del Enola Gay (Sterrling Parsons y Tibbets) así como como toda la cadena de mando del gobierno estadounidense, sabían que Little Boy (con 4.400 kilogramos, 03 metros de longitud y 71 centímetros de diámetro) era una bomba de diseño sin probar el día del lanzamiento. Así que sólo imaginaban sus daños, pero decidieron experimentar alegremente.

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Bomba Little Boy

Así es la guerra, la historia la cuentan lo vencedores. Bob Caron, artillero de cola y fotógrafo del Enola Gay, lo vio así:

“Una columna de humo asciende rápidamente. Su centro muestra un terrible color rojo. Todo es pura turbulencia. Es una masa burbujeante gris violácea, con un núcleo rojo. Todo es pura turbulencia. Los incendios se extienden por todas partes como llamas que surgiesen de un enorme lecho de brasas. Comienzo a contar los incendios. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis… catorce, quince… es imposible. Son demasiados para poder contarlos. Aquí llega la forma de hongo de la que nos habló el capitán Parsons. Viene hacia aquí. Es como una masa de melaza burbujeante. El hongo se extiende. Puede que tenga mil quinientos o quizá tres mil metros de anchura y unos ochocientos de altura. (…) La base del hongo se parece a una densa niebla atravesada con un lanzallamas. La ciudad debe estar abajo de todo eso. Las llamas y el humo se están hinchando y se arremolinan alrededor de las estribaciones. Las colinas están desapareciendo bajo el humo. Todo cuanto veo ahora de la ciudad es el muelle principal y lo que parece ser un campo de aviación”.

Segundo ataque

Estados Unidos estaba resuelto a proclamar su poderío industrial-militar tras involucrarse en la guerra, por lo que poco le importaron las advertencias de Albert Einstein, en una carta dirigida al presidente Rooselvet el 2 de agosto de 1939.

“Recientes trabajos realizados por Enrico Fermi y Leo Szilard, cuya versión manuscrita ha llegado a mi conocimiento, me hacen suponer que el elemento uranio puede convertirse en una nueva e importante fuente de energía en un futuro inmediato[…] se ha abierto la posibilidad de realizar una reacción nuclear en cadena en una amplia masa de uranio mediante lo cual se generaría una gran cantidad de energía[…] Este nuevo fenómeno podría conducir a la fabricación de bombas y, aunque con menos certeza, es probable que con este procedimiento se pueda construir bombas de nuevo tipo y extremadamente potentes”.

Fue tan hondo el vacío en el que cayeron las advertencias de Einstein, que tres días más tarde del ataque a Hiroshima; el 09 de agosto de 1945 una nueva bomba atómica caería sobre otra ciudad japonesa: Nagasaki.

Mal tiempo, mala suerte

Los militares estadounidenses celebraban aún su “éxito” en Hiroshima cuando un segundo ataque nuclear ya estaba ordenado.

Inicialmente el blanco era la ciudad de Niigata, una prefectura japonesa localizada en la isla Honshū en la costa del mar de Japón. Pero… ese 9 de agosto estaba lloviendo, así que este poblado de pescadores sobrevive gracias a una casualidad.

El alto mando cambia inmediatamente el objetivo a la ciudad de Kokura, asentada a mitad de camino entre Tokio y Shanghái. Pero… había niebla espesa y no se pudo ubicar el blanco.

Charles Sweeney, Comandante del bombardero B-29 Bockscar, informa por el radiotransmisor que se acaba el combustible y con la misión en peligro de fallar, escucha una voz que responde, se trata de la tripulación del Great Artist, que volaba como avión meteorológico.

Sweeney es avisado que con rumbo suroeste existía un claro visible entre las nubes, pero el bombardero Bockscar solo tenía combustible para una sola pasada.

Al aproximarse a Nagasaki encuentran un cerrado techo de nubes. Debieron decidir si arrojar la bomba o regresar. El piloto decidió el bombardeo guiándose por el radar.

Y aunque el clima salvó otras dos ciudades, Nagasaki no tuvo la misma suerte. 40.000 personas murieron instantáneamente y otras 25.000 resultaron heridas… varios miles de japoneses morirían posteriormente por heridas relacionadas, envenenamiento y radiación residual.

Los fríos números dan cuenta de lo siguiente:

-De 15 a 20% de los asesinados por las bombas atómicas lanzadas por EE.UU. murieron por lesiones o enfermedades atribuidas al envenenamiento por radiación.

-Se registraron unas 231 de personas que desarrollaron leucemia.

-Al menos 334 japoneses desarrollaron distintos tipos de cáncer atribuidos a la exposición a la radiación liberada por las bombas.

-En Hiroshima y Nagasaki, la gran mayoría de las muertes fueron de civiles.

Rendidos

El Emperador Hirohito de Japón aceptaría -6 días después de la detonación en Nagasaki-, su rendición incondicional frente a los Aliados. El 2 de septiembre, el canciller japonés, Mamoru Shigemitsu, firma el acta de capitulación a bordo del USS Missouri.

Con esa firma concluyó la Guerra del Pacífico y por tanto, la Segunda Guerra Mundial. Hasta ese momento, aún, 110.000 japoneses y ciudadanos estadounidenses con esa ascendencia, (ancianos, mujeres y niños) permanecían en campos de concentración en la costa oeste de EE.UU.

 

 

Desde La Plaza/ Ernesto J. Navarro