¿Aún funciona la chancleta?

Aún lo recuerdo y no puedo aguantar la risa. Mi madre corría detrás de mí con la chancleta en la mano, dimos varias veces la vuelta alrededor de la mesa del comedor, para luego ver cómo ella se tropezaba y casi se caía en medio de la sala. Aún la recuerdo jadeante y sentada en uno de los muebles, con aquella chancleta en la mano y su rostro que se debatía entre darme un carajazo y reventar de la risa.

Finalmente el que se desparramó de la risa fui yo, para acto seguido (y en un leve descuido) recibir aquel chancletazo po´el pecho que me dejó asombrado al ser testigo de unos reflejos que creía mermados. Mi madre usó la chancleta muchas veces, y aunque su blanco favorito era mi hermano menor, quedó registrado aquel certero cholazo como una leyenda familiar.

Pero ¿en verdad educan los chancletazos? Por más que recordamos la anécdota entre hermanos, cuñados y primos, nadie se acuerda qué era lo que mi mamá me estaba corrigiendo. Lejos de lo gracioso de la anécdota, queda aquella agresión como un hecho inútil en cuanto al modelaje de mi conducta.

Algunos emplean correas, palos de escoba, los palitos de madera de los ganchos de ropa o cuanta pieza se encuentren en el camino de una fugaz persecución. El hecho es que el uso de estos artilugios difícilmente logre educar a los chamos. Quien se forma bajo la doctrina de la chancleta es alguien a quien dedicaron poco tiempo de conversación y mucho de castigo. En definitiva es alguien al que se le está formando para obedecer y no para reflexionar.

Frente a ello, y las polémicas que se presentan sobre los éxitos de los correctivos violentos que usamos algunos padres para corregir, presentamos una lista de argumentos que nos harán pensar sobre lo acertado de este modus operandi:

  • Los niños educados con violencia no crean conciencia, se hacen rencorosos
  • Nadie ha muerto de un chancletazo, pero sin duda hay heridas mucho más profundas que tienen que ver con la ruptura de un vínculo entre padres e hijos.
  • Seguramente un chancletazo logra sus objetivos inmediatos: disuadir, inmovilizar. Pero jamás logrará el respeto que necesariamente requerimos los padres.
  • Las leyes cada vez son más estrictas en cuanto al maltrato infantil, así que esta vez los disuadidos podemos ser nosotros los padres.
  • Piensa que tus hijos son el tesoro más preciado de tu vida, y que maltratarlos de cualquier forma, es una manera de castigar lo que tú como padre no has sabido enseñarle por otra vía. Cada cholazo a tu chamo, es un fracaso tuyo.

La mejor receta vuelve a ser la comunicación. Tal vez nos cueste mucho tiempo, tal vez perdamos muchas veces la paciencia, pero esa necesaria comunicación, acompañada de la prédica con el ejemplo que damos los padres, nos conducirá a mayores satisfacciones que un chancletazo de la discordia.