La inocencia de aquella abuelita ¿La recuerdas?

Según relata el famoso cuento «infantil» de la Caperucita Roja -cuya autoría anónima es anterior al siglo XVII cuando  Charles Perrault lo publicó por primera vez- un lobo de insaciable «hambre» guerrerista se propone «comerse» a la bella y tierna niña «dueña» de fértiles bosques donde conseguía frutos para su abuelita y para sí. Para lograr su objetivo el lobo asesina y se traga entero el cadáver de la anciana, asumiendo inmediatamente su rol y vistiendo, con sus ropas, como ella.

El lobo asesino, muerto de hambre y sádico, quería ofrecer una «ayuda humanitaria» a la niña a quién pretendía violar y engullir para disfrutar sólo y a plenitud de sus riquezas.

El cuento de marras nos enseña que la perversa estrategia de esconder colmillos y garras tras las vestimentas de una viejecita buena e inocente que tan solo quiere ofrecer «ayuda humanitaria» a su potencial presa, no es nada nueva.

Hasta un ignorante vendedor de armas que hoy -en EEUU- ocupa la presidencia, logró aprender del lobo feroz en el cuento de la Caperucita las tretas de violador, genocida e invasor con los pueblos soberanos e independientes de la Tierra,  siempre y cuando tengan cerezas, es decir  petróleo, riquezas.

Con todas las amenazas, estrategias y disfraces utilizados hoy por Donald Trump para «persuadir» a Venezuela de que le abra las puertas (y -digámoslo vulgarmente como lo desvelan los exégetas del cuento en referencia- las piernas), ¿no han terminado de convencerse de las verdaderas intenciones del «lobo feroz» que hoy acecha a Venezuela?

¿Exagero? No. Explico. La dominación del pensamiento, la alienación como proceso resultante de los procesos de ideologización, no es una exclusiva de las sociedades capitalistas. El feudalismo se caracterizó por producir bajo el terror de la ideología que recurría a la  ficción y al arte, a la literatura y a la producción de sentido en general para sostener el dominio del señor  feudal.

La fábula de un lobo «humanizado» y «humanitario» que se disfraza de abuelita encierra la esencia del dominio patriarcal avalado por una religión que adora a un Dios «padre» (y no madre) violador, incestuoso, castigador, que todo lo juzga como pecaminoso y representa su poder sobre la fragilidad e  inocencia de la niña trabajadora, recolectora de frutos en el bosque para sustentar a su familia.

La dominación en el terreno simbólico es también dominación en el terreno de la producción. Es parte de un mismo proceso que el capitalismo ha perfeccionado a lo largo de su existencia como sociedad de explotación, hasta llegar a los niveles paroxísticos de hoy en los que la primera víctima es la verdad acribillada por las armas tecnotrónicas, tal como en la actualidad -en esta guerra de IV o enésima generación- la padecemos.

Si de algo debemos cuidarnos hoy, quienes defendemos a la vida y a la solidaridad como esencia de un nuevo mundo posible, es de que nos destruyan el pensamiento, cuidarnos de que nos maten la memoria y la conciencia.

Los productos de los sentidos, entre los que pudiésemos nombrar la literatura, la plástica, la música o el cine han sido utilizados por los dominadores como formas de sometimiento. En este Diálogo de hoy hemos querido partir del ejemplo del cuento de La Caperucita Roja. Esa “inocente” obra que fue utilizada para ideologizar a un pueblo es hoy una referencia en laboratorios de guerra que aterrorizan, neurotizan y manipulan la masificación del miedo para someternos.

Más que al enemigo uniformado y armado de los marines invadiendo, hace falta saber detectar y enfrentar a los “soldados de fortuna” que atacan encerrados en pantallas de telvisión y cine, en los smart-phone y en todos los aparatos que disparan mentiras en las redes para intentar acallarnos o vencernos. Por eso, ¡Alertas! esta es la hora del ¡VENCEREMOS!… No tenemos otra opción sino la de impedir que nos invadan la Patria, impedir que nos invadan la identidad, impedir que nos arranquen nuestros poderosos actos  de pensamiento y amor con los que -lo reitero- si sabemos resistir, ¡VIVIREMOS Y VENCEREMOS!

Ilustración: Iván Lira