#1M: Mujer trabajadora

Este texto va pa todas las mujeres que caminaron desde sus trabajos
hasta sus casas el 2M de 2017, por un sureste de Caracas enguarimbeado
y sin transporte superficial.

Unas uñas negras. Negras, sucias, llenas de tierra.

Unas manos llenas de cayos. Con pellejos, con escamas, con cicatrices.
Unas palmas ásperas, que resuenan al tacto. Secas.
Sí.
Nosotras no somos, nunca fuimos, Miss Venezuela.
Ojo pelao, pueblo.
La mujer que sube los escalones del barrio, la que carga las bolsas del mercado, la que monta las arepas en el budare, la que se levanta temprano y viste a sus chamxs, la que dobla las cabillas para su nuevo urbanismo, la que teje el chinchorro; la que estudia, la que arma, la que enseña.
La que tiene las uñas negras de cocinar, llenas de tierra de sembrar, llenas de cayos de cargar y levantar.  Ásperas, llenitas de trabajo y de amor.
La mujer que tiene la piel y el corazón marcado de trabajo por su tierra y por su gente, la que se reconoce mujer libre y soberana.
La que alza la voz y contesta, la que pelea, la que suelta un puño, la que se defiende y se protege, la que resiste.
Manos llenas de sangre, llenas de vida. Manos reales.

Mujer uñas negras (fragmentos)

Llevamos casi un mes ya del guarimbeo-marchazo-trancazo-tuitazo-vainaconvaina: cada dos días trancan o marchan, y cada 4 días no hay Metro ni transporte superficial, lo que significa que hay un grueso de la población de a pie, que valga la redundancia y haciendo énfasis en la literalidad, debe moverse a pie. Obreros, trabajadoras domésticas, empleadas de comercios, funcionarixs públicxs. Madres, embarazadas, discapacitadas, sostenes de casa. Todxs a patica desde sus hogares hasta sus lugares de trabajo, y de regreso.

La Oposición, siguiendo órdenes de sus mega líderes suprailuminados, insiste en parar el país para tumbar el Gobierno, y alude a que esa estrategia es signe de lo arduo que han trabajado para lograr su cometido. Pero yo no entiendo cómo no yendo a trabajar, no mandando a lxs carajitxs al colegio, trancando vías y marchando neciamente cada 3 días ellxs van a por el progreso y el cambio todo de “la Venezuela que se merecen”. Suena sumamente contradictorio y falto de sentido, por no decir vacío ¿o no?

Entonces ellxs van y joden y trancan vías y despegan postes de luz y sacan basura y la queman y dejan escombros en medio de las vías y hacen que el Metro cierre y que la mardita camionetica que está bien cara ya no suba ni baje, pero sus empleadas domésticas siguen yendo a trabajar; el Farmatodo, las panaderías y otros comercios pequeños, los centros comerciales y los supermercados abren, y las mujeres siguen yendo a trabajar porque o llegan o les descuentan el día, ¿Y acá quién carajo está para que le descuenten el día? La opción es obvia.

¿Qué define a una mujer trabajadora? ¿Qué la hace digna de ser calificada con ese adjetivo? ¿Qué está detrás de eso? Todo el constructo cultural de la mujer que se parte el culo por su familia y por sus hijxs, de la venezolana original, ha migrado hacia el esfuerzo que la mujer clase media ha hecho desde que se libró de sus padres, sacó una carrera y ahora, después de tanto “partirse el culo” tiene la vida “que se merece” y que debe darle a su familia. Meritocracia, pura meritocracia. Pareciera que el esfuerzo de la mujer que estudia vale más y pesa más del que la que no está graduada; pareciera que el esfuerzo de la mujer que trabaja en rolo de empresa, consiguió pagar un apartamentico y un carro y tiene sus chamxs en colegio privado trabaja más que la que es empleada doméstica o funcionaria pública, tiene los chamxs en el liceo de la parroquia y recibe bolsa CLAP. Pareciera.

¿Qué mide nuestros esfuerzos? ¿Qué me hace a mi, mujer de 27 años, más o menos merecedora de ese adjetivo? ¿Quién y cómo se mide mi cansancio? ¿Las chambas que saco? ¿Los tigres que cuadro? ¿La plata que me gano? ¿El tiempo que invierto “trabajando”? ¿Lxs chamxs que no tengo? ¿Y mi mamá, por ejemplo? Sí, a sus casi 60 años yo podría decir que esa negra no para, no descansa. Ahorita la mueve la angustia, la preocupación de conseguir comida, de pagar las vainas; la angustia es gasolina.

¿Entonces la mujer que se angustia menos porque su estructura de clase y su poder económico le permiten descansar más, es más o menos trabajadora? No tiene 3 chambas regadas en 7 días, y sus condiciones materiales le permiten darse “lujitos” que todxs queremos darnos de cuando en cuando.

Y ahora, si lo llevamos al terreno de la lucha de género, ¿Quién trabaja más? ¿La mujer que llega al barrio reventada, con los pies hinchados, a montar un bojote de arepas y atender a sus hijxs y a su marido o la que llega a las 7pm con una casa limpia y ordenada que arregló otra mujer a la que ella le paga? Quizá esa misma que llegó reventada a montar esas arepas, y a la que nadie le limpia la casa.

Hay una fuerza indiscutible que nos mueve a las mujeres: el amor. El amor que tenemos a la familia, a lxs hijxs, a los amigxs es la gasolina que nos inyecta todos los días y nos moviliza, y en algunas, esa gasolina es inagotable porque no tenemos opción de detenernos: siempre, obstinadamente, estamos allí para el otrx. Sí, la lucha de clases y la lucha de género, más las posibilidades materiales que se tienen definen las cotidianidades de las mujeres: las diferencian y las hacen unas más complejas que otras, pero son indicadoras reales de las circunstancias de vidas tan distintas que existen en una sola realidad, pero que no coexisten porque nuestras cotidianidades de mujeres callan dificultades, dolores, complejidades, luchas.

Callan peos profundos, intrínsecos, estructurales. Pero yo creo que en la mujer trabajadora, la humilde, la que ama, la que resuelve, la que acepta su circunstancia de vida con valentía, miedo y vulnerabilidad, esas cotidianidades gritan alegría y celebran la vida. Miran alrededor y se reconocen en otras mujeres como ellas, y se acompañan y se juntan a luchar, a construir, a trabajar, y a amar.

La mujer trabajadora, la mujer pueblo, es lucha y amor hecho cuerpo que vive y late y siente. Es vida y energía movilizadora y creadora que va con corazón valiente y los ojos brillantes de alegría, de contentura de la vida que le tocó y la resistencia grabada en la sangre y en la piel.

¿Mujer trabajadora? Sí. La que está llena a borbotones de una resistencia que la define, y de un amor inagotable que la moviliza.

Sahili Franco

Nació en Caracas, el 15 de marzo de 1990. Inició su carrera editorial en el Taller de Creación Editorial Agujero Negro, formando parte del equipo de editorxs, correctorxs y productorxs de contenido de esta revista, órgano divulgativo de la Escuela de Artes-UCV. Durante ese período, inició paralelamente y de forma autodidacta estudios sobre la imagen, la gráfica, la fotografía, el cine y el audiovisual. Su producción de contenidos apunta a la comunicación pertinente de historias de vida que hablan respecto a la soberanía de los cuerpos, la alimentaria, la des-mercantilización de la vida y a las contradicciones discursivas y estructurales que enfrentamos como pueblo oprimido, colonizado y en eterna resistencia al mismo tiempo que incluye la necesidad discursiva y coyuntural que nos tocará atacar al momento. Sus canales de participación son el impreso y el web, y sus formatos, video y texto en géneros como la crónica, pequeños cuentos y micros.

Actualmente produce contenidos desde sus pequeñas trincheras de lucha, y trabaja como productora audiovisual freelance.