Me late el útero

No, no estoy embarazada, dejen el chou. Pero no sé, será por la edad, que últimamente me he encontrado a mí misma empañando con mi aliento, las vitrinas en las tiendas donde venden ropa o accesorios para bebés, me veo embelesada por videos donde los recién nacidos son los protagonistas o me convierto en el sofá predilecto de toda la reciente descendencia de mis primos y amigos, que ven en mí sólo un par de almohadas perfectas para dormir. Soy el somnífero pediátrico al alcance de tu mano, eso pasa cuando me late el útero.

Hace unos días un vecino metiche, me manifestó su gran preocupación por cuál de las dos hermanas iba a convertir en abuelo a mis papás. Mi ceja se elevó un poco y una mueca de sonrisa le respondió, muy políticamente, que aun no era tiempo. Tiempos que, a veces, se ven acelerados por mala educación y de prevención sexual o se retrasan por decisiones personales y hasta religiosas. Me tocará parir cuando me toque, cuando me llegue ese reto, cuando me provoque, cuando lo planifique, cuando consiga pañales, cuando consiga al padre, cuando se den las condiciones, cuando me salga del forro del c… las respuestas a ese entrometimiento ajeno son varias.

Por muchos años me sentía un poco como Susanita (la de Mafalda) y me imaginaba teniendo «muchos hijitos» pero, hoy en día, gracias a ser una de las pocas primas, amigas y conocidas que aún no ha sido bendecida con el milagro de dar a luz, he podido observar los toros desde la barrera en cuanto a todo lo que engloba el arte de ser padres. Voy haciendo como un intensivo entrenamiento previo para cuando me toque.  Recibo la sabiduría de las experiencias de mis amigos, leo sin falta la columna de Randolph Borges, recuerdo las recetas de la abuela y los consejos de las que andan recogiendo juguetes del piso o cambiando pañales sin parar.

Observo detalladamente el tiempo de aguante de cada padre o madre, antes de explotar en regaños. Tanteo los límites frágiles de la paciencia, practico en secreto frente al espejo esas miradas que llevan un coñazo incluido y las frases codificadas que entretejen un promesa de que recibirán un escarmiento en un futuro próximo, si siguen jodiendo el parque.

Cada vez que me entero de que fulano o fulana van a estrenarse en los juegos extremos de la crianza, me entusiasmo en seguir paso a paso todo lo que se ponen a publicar: ideas para los festejos y celebraciones por la llegada del nuevo integrante, los juegos que se hacen en estas fiestas, decoraciones, regalos, tips. Poco a poco, voy recopilando toda la sabiduría que ustedes (los ya paridos) me han brindado con el pasar de los años, esos mismos años que me siguen preguntando «¿Y tú pa’ cuando?» como si se tratara de ir a pasear a la playa o jugar carrito.

«Te luce», me dicen cuando cargo a cualquier bebé, como si ellos fuesen accesorios de bisutería o la última bufanda que venden en las tiendas. La descendencia se convierte para algunos en la excusa perfecta para eludir compromisos sociales, aunque conozco a más de una que se amarra su fular y a su muchacho y le da pa’ la calle sin problemas. Considerar la maternidad como una limitante para ejercer labores cotidianas, no debería ser la regla.

Creo que seré una madre súper recontra archi sobreprotectora, porque dicen que uno es de 2 a 3 veces más intenso que tus propios padres, así que pobres de mis hijos. No me he preocupado mucho por pensar en cómo los criaré, porque entiendo que eso estará modificado y adaptado a las realidades de ese momento. Lo más seguro es que se me olvide todo lo que he dicho que haré ante ciertas situaciones.

Será que a las indígenas les dan su permiso «postparto» y su horario de «lactancia» y el resto de la comunidad entiende que ella ya no tiene que ir a buscar la comida que se comerá porque «acaba de ser mamá». No lo creo. Tengo una tía que es Doula y lo poco que sé al respecto es que, esta hermosa oportunidad de traer otra vida al mundo es una responsabilidad inmensa desde el momento de la gestación. Las cargas emocionales buenas y no tan buenas, son transmitidas  a la criatura hasta con el pensamiento, así que se debe estar atento.

Cada vez más se me reduce el círculo de amistades que aún no han tenido la fortuna de adentrarse en las aventuras que implica ser padres o madres, precisamente en este mundo cada vez más hostil y destrozado por nosotros mismos. Como te convences a ti mismo de que vale la pena traer a alguien a esta realidad donde uno mismo a veces quiere escapar. Considerar que sea una buena idea poner la sonrisita de idiota cuando te enterneces al jugar con un bebé, mientras viajas fugazmente en un ascensor. Te late el útero sí, pero será coherente invitar a otro ser, a que participe en este circo de sociedad que ya tenemos y que empeorará con el paso de los años, en los que ya no estaremos para protegerlos. No lo sé.

Por ahora, yo sigo aprovechando las bondades de no haber parido y disfruto las tareas momentáneas que me asignan cuando se trata de cargar a bebés y dar tetero, sigo practicando para cuando me toque y además estoy segura que podré pedir a todo mi batallón particular de amigas madres la ayuda necesaria, ¡porque me lo deben!

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Victoria Torres

Periodista, melodramática y brontofóbica. Contra todo pronóstico, fiel creyente de la amistad y de que un mundo mejor es posible. Responsable y dueña de lo que escribo y sueño, que ahora comparto con aquellos que están tan locos como yo.