Estuvimos a punto

Estuvimos a punto. Esta frase que se nos presenta con una suerte de ambigüedad de sentimientos, podría definir la situación de cómo se abordó el problema de los niños de la calle en nuestro país. Revertir esa deuda social fue si se quiere el más osado de los retos asumidos por Hugo Chávez desde su época de candidato a las elecciones de 1998. Su preocupación por la situación de la infancia abandonada, explotada o poco aventajada económicamente, fue una constante durante sus años como gobernante.

Miguel, mi hijo, es un niño nacido en revolución. Vino al mundo en una maternidad inaugurada por Chávez, sus primeros pediatras son graduados de la Elam, estudia en un colegio bolivariano y va a clases de música en el Sistema de Orquestas Infantiles y Juveniles; todo ello sin pagar un bolívar, aunque uno sepa que es insostenible en el tiempo tanta maravilla. Por fortuna Miguel es un niño al que le sobra afecto y tiene sus necesidades básicas cubiertas, pero tal vez ese mismo hecho, hace más notorio ante sus ojitos de cinco años, que no todos los niños corren con la misma suerte. Miguel pregunta por los niños de la calle, y a uno se le ahogan mil respuestas en la voz.

Múltiples factores políticos, sociales y económicos, han revertido el camino andado para sacar la niñez de las calles. No es un secreto para nadie que las avenidas, centros comerciales y restaurantes de las principales urbes de Venezuela se han vuelto a llenar de niños pidiendo comida, pidiendo atenciones o buscando basura para comer. El trabajo infantil se ha multiplicado y la explotación de esta mano de obra volvió a ser un negocio lucrativo para seres sin escrúpulos.

Para muchos, ellos existen sólo en los titulares de la prensa sensacionalista o en las cifras de una ONG, pero cuando estiran la manito buscando ayuda, es mejor voltear para otro lado. Estos niños no sólo fueron abandonados por sus padres y familiares, sino que la sociedad en pleno les ha dado la espalda en señal de un castigo que ellos aún no pueden entender, y que más tarde convertirán en rencores contra ese mismo sistema.

Se calcula que en América Latina, según cifras de la UNICEF, existen entre 40 y 50 millones de niños en situación de calle. Número escandaloso que demuestra la incompetencia de todos los gobiernos de la región en esa materia. Nuestro país tuvo avances reconocidos por organismos internacionales en materia de atención a los niños más necesitados y la cosa no se quedaba sólo en cifras, pues sería bien egoísta quien no lo percibiera en las calles durante la época de las vacas gordas.

En Venezuela el Instituto Autónomo Consejo Nacional de Derechos de Niños, Niñas y Adolescentes (IDENNA), es una de las instituciones que ha tenido algunas iniciativas para dar atención a los niños en situación de calle, pero a falta de un plan nacional robusto y bien orquestado, sus esfuerzos se diluyen en la cotidianidad.

La situación con los niños de la calle nos llama a actuar con urgencia, si es preciso a deponer los egoísmos politiqueros para atender a esa niñez abandonada por unos y por otros. No podemos pretender que si los ignoramos ellos desaparecerán, dejarán de existir y de multiplicar problemas sociales de toda índole. Miguel y muchos niños como él ya se dieron cuenta y siguen preguntando como lo hace cualquier persona sensible a quienes que sí nos importan esos niños. Quiero pensar que en ese aspecto también somos mayoría.