Guaidó. La nada. Menos que eso. ¡Válgame Dios!

Cuando estimamos que hemos podido ver y escuchado todo en torno a Juan Guaidó, el panorama se abre casi que lúgubre y nos enrostra cuán equivocados estábamos. La incertidumbre nos asalta para advertirnos que su pésima película de terror no termina aún; que ni él mismo parece saber cuál será el capítulo final de tan terrible guión.

La ingenuidad nos atrapó al conjeturar que haría mutis, ante la contundencia de los resultados de las investigaciones técnicas y científicas que llevaron al esclarecimiento del homicidio -en la parroquia Sucre del estado Miranda-, del exconcejal Edmundo Rada, compañero suyo de militancia en la organización terrorista, Voluntad Popular.

Así lo imaginamos, repetimos, ante la irrebatible transparencia de la exposición ofrecida por el ministro Néstor Reverol, el jueves pasado cuando se refirió al asunto. Pero ¡no! Estábamos como rodilla ‘e chivo: pelados. La develación, paso a paso, de cada una de las facetas aplicadas para ultimar a quien fuera edil del conocido municipio, parecen haber llenado el tanque de disparates que “alimenta” su cerebro.

En lugar de manejar con inteligencia (que me disculpe si es mucho pedirle) la situación -de por sí muy delicada-, prefirió seguir ahondando en el lodazal de la irresponsabilidad y seguir manchando al mundo de la política como lo viene haciendo desde hace años, nalgas al aire incluidas.

De nada le valió que fuese la misma expareja del difunto la que contara, con lujos de detalles, cómo sucedió todo en su residencia de la parroquia Petare el día del crimen. Caramba, ¿puede haber un testimonio más importante que ese alrededor de tan lamentable situación?

Guaidó decidió limpiarse…la nariz con la confesión de la señora Tibisay Pérez (quien señaló a su novio actual, Anderson Machado como el autor material del suceso), para luego acusar y reacusar a Nicolás Maduro de lo sucedido. Dirían los católicos: ¡Válgame Dios!

Lo de este “señor” no debe tener parangón en la historia de los liderazgos de nuestra nación. Ni Capriles ni Leopoldo López metidos en una licuadora juntos en sus peores momentos, llegaron a dar un caldo de tan asqueroso sabor como ocurre ahora con este sujeto quien, en mala hora, decidió incursionar en la filigrana de la política.

He allí la razón de sus cada vez más fracasadas concentraciones, de su desprestigio y del por qué los gringos lo usan como les va en gana. Se equivocan quienes aseveran que es la nada. Es menos que eso.

¡Chávez vive…la lucha sigue!