Abril

Mientras Fito  suena en el aleatorio con su “Dios santo, que bello abril, sos vos”, pienso que este mes florido representa tantas cosas para mí… sé que para ti también hermana y aunque no te tengo regalo físico aquí va esto.

En abril la vida me dio el mejor regalo de todos los regalos, del mundo mundial: una hermana. Yo siempre quise compañía cuando estaba chiquita, fui hija única hasta casi los 9 años y ya estaba aburrida y estaba fastidiando mucho a mis papás con aquello del tema del hermanit@. Así fue que un día, luego de haber vivido El Caracazo muy de cerca, mientras vivíamos en El Valle, mi mamá y mi papá me anunciaron que tendría una hermana. Se juntaron la mudanza para Colinas de Bello Monte y mis cambios hormonales, que decidieron desarrollarse luego de tantas informaciones y a tan temprana edad.

Mi vieja con 40 años presentaba un embarazo de riesgo y con varias frustraciones anteriores, tenía que cuidarse mucho para no perder esta nueva oportunidad. Luego de mudarnos a un nuevo edificio, con pocos muebles, me tocaría compartir muy gustosamente un cuarto, con la que sería mi nueva mejor amiga, mi muñeca de juegos, mi piojo.

Decorado de rosado y morado, ya estaba todo preparado para recibirla, cuna blanca y muchos juguetes, comenzaba a tomar su puesto en la familia sin haber llegado. Mis tíos me dejaron muy claro que yo me convertiría en su protectora, en su paradigma, en su ejemplo a seguir, en su defensora y ya esas responsabilidades me comenzaban a abrumar. Jugaba a imaginar cómo sería esta nueva integrante, cómo hablaría, si le caería bien, si pelearíamos, etc. Muchas veces le hablaba a través de la gran panza y le explicaba con mi poca pedagogía que yo haría todo lo posible por compartir con ella mis juguetes. Le profesaba mi amor incondicional por mensajes de voz y yo creo que si me entendía porque pateaba mucho desde adentro.

Un miércoles 25 de abril de 1990 mi papá se había retrasado en irme a buscar al colegio, pasaban las 6 de la tarde y nadie venía por mí. De pronto llegó un tío diciéndome que hoy me iría con él porque ya mi mamá estaba dando a luz. Ella había llegado, un poco antes de la fecha y con un apuro que la hizo darse tres vueltas de cordón umbilical en el cuello y por lo tanto hubo que practicar una cesárea para evitar un mal mayor. Complicadita desde el nacimiento, la muchachita.

Frágil, tibia, rosada, puedo recrear cada detalle de ese momento en el que me la pusieron en los brazos, olía rico, un silencio sostenido por un suspiro y una ternura que se palpaba en el aire, mientras me señalaban que tuviese cuidado con su cabecita, no me cabía el orgullo, creo que podía explotar de felicidad. Estaba como drogada, lo único en lo que pensaba era en ella, no hablaba de otra cosa, la sonrisa no se me borraba. Buscaba participar en todas las actividades que le rodeaban, cambiar pañales, bañar, dar teta, dormir. De noche cuando lloraba, me acercaba a su cuna y le hablaba para que se calmara.

A medida que iba a creciendo, crecían las atenciones. Todas para ella. Al menos así lo veía esta niña que no llegaba a los 9 años, a la que le habían dicho que ya se había convertido en una señorita, a la que ahora se encontraba en el segundo lugar, después de haber estado toda su vida en el podio ganador con todas las miradas encima. Eso había terminado. Como la Miss Universo a la que le quitaron la corona. Pero seguía feliz, podía ver sus reacciones y aprender paso a paso todo su proceso de crecimiento, podía enseñarle cosas y me divertía mucho estar con ella.

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Cada día que pasaba era un desfile de familiares que se acercaban para llenar de detalles y carantoñas para ella y yo me iba sintiendo como anulada, inexistente, olvidada. Se desataron los demonios, los celos, la incomprensión y una preadolescencia más que adelantada e intensa, mezclada con las pocas respuestas ante la demanda de atención que necesitaba y a la que estaba acostumbrada a recibir. La balanza se empatucó y se tambaleó. Peleas, problemas en el colegio, conductas inadecuadas se fueron extendiendo a lo largo de los años, se unieron a una adolescencia ya completa llena de conflictos. Ella seguía allí, copiando mí forma de caminar, de vestir, de hablar, pero ya para mí no era una alegría sino un fastidio tener que cuidarla, salir con ella, encargarme de ella para ayudar en la casa.

Esa insolencia, propia de la edad, me hizo más de una vez, decir cosas que en realidad no sentía. La diferencia en los años era muy grande y pegaba mucho lo opuesto de los intereses de cada una. Todos los hermanos pelean alguna vez, pero mis viejos se aterraron y me mandaron hasta para el psicólogo, para lidiar con esa competencia y esos celos desatados por mi hermana. Luego, con sus altos y bajos fuimos llevando una relación normal de hermanas, le ayudaba en cosas del colegio, la defendía de los bullys, le enseñaba de música, le hacía trenzas en el cabello, vivía sacándola de mi cuarto para que no tocara mis cosas, lo normal.

Como todo sana con el tiempo, la furia bajó. Comenzamos a descubrir que teníamos muchas cosas en común, podíamos disfrutar de nuestra compañía, seguía intacta esa sensación de orgullo, nos aliábamos para conseguir que nuestros padres nos llevaran a comer a algún sitio especial, aunque eventualmente me echaba paja cuando me tatuaba o me provocaba meterle un lepe, nunca pasó nada grave. La comencé a llevar a conciertos y a juegos de fútbol, cantábamos juntas en el carro, nos burlábamos de la pronunciación de mi mamá, chalequeábamos con mi papá, golpeaba la pared que nos dividía en la casa para avisarle que ya estaba listo el almuerzo.

Esa mejor amiga siempre había estado allí, sólo que yo no me permití disfrutarla por completo por mis mezquindades de niña mimada, malcriada y necia. Su dulzura siempre me tenía paciencia. Me consolaba cuando me rompían el corazón. Me daba su opinión ante ciertas situaciones, con una madurez que ni yo podía tener. ¿Será que se habían invertido los papeles? Me encontré aprendiendo de ella a diario, se había convertido en mi maestra, en toda una teacher.

Cuando la vi partir en ese avión hacia lo más lejos, mientras hacía de todo para sonreirle de lejos, una parte de mi corazón se iba quebrando, la curita que le puse para mantenerlo unido sin que se desmoronara, fue ese mismo orgullo, esa misma sensación cálida que sentí la primera vez que la abracé. Es inevitable sentir un sustico de no poder correr a ayudarte si algún día lo llegaras a necesitar, no poder estar contigo para consolarte por un mal día en el trabajo o para simplemente prestarte mi uña para que la rasques con la tuya mientras vemos tele y te chupas el dedo.

Feliz cumpleaños hermana, no sabes lo que daría por estar contigo hoy, recorriendo esa maravillosa ciudad a la que ahora le tengo unos celos violentos. Te extraño mucho con demasiado cuando me pinto el cabello y necesito ayuda, duele no tenerte aquí para hacer panquecas, lloro como una pendeja cuando suena alguna canción que me hace recordarte, grito tu nombre cuando mi mamá se lanza un chinazo o tu papá echa un chiste bueno, es muy arrecho, no se puede abrazar ni besar por skype.

Tu éxito como profesional es lo que nos mantiene a todos llenándonos la boca cuando hablamos de ti, cada vez que alguien pregunta cómo te va por Hong Kong. Sigue devorándote el mundo como lo estás haciendo, que tienes toda la vida por delante.

¡Eres el mejor regalo, mi mejor amiga que la está partiendo al otro lado del mundo no joda!

Deseo con todas las fuerzas que se multiplique tu buena salud y esa buena estrella que te guía siempre, te mando un regimiento de ángeles de la guarda para que estén contigo siempre y te libren de todo mal.

Repito como Fito: Dios santo, que bellos abril ¡sos vos!

¡SOS VOS!

Te amo piojo.

Victoria Torres

Periodista, melodramática y brontofóbica. Contra todo pronóstico, fiel creyente de la amistad y de que un mundo mejor es posible. Responsable y dueña de lo que escribo y sueño, que ahora comparto con aquellos que están tan locos como yo.