Somos vellas (II)

Primero muerta que sencilla
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Consumir
verbo transitivo
Usar, disfrutar o servirse de cierta cosa, material o inmaterial, en especial algo que se gasta o por lo que se paga dinero

En el cuentico anterior que les eché había mencionado que existe un constructo cultural muy bien armado que nos ha convencido a las mujeres que debemos ser, estar y parecer bellas (mas no saludables) para poder ser exitosas, capaces, deseables. Todas aspiramos a cumplir esos requisitos; jugamos, constantemente, a parecer ser la última Frescolita en esta verga.  En ese sentido, esa ansiedad moviliza gran parte de lo que hacemos, signa en buena medida nuestras cotidianidades: primero muertas que sencillas.

Así estemos en guerra económica y afrenta social dura y explícita sin precedentes, acá la platica que nos entra va a seguir yéndose en maquillaje porque, lo asumamos o no, va dentro de los artículos de primera necesidad. La cosa es que no lo tenemos concientizado, está naturalizado. Es decir, la angustia por comprar comida (tener la mayoría de los artículos que componen la cesta básica en casa) está: todxs hablamos de ello desde hace casi 5 años. Pero nadie se queja de igual manera de que no consiguió el polvo para la cara, o el delineador, o el rímel (más bien la queja está en la alza en sus precios) pero no hay angustia de no poder conseguir el artículo tal.

¿Por qué esto es así? Si se supone que el maquillaje es casi tomado como un artículo de primera necesidad, ¿por qué nadie hace cola para comprar el polvo Valmy más barato antes de que le suban el precio? ¿Por qué muchas mujeres aún llevan su estuchito de maquillaje en sus carteras y siguen comprando artículos de belleza a pesar de lo caros que resultan? Primero porque los artículos están (no hay desbastecimiento, ni escondedera, ni desaparición), es decir, que nos los siguen vendiendo, y segundo porque no hemos asumido ni entendido lo que realmente cuesta comprar el marico polvo Valmy pa la cara. Alienación, mamis. Estamos alienadas en medio de la masificación balurda.

La industria cosmetológica se ha encargado a lo largo de los años de ofertar constantemente artículos de belleza, y una vez puesto sobre la mesa el poder adquisitivo o su falta, se han creado ofertas “más baratas” para que “todas las mujeres” puedan comprar. Fíjense que de un tiempo para acá ha habido un pequeñito cambio discursivo en la publicidad de estos artículos: hay mujeres negras (el cuentico aquel de “la oferta para varios tipos de piel” que tanto nos gusta; uy, estamos siendo súper incluidas nosotras. ¡Ahora sí no hay racismo ni clasismo!) que de hecho pueden acceder a ser bellas o más bellas porque los dioses del maquillaje nos lo permitieron. La ilusión de un poder adquisitivo se instala, así mismo, en nuestro sentido común, y con un discurso muy bien armadito y un vacío de información enorme, logran vendernos mucho, mucho, mucho. Y nosotras, cual borregas, seguimos comprando mucho, mucho, mucho.

Ahora, me dirán “ay, negra. Qué exagerada. Si yo lo que compro es el polvo para la cara y un lapicito de vez en cuando”. Pero, ¿Sabemos cuánto gastamos al año en artículos de belleza? ¿Sabemos lo que eso representa en el mercado nacional, y más aún, en el internacional?

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En 2014 el EAE Business School Barcelona sacó un informe sobre la industria cosmetológica en España y otros países donde esa industria tiene importante incidencia. Algunas cifras importantes son las siguientes:

– En el 2013 en Venezuela se gastaron 235 millones de Euros  en productos de belleza, representando un aumento del 132,69% respecto al 2006, y un aumento del 5.72% entre el 2012 y el 2013.
-Se vendieron 66 millones de unidades de maquillaje en el 2013, con una variación del 61.33% entre 2006 y 2013 y una variación del 2.07% entre el 2012 y el 2013.
El precio medio de una unidad vendida fue el de 3.55 € en 2013, con una variación del 44,23% entre 2006 y 2013, y con una variación del 3.57% entre el 2012 y el 2013.
-El promedio de gasto por mujer en maquillaje durante el 2013 fue de 22,97 €, con una variación del 150.36% entre 2006 y 2013, y con una variación del 7.82% entre el 2012 y el 2013.
-La previsión del gasto anual para el 2017 sería de 325 millones de Euros, y para el 2018 de 326 millones de Euros, con una variación del 38.87% entre 2013 y 2018.
-La previsión del gasto por mujer para el 2017 sería de 20.01 €, para el 2018 de 20.10 €.

Es decir, ahorita las mujeres gastamos algo así como 195.000 Bs anuales en maquillaje, a un promedio de 16.250 Bs mensuales a euro paralelo (9.740,35 Bs). No nos caigamos a coba a estarlo sacando a SIMADI o a DICOM. A las cosas por su nombre.  Si hacemos el ejercicio de sacar el gasto a SIMADI, serían 62.250 Bs anuales a 5.187,5  Bs. mensuales (que es mentira porque una pintura de uñas Valmy cuesta 6 lucas en Farmatodo).

Si nos quedamos con el gasto mensual no parece tanto (de hecho a mí, personalmente, me parece que es poco) pero cuando lo multiplicamos por 12 nos da un vuelquito en el estómago. 195.000 Bs al año en maquillaje. Y epa, no estoy incluyendo en esa suma lo que gastamos en cremas, afeitadoras, perfumitos, etc. Esa suma representa únicamente el gasto en artículos de maquillaje. O sea, la cosa es mucho más fea. Os invito a que hagamos ese ejercicio y compartamos la sumatoria total del gasto en todos los artículos que la industria cosmetológica nos vende… y nosotras vamos y compramos.

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Empieza entonces el “coño, esto me está saliendo caro”. Claro que sale caro, es carísimo. En algunos países estos artículos están categorizados bajo el nombre de “artículos de lujo” pero en Venezuela son sólo “cosméticos” porque la compra está aún más naturalizada. A mayor oferta mayor consumo, a mayor consumo mayor demanda, y a mayor demanda mayor oferta. Y bueno, magia. Tenemos unas industrias multimillonarias que hacen todo lo posible por seguir enriqueciéndose mientras en medio de la debacle por la comida seguimos comprando delineador de ojos. El sentido común es el mismo, la opresión es la misma. Pero hay otra diferencia clave acá: el poder adquisitivo.

Había dicho que Diana D’Agostino es el semblante del canon occidental de belleza, sí. El tema está en las aspiraciones: todas aspiramos a ser hermosas, todas queremos ser Diana. Venezuelan LadyDi. Desde la no-posibilidad aún aspiramos a eso que no somos, y cómo sufrimos cuando no lo logramos.

La jeva tiene las lucas para gastarse todo lo que “embellecer” requiere, y bueno, es sencillo: algunas mujeres le llegan a su altura en términos mercantiles, y otras simplemente no podemos. Entonces empieza la clasificación por clases del acceso a los productos: están Vichy, L’Ebel, Clinique para mujeres exitosas, fuertes, las que lo merecen. Luego están las copias de Mac que venden en Dulcinea, y luego están los productos chinos que venden en la Hoyada. La diferencia está en el acceso a los productos, pero no en la aspiración a comprarlos. Lo que signa esta movilización es el mismito sentido común del que hablábamos, el que nos dice que somos feas pa vendernos mierda. Y nosotras, convencidísimas de ello, vamos felices a gastar un realero en maquillaje.

Ayer estaba en Dulcinea (conseguí paste dientes a 6 lukas) y la señora que iba delante de mi se salía a cada rato de la cola e iba a la sección de cosméticos (es un sueño. Es un puto sueño esa sección de maquillaje) a cambiar el delineador o a preguntar si no había uno más barato. Cuando volvió la persona que la acompañaba le dijo “¿Pero por qué no lo dejas?” y ella le respondió, con cara de resignación, “es que seguro la semana que viene lo suben. Mejor me lo llevo ahorita”. Esa señora no estaba muy feliz que digamos por llevarse el lápiz ese, sino más bien su expresión era de obligación. Esa cara que todxs conocemos de “es que no queda de otra”. Pero, ¿de verdad no queda de otra? ¿De verdad es necesario?

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Veamos el siguiente concepto que se centra sólo en la industria alimenticia:

“Patrón de consumo: conjunto de productos que un individuo o familia consume de manera ordinaria y cotidiana, según un período habitual de frecuencia estimado en por lo menos una vez al mes, o bien, que dichos productos cuenten con un arraigo tal en las preferencias alimentarias que puedan ser recordados por lo menos 24 horas después de consumirse (Patrones de consumo alimentario en México de 1992 al 2002. El caso del maíz, trigo y frijol. Biblioteca virtual de  Derecho, Economía y Ciencias Sociales).

Ahora, si cambiamos la palabra “alimentarias” por “cosmetológicas” es exactamente lo mismo de lo que hemos venido hablando todo este rato. ¿O no? “Que puedan ser recordados por lo menos 24 horas después de consumirse”, y yo agregaría “y utilizados”. El maquillaje no sólo es recordado después de 24 horas, sino que lo utilizamos todos los días cuando estamos por salir a la calle. Esa actividad forma parte de nuestras prácticas cotidianas en la medida en la que cada una de nosotras realice esa práctica per sé.

Hay una relación intrínseca entre la guerra económica y el consumo de artículos cosméticos, y va más allá del asedio político, económico y social al que Venezuela y su pueblo está siendo sometido. No hay comida, pero hay maquillaje pa tirá pal techo. Eso sí, a su precio. Y el punto en común podría estar en que los anaqueles en los supermercados se están llenando de nuevo, pero a precios insólitos. Cuando desaparecieron algunos productos de higiene (jabones, afeitadoras, cremas para afeitar, toallas sanitarias) la oposición saltó histéricamente alegando que “Maduro nos quiere feas y pobres”. Ah, voilá. Es hermoso cuando deconstruimos los sentidos comunes. Claro, feas y pobres. Sobre todo feas porque bajo ese sentido común ¿cómo vivimos bien, dignamente, sin jabón y sin afeitadoras? Pero siempre, siempre con maquillaje.

El 2016 fue un año clave en la historia de las crisis económicas globales: durante ese año las industrias alimenticias tuvieron que reajustar presupuestos y lanzar nuevas campañas publicitarias con nuevos discursos y códigos supuestamente inclusivos, pero la industria cosmetológica tuvo un crecimiento fuerte respecto a años anteriores y a pesar de la crisis económica. ¿Cómo es esto posible? ¿Por qué?

Tu bi contíniud.

En el próximo capítulo de “a pesar de que nos lavaron el cerebro seguiremos comprando maquillaje mientras estamos en guerra” continuaremos con la conversa sobre este temita, pero no con tanto número. Lo prometo.

Sahili Franco

Nació en Caracas, el 15 de marzo de 1990. Inició su carrera editorial en el Taller de Creación Editorial Agujero Negro, formando parte del equipo de editorxs, correctorxs y productorxs de contenido de esta revista, órgano divulgativo de la Escuela de Artes-UCV. Durante ese período, inició paralelamente y de forma autodidacta estudios sobre la imagen, la gráfica, la fotografía, el cine y el audiovisual. Su producción de contenidos apunta a la comunicación pertinente de historias de vida que hablan respecto a la soberanía de los cuerpos, la alimentaria, la des-mercantilización de la vida y a las contradicciones discursivas y estructurales que enfrentamos como pueblo oprimido, colonizado y en eterna resistencia al mismo tiempo que incluye la necesidad discursiva y coyuntural que nos tocará atacar al momento. Sus canales de participación son el impreso y el web, y sus formatos, video y texto en géneros como la crónica, pequeños cuentos y micros.

Actualmente produce contenidos desde sus pequeñas trincheras de lucha, y trabaja como productora audiovisual freelance.