Propósitos

Escribió la poeta argentina Alejandra Pizarnik el 1° de enero de 1960 estos propósitos:

«Que este año me sea dado vivir en mí y no fantasear ni ser otras, que me sea dado ponerme buena y no buscar lo imposible sino la magia y extrañeza de este mundo que habito. Que me sean dados los deseos de vivir y conocer el mundo. Que me sea dado el interesarme por este mundo».

Algunos sabrán que no logró su objetivo porque, 12 años más tarde, se suicidó. En todo ese tiempo que transcurrió ella nunca se aceptó ni encontró deseos de vivir y conocer este mundo, en el cual se sentía ajena.

Esto que aquí les cuento no significa que nosotros no podamos cumplir los propósitos que nos planteamos en algún momento de nuestras vidas, sino que, por el contrario, quiero que hagamos eco de las palabras que ella no pudo -o no supo- cumplir.

Durante el mes de diciembre no quise escribir entradas para Intronersos porque no tenía inspiración alguna y no quería obligarme a sentirla. De hecho, esto que ahora comparto estaba escrito, casi en su totalidad, desde principios de enero, pero no quería publicarlo.

Cuando puedes escribir, cuando puedes expresarte, cuando vas por tu vida contando cosas a la gente, llega un punto en el que, por una situación u otra, muchas personas terminan conociéndote, aunque tú no las conozcas a ellas.

Pero hay cosas y situaciones que algunos no entienden: cuando escribo, por ejemplo, la palabra soledad, no lo hago para los demás, lo hago para mí. Escribo para mí y por eso, precisamente, es que no me gusta obligarme a contar algo.

En el fondo no quiero llamar la atención ni que alguien comprenda absolutamente todo, cada uno de nosotros tiene sus propias ausencias, de las miles formas, y yo no tengo absolutamente nada que hacer allí. Y es necesario que pase el tiempo para racionalizar y entender.

Los dos años anteriores fueron un reto porque los comencé conmovido por situaciones bastante difíciles que estaba atravesando y, ya desde el principio, sentía que estaba perdiendo fuerzas. Cada año tengo la intención de encontrar cada cosa que pueda parecerse más a mí para que me haga sentir mejor; y eso fue justo lo que me planteé hace unas semanas.

Uno, como joven, espera estabilizarse social y económicamente, o al menos eso es lo que yo anhelo. Para quienes no lo saben, vivo en Venezuela, el ahora país de las dificultades, y esta realidad hace -y ha hecho- que todo, prácticamente todo, sea engorroso, complicado, imposible. Pero aquí vamos, surfeando la ola, como me dijo una vez alguien.

Hay tantas cosas que resultan sumamente difíciles, y que en otro país probablemente sean más sencillas, como alquilar un lugar para vivir en el que te sientas verdaderamente en casa y tengas, con todas tus libertades, quizá una mascota a la que puedas cuidar y llamarla Catalino, porque llega un punto en tu vida en el que tu soledad y ocupaciones no te permiten que nadie más llegue con intenciones de quedarse. Así que tienes la oportunidad de, a tu manera, construir tu propio hogar.

Eso solo por mencionar un punto. De alguna manera, también intentas reconciliarte con tu trabajo, con las personas y hasta contigo mismo. Recuerdo que comencé el 2017 y el 2018 vuelto mierda, pero al final me daba cuenta de que había cosas que podía rescatar de todo aquello, que pude lograr y que, en el momento, no me había dado cuenta sino hasta el mismo instante en el que sentía que estaba siendo un malagradecido.

Porque eso sí, gran parte de mis experiencias me han llevado a agradecer por los aprendizajes, por las experiencias y los momentos compartidos. Que si después las cosas no resultaron como uno esperaba, bueno, ya eso es otra cosa.

Con el comienzo de este año sentí más seguridad y determinación. Ahora me miro, miro a dos chamos, uno del 2017 y el otro del 2018, y me siento tan diferente. Más centrado en cada cosa que siempre me había planteado. Algunas veces, admito, me he decepcionado porque dejé pasar oportunidades por miedo u otros motivos que aún no logro visualizar.

Hay, en todo esto, un proceso de aprendizaje, no existe un patrón de lo que debemos hacer ni hubo un ensayo previo a nuestra vida, a lo que nos iba a tocar, ni bueno ni malo. Hay quienes tampoco tenemos a alguien que nos guíe en muchas circunstancias y en todo momento. Entonces, ¿cómo no sentir miedo? ¿Cómo dejar de sentirlo?

Siempre llega la incertidumbre, la ansiedad, el desasosiego, ¿y cómo hacemos si uno de nuestros propósitos es también la felicidad? Porque si conseguimos la casa que queremos y la vida que queríamos alcanzar, eso nos llevaría a un estado de felicidad. Es decir, que nos preparamos para ser felices, pero descuidamos la tristeza y los momentos en los que tengamos que perder o sacrificar algo.

Aquellos 24 meses los asumo ahora como aprendizaje, como parte de dejar el miedo, al menos para lo que ya conozco; en todo ese tiempo dejé de disfrutar de lo que realmente me hacía sentir felicidad, y me descuidé tanto, por dentro y por fuera. Aunque más por dentro, y eso es terrible.

Afortunadamente llega el momento en el que nos damos cuenta de cómo va nuestra vida y un día despertamos con las ganas de cambiarlo todo y creo que esa es una de las sensaciones más agradables que he sentido: cuando tienes ganas de comenzar de cero, por cuenta propia, y cambiarlo todo; cuando aprendes a darle valor a todo lo que tienes y descubres nuevamente lo que tienes, y ya no te importa hacer a un lado a aquellos que no supieron notar tu presencia ni agradecieron lo que entregaste.

En ningún momento debemos sentirnos mal si algo tonto nos encanta, porque no se trata de debilidad, sino de la fortaleza que necesitamos para descubrir lo sensible y lo bonito que somos. Sacar tiempo para quienes están, marcar una fecha y una hora para encontrarlos, para darles las gracias y actualizar las fotos viejas, para abrazar y sonreír, con amigos, con la familia, en cualquier lado. Tenerlos a ellos siempre delante de todo e invitarlos a que visiten aquel hogar que quieres construir.

Espero que todo lo bueno que llegue, nos sorprenda y que todo lo malo -lo que puede considerarse malo-, nos deje aprendizajes valiosos, que nos hagan ser mejores personas. Aquí seguimos mientras se pueda, todavía nos queda tiempo, y café para pensarlo todo.